miércoles, 8 de febrero de 2017

EL FLACO TAN QUERIDO



Hoy se cumplen cinco años sin el Flaco. Su ausencia parece una eternidad. Dicen que Luis Alberto Spinetta es nuestro David Bowie o nuestro John Lennon, pero en castellano. Que su marca cultural, para los argentinos fue tan potente como la de ellos para los que hablan inglés. Ese es el tamaño de la pérdida. Y ya pasaron cinco años.
Extrañamos tanto al flaco. Flaco, flaquito tu falta nos descoloca, nos hace tambalear. Es que fuiste un cimiento de mi generación. En tus letras nos hicimos adictos a la poesía y al contenido.


Flaco, flaquito, muchacho ojos de papel, quédate hasta el alba. Me aprendí de memoria aquellas canciones. Me hicieron más culto, más feliz, me dieron mejores herramientas para levantar minas y para levantar barricadas en la universidad de los 70. Me lucía recitando a Neruda o a Tejada pero también citando el simbolismo de Rimbaud o el teatro de la crueldad de Antonin Artaud al que convertiste en la obra maestra del nuestro rock. Elevaste a la música popular a aquel poeta maldito y eso que eras un pibe de 23 años entusiasmado con la primavera camporista de Perón y del Tío. Y eso que el militantismo dogmático de la época asociaba el rock con una expresión del imperialismo yanky. Yo jugaba al seductor cantando pícaro y pornográfico, susurrando al oído a las muchachas que me gusta ese tajo y realmente me gustaba. Descubrimos un mundo de belleza, un yacimiento de honradez intelectual y neuronas limpias. Porque seguramente ese es tu legado: se puede ser Gardel sin participar del show frívolo de la figuración y el caretaje. A lo mejor fuiste un poco menos notorio pero mucho más notable. A Lo mejor vendiste menos discos pero nunca nos vendiste nada. Creciste con nosotros pero nunca quisiste sentar cabeza. Ni transar. Obsesivo hasta el martirio, mortificado por todos los dolores. Siempre el perfil bajo, siempre lejos de las luces de la de la falsedad. Fuiste un gigante amasado con ética y estética.
Después de tanta mugre y corrupción K conviene abrir las ventanas de nuestras cabezas y dejar que ingrese el aire puro. Respirar un poco después de tanta podredumbre. Una excelente noticia siempre nos ayuda. Le recuerdo que hace un tiempo, por votación de los vecinos, el paso bajo a nivel de Avenida Congreso en el cruce con las vías del ferrocarril Mitre fue bautizado “Luis Alberto Spinetta”. Un homenaje de los habitantes de Villa Urquiza a un vecino ilustre que hasta su productora llamada “La Diosa Salvaje” había instalado en la Iberá al 500. Barrio, barrio, como le gustaba decir al flaco. Barrio de medialunas crocantes casi caseras en los boliches, de árboles añosos que respiran ecología y salud. Hoy hay un mural extraordinario en la pared del túnel con la tapa de 30 trabajos musicales de Spinetta. Alegran la vista, celebran la vida. No me arrepiento de haber seguido minuto a minuto las noticias de los corruptos que envenenan la democracia. Pero también creo que hay que buscar un pulmón que nos saque de la asfixia.
Uno de esos pulmones creativos se llama Luis Alberto Spinetta. El día de su cumpleaños es el día del músico argentino. Está todo dicho.
Ya se lo conté alguna vez. Yo era un chico de la música comercial de Palito, el Club del Clan y los demás hasta que un compañero del secundario cordobés en el Manuel Belgrano, el loco Bernabeu, me dijo: “escuchá esto, boludo. Avivate”. Era aquel disco entrañable de Almendra con la lágrima y la sopapa en la tapa. Esa lágrima que hoy es un emblema de lo que sentimos a cinco años.
Ese disco, long play se decía, salió a la venta el 15 de enero de 1970. Yo tenía 15 años y el flaco estaba a punto de cumplir los 20.
Por esa puerta de Almendra entré a la música progresiva, descubrí a Manal y a Los Gatos. No sabía que estaba asistiendo a un parto de la historia porque estaba naciendo el rock nacional con Emilio del Guercio, Edelmiro Molinari, Rodolfo García y el flaco, entre tantos otros.
Flaco, flaquito, te extrañamos. Odio ese cigarrillo que te asesinó. Ese océano de tabaco en donde te ahogaste igual que Sandro. Yo sé que a esta hora Ana no duerme preocupada por Fermín. Que Foucault no tiene quien le escriba. Confieso que después de Pescado Rabioso, en algún momento te me fuiste haciendo Invisible. Empecé a perderte por culpa de mis dogmas blindados. Pero te recuperé cuando Charly rezó por vos. Siempre jugando el Superclásico de las antinomias argentinas. ¿Charly o Spinetta? Los dos, carajo. ¿Desde cuándo hay que elegir entre dos genios?
Creo que hubo una despedida en un estadio y no nos dimos cuenta. En la cancha de Vélez tocaste hasta que te sangraron los dedos. Ese recital interminable hasta el amanecer en comunidad. Estabas alegre, incansable, rodeado de la multitud y de tus amigos. No se terminaba nunca. “No te mueras nunca”, te gritaban los muchachos.


Flaco, flaquito, te extrañamos. Fuiste la conciencia crítica del rock. Una suerte de guía espiritual por los caminos de la honradez. La última vez te ví, estabas poniendo el cuerpo solidario como siempre. Con los padres y las madres y los hermanos de los que murieron en la tragedia del colegio Ecos. Empujando siempre. Poniendo tu nombre para convocar más y mejor. Usando tu chapa para los demás. Para calmar en algo si eso es posible a los padres del desgarro. Hasta en el comunicado donde confirmaste que el cáncer te estaba acorralando aprovechaste para decir que pertenecías a la agrupación “Conduciendo a conciencia” y rogaste que en las fiestas no chupara el que tenía que manejar.
Se quedan con nosotros para consolarnos Litto Nebbia y Moris y te esperan para una gran zapada Pappo y Tanguito. Nosotros no tenemos consuelo, Flaco, flaquito. No nos queda otra que cantar en voz baja, que despedirte con una plegaria, como si fueras un niño dormido que quizás tenga flores en su ombligo.
Flaco flaquito, gracias por ayudarnos a respirar en momentos de tanta contaminación. Quizás te sientas gorrión esta vez, o tus dedos se vuelvan pan, barcos de papel sin altamar. Flaco flaquito, que nadie te despierte, que te dejen seguir soñando en libertad.

A. L. 

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