viernes, 10 de febrero de 2017
LIBERTAD DE PENSAMIENTO
Si ahora que ya pasaron más de cincuenta años, cualquier tema de The Beatles sigue sonando fresco y contemporáneo, imagínense la emoción que nos producía a los que fuimos chicos en los sesenta cuando se iban conociendo por primera vez y explotaban sin parar durante semanas y semanas en la cumbre de los rankings musicales.
Pero, para qué negarlo, entonces la única grieta militante y recurrente que conocíamos provenía precisamente del lado melódico. Los que levitaban con la beatlemanía se sentían más incómodos con los Rolling Stones, como si no fuese posible disfrutar de ambas fabulosas bandas al mismo tiempo, como pudimos entenderlo muchos años después.
Época especial y ambivalente la década del 60: la primera tanda de gobiernos peronistas había quedado atrás con su balance de mejoras sociales e inquietantes asperezas que la destructiva alternancia de gobiernos civiles y militares sólo lograron ahondar en los oscuros 70 hasta convertirlas en tragedia.
Agradezco haber crecido en el seno de una familia donde fluían en libertad concepciones políticas bien diversas (conservadora, peronista, de izquierda, nacionalista y radical) y que mi educación haya fluctuado de colegios privados, como la Escuela Argentina Modelo, a estatales, como el Sarmiento, combinación que considero más que clave en mi formación definitiva con cierta apertura mental y tolerancia hacia las ideas diferentes. Y que los 60, aun con sus graves problemas, fueran intelectualmente tan luminosos, con su primera liberalización de las costumbres, el Di Tella, el boom de la novela latinoamericana, el psicoanálisis, Primera Plana y Jorge Luis Borges, Victoria Ocampo, Astor Piazzolla y tantos otros gigantes vivitos y coleando, aportando a aquel ecosistema cultural tan estimulante.
En esos tiempos convivieron en veredas diferentes, más por la indiferencia que se profesaban que porque se enfrentaran, la música pasatista de los temas de moda, pegadizos y elementales, con rimas y orquestaciones premeditadamente básicas, y la música "progresiva" del rock nacional, con exploraciones y sensibilidades más complejas y líricas.
Ya sé que había que tomar partido por uno u otro bando, pero qué quieren que les diga, amé a los dos. En vez de ponerme en un cómodo lugar elitista de rechazo a aquellas melodías simplonas, asumí la contradicción y no sobredramaticé al entender que eran para divertirse y pasarla bien sin rosca. Hasta me compré el long play (no negro, sino multicolor) de Sótano Beat, uno de los programas de TV que propagaban aquellas canciones que algunos consideraban que eran más acordes para las empleadas domésticas y "el populacho" porque eran una "mersada". Es paradójico que muchos de esos planteos elitistas proviniesen de una leve izquierda cafetera de la avenida Corrientes, que, se supone, podría haber sido un poco más abierta a estéticas más llanas que conectaban con lo popular. Decían, en cambio, que era veneno impuesto por las discográficas (un cuco anticipatorio de la llamada "prensa hegemónica").
En cierta manera me siento un precursor porque con los años, la proscripción vergonzante que de la clase media para arriba, fuese de izquierda o de derecha, les había impuesto a aquellos hits, comenzó a levantarse paulatinamente y hace rato suenan sin complejos en fiestas de cualquier clase social.
Y, por suerte también, el rock dejó de ser perseguido y adquirió la centralidad que se merecía. El abrazo amoroso de Palito Ortega a Charly García, que le salvó la vida, bien podría ser una poderosa metáfora de esa reconciliación.
No entiendo los alambres de púa entre géneros musicales. ¿Será porque en casa sonaban Los Chalchaleros y Los Fronterizos, pero también Violeta Parra y Alfredo Zitarrosa? ¿O porque del tocadiscos familiar salían los acordes de Mozart y Beethoven, pero también los de Stravinsky y Bela Bartok? ¿Será porque me causaba la misma alegría tararear a Donald y a Abba que a Sui Generis y a Pedro y Pablo?
¿Será porque estudié con la mismísima profesora clásica de conservatorio tradicional que Charly García? ¡No temáis!: me dediqué a otro tipo de teclados.
P. S.
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