martes, 7 de febrero de 2017
LOS INCREÍBLES MISTERIOS DE LA PANZA
En nueve lunes cambia, todo cambia
Ya se sabe: la maternidad deja huellas, tanto en el bebé como en la mamá. Pero ahora empezamos a entender que esas huellas son verdaderas marcas en el cuerpo y en el cerebro; así, embarazo y parto mediante, ya nada será lo mismo.
No se trata de evidencias circunstanciales como el irrefrenable deseo de frutillas con crema a las 3 de la mañana o las curvas en el cuerpo, sino de cambios que se pueden medir con esos aparatitos de laboratorio que hacen ¡bing! y prenden luces de colores. Por ejemplo, el análisis de imágenes cerebrales de madres primerizas que indica que las áreas relacionadas con la cognición social y la teoría de la mente (la capacidad de meterse en la cabeza de otro e imaginar qué está pensando) son ampliamente remodeladas durante el embarazo. No sólo eso: estos cambios se mantienen durante los primeros dos años de la maternidad, cuando efectivamente se termina de cementar el vínculo madre-hijo. Estas son áreas que también se activan cuando las mamás ven fotos de sus hijitos (otra prueba del lazo inseparable que se va formando entre estos dos tórtolos, mal que le pese a papá).
Uno puede preguntarse cómo es que el cerebro cambia. así que preguntémonos. Uno de los cambios importantes que se dan en el cuerpo de las futuras mamás es el hormonal: las señales químicas van esculpiendo la fisiología para un embarazo y un parto adecuados. Esas mismas hormonas pueden comunicarse con el cerebro y promover modificaciones específicas como las que mencionamos, que adaptan la materia gris para los desafíos que se vienen.
Por otro lado, muchas mujeres manifiestan problemas con la atención o la memoria durante los nueves meses de crecimiento pancístico. Aquí las evidencias no son tan fuertes, y las pruebas cognitivas que se realizaron no indican cambios significativos en estas tareas, al menos cuando se prueban en laboratorio. Por el contrario, una vez que nació el bebé la memoria puede incluso mejorar.
Pero sí hay pruebas de que el cerebro maternal en ciernes se vuelve más emocional, como preparándose a leer si ese llanto es de hambre, de sueño, de capricho o de probar hasta dónde puedo llegar. Quizá impulsado por la actividad de hormonas como estrógeno y progesterona, el cerebro se las arregla para determinar más finamente las expresiones faciales que denotan emociones: las mujeres embarazadas resultaron mucho más finas a la hora de reconocer estos gestos, quizá como una adaptación evolutiva que ayuda a leer rasgos de peligro o de tranquilidad. Incluso hay un estudio israelí que demostró que el tiempo que se miran fijo mamás y bebés se relaciona con la cantidad de otra hormona, la oxitocina, que tiene que ver tanto con la leche materna como con el sentimiento de unión entre ellos.
Las hormonas también cambian con las condiciones sociales de la crianza. El aislamiento o la falta de contacto estrecho con los padres puede aumentar las hormonas del estrés (así como disminuir la oxitocina). En lo cotidiano, el contacto directo (tocarse, acariciarse) hace que los bebés lloren menos y duerman mejor, lo que a su vez puede traducirse en un mejor desarrollo cerebral.
Pero toda mamá sabe que es el cuerpo entero el que cambia durante el embarazo (como saben los poetas, ya que en nueve lunas crecerá tu cintura, tendrás color de espiga, vestirás simplemente y andarás con fatiga). Uno de los cambios se da en. el intestino, más precisamente en las bacterias que nos (las) acompañan desde adentro y son fundamentales en la digestión. Sí: cambia no sólo la cantidad, sino también el tipo de microorganismos que componen la flora bacteriana, lo que a su vez modifica el metabolismo, de nuevo preparando el cuerpo para lo que se viene.
Cambia, todo cambia cuando se espera un hijo. Los padres saben que es uno de los momentos más importantes de la vida, cuando muchas veces no sabemos para dónde apuntar. En esos tiempos, como escribió el maravilloso poeta Miguel Hernández, menos tu vientre, todo es confuso.
D. G.
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