domingo, 5 de junio de 2016

LECTURA RECOMENDADA; SAMUEL BECKETT


Varios años, varias décadas de teoría y de crítica nos enseñaron que era imprudente, además de equivocado, buscar en la obra de un artista correlatos de su vida. En sentido inverso, sin embargo, una obra nos puede ayudar a iluminar una vida. Es lo que pasa con Samuel Beckett. Si se pretende entender al hombre, hay que partir de su escritura. Esta palabra, "escritura", es acaso la más vasta, y también la más precisa, para definir una poética que no está hecha sólo de palabras; después de todo, la prescripción de gestos, los "actos sin palabras", son también una variedad de la escritura.


Busqué otra vez estos días un ensayo breve de Cioran sobre Beckett (se puede leer en la antología Ejercicios de admiración) y sí, ahí estaba la misma especulación: "Desde que conozco a Beckett, me he preguntado con frecuencia (interrogación obsesiva y bastante estúpida, lo reconozco) qué relación puede mantener con sus personajes. ¿Qué tienen en común? ¿Es imaginable una disparidad más radical?" Es en realidad una pregunta que el propio Cioran había vuelto irrelevante unas líneas antes cuando anotó que "si fuese como sus personajes, si no hubiese conocido el menor éxito, sería exactamente el mismo".



Difícil que quien poseyó "el arte inigualable de ser uno mismo" se parezca a otros, a menos que esos personajes fueran improbables versiones multiplicadas de una singularidad irrepetible.

Como sea, Cioran corría con una ventaja crucial: la frecuentación del hombre. Nosotros conocemos a los personajes, igual que él, por los libros y las puestas en escena, pero, defecto insalvable, también al hombre sólo por las biografías. Damned to Fame: the Life of Samuel Beckett, de James Knowlson, o Samuel Beckett: The Last Modernist, de Anthony Cronin, nos dan casi toda la información que necesitamos, y en ocasiones aun más de la que querríamos. Por eso prefiero volver siempre a Cómo fue, el libro de recuerdos de Anne Atik, mujer del artista Avigdor Arikha, muy amigo de Beckett.



A cambio de cronologías y causalidades, Atik nos entrega detalles característicos, justamente esas particularidades en las que podemos ver reflejos de la obra. Cuando, hasta hace unas semanas, me atareé para un ensayo en el vínculo de Beckett con la música, casi nada me resultó más útil que ese libro caprichoso y desordenado de poco más de 150 páginas.

Pero hay más en él que estos pormenores musicales. Es cierto que Atik cuenta con minuciosidad qué piezas prefería Beckett (lieder, siempre, canción de cámara alemana), la compulsión de ponerse de pie para recitar algún poema (ajeno, nunca propio), el modo en que podía ausentarse súbitamente, "apagarse" en el silencio durante una reunión social y no decir una palabra más o, sencillamente, levantarse e irse.

 Eran momentos penosos para sus amigos, que luchaban en esas ocasiones por traerlo de nuevo a la vida de la conversación. Como sus personajes, Beckett no hablaba jamás de literatura. Después, pasado el tiempo, compensaba esos esfuerzos, y es conmovedor saber que diseminó su biblioteca entre quienes quería.


Pero hay algo en lo que Beckett no se parecía en absoluto a sus personajes y eso es algo que también Atik nos hace conocer con la mayor precisión: la bebida. "Por la educación que había recibido, yo no estaba preparada para comprender el enorme papel que tenía el alcohol en la vida de esas personas, ni tampoco para llevar su ritmo [...] En fin, el hecho de que Sam bebiera tanto como lo hacía entonces -luego bebería menos, pero seguiría haciéndolo hasta el final- no me chocaba; era algo que iba unido a su pureza y a su gentileza. Un gran poeta, de pura cepa irlandesa, al que le gustaba beber: eso era todo. Y aunque a veces estaba achispado, nunca dio la impresión de estar borracho".



Para un irlandés, escritor o no, pero sobre todo escritor, la bebida no es nunca un asunto secundario ni que merezca pocas consideraciones. ¿Qué bebía Beckett? También en este caso Atik nos ayuda a conocerlo mejor. Como irlandés de pura cepa no tomaba whisky, sino whiskey. ¿Pero cuál? Quizá Beckett prefiriera el más ahumado Bushmill, aunque, por otro lado, a principios de los años 60 le retribuyó a Igor Stravinsky (renunciemos ya mismo a imaginar esa conversación) el envío de vino Sancerre con varias botellas de Jameson, y la propia Atik le regaló ese whiskey irlandés.



Por mi parte, cuando cedo a la ilusión de que se puede conocer un poco mejor a Beckett (¿quién podría conocerlo del todo?) me sirvo, como ahora, una medida de Jameson, tan parecido a los laberintos translúcidos de quien también lo bebía.

P. G.

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