Las fronteras forman parte de nuestras posesiones, muchas impuestas por nosotros, otras legadas por las mismas culturas e idiosincrasias de los países de los que somos ciudadanos. Para mantener el orden y los intentos de eficacia, el planeta esta regido por códigos escritos y también por otros menos fiscalizados pero tan fuertes como contundentes, que se pasan de generación en generación y van dándole forma a todos nuestros entornos. Los códigos del silencio.
Límites, divisorias, barreras, márgenes, cercos, muros son una extensión de la vida, tenemos una tendencia a proteger todo lo que nos rodea, es un instinto natural y cultural.
Como individuos crecemos poniendo limites, nos los enseñan desde muy niños y forman parte de la acción diaria. Este hacer es extensivo a escuelas, grupos étnicos de inmigrantes o amigos, que parecen guarecerse en la intimidad de lenguajes comunes.
Sin pensarlo, nuestros días están llenos de límites, al cerrar la puerta del baño, al vestirnos, al despedirnos o al subirnos a un auto. Pasamos el día desafiando o abrazando límites de todo tipo. Las luces de los semáforos y las cortinas. Cada uno tiene un porqué, y sin darnos cuenta convivimos en una vida regida por ellos.
Así como nos protegen, de alguna forma no nos dejan crecer, experimentar, cambiar, buscar. Marcan una zona de confort donde nos vamos asentando lentamente hasta que llegamos al punto de ser parte de ellos. Así, creo que a veces es bueno aventurarnos a las esquinas de esas barreras para comprender que sí podemos cruzarlas y hacer cambios que quizás renueven gratamente nuestra existencia.
Para los animales también, los modelos agropecuarios vigentes en una enorme cantidad de regiones han dejado a los alambrados como fronteras vivas, como pasos naturales y guaridas para animales y pájaros. Para ellos, estos miles de kilómetros de alambrados o cercos son como autopistas donde viven, se esconden, anidan y sobreviven a la falta de otros espacios silvestres.
No hace falta hablar con biólogos o botánicos para comprender esta ecuación de espacios en la que fuimos obligando a las especies a sobrevivir de alguna manera.
Camino por el campo, siguiendo un alambrado extenso, debe de tener más de ochenta años, ya que pegados a él han crecido matorrales, arbustos y árboles de gran porte.
Al no llegar hasta ellos, las máquinas de arar y las cosechadoras convierten estos lugares en corredores naturales para flora y fauna nativa.
Muchos animales son muy territoriales protegiendo las regiones marcadas, defendiéndolas fieramente.
La cocina también tiene limites y fronteras, el uso de condimentos, los tiempos de cocción, la puerta de un horno, una cacerola o la heladera.
Saco mi sartén negra de Francia, tiene un brillo mate de miles de cocciones. Prendo la hornalla con fuego medio bajo. Dispongo una nuez de manteca muy generosa. Al verla derretida y espumosa rompo dos huevos suavemente. Los haré fritos deliciosamente perfectos, para ello inclino ligeramente la sarten recogiendo con la cuchara manteca derretida y caliente que les voy echando por encima. Mientras, tengo un plato hondo calentándose en el horno, ellos también van quebrando límites; la cáscara, la sartén con la manteca. Como sazón, sal de mar y abundante pimienta negra recién molida.
Saco mi sartén negra de Francia, tiene un brillo mate de miles de cocciones. Prendo la hornalla con fuego medio bajo. Dispongo una nuez de manteca muy generosa. Al verla derretida y espumosa rompo dos huevos suavemente. Los haré fritos deliciosamente perfectos, para ello inclino ligeramente la sarten recogiendo con la cuchara manteca derretida y caliente que les voy echando por encima. Mientras, tengo un plato hondo calentándose en el horno, ellos también van quebrando límites; la cáscara, la sartén con la manteca. Como sazón, sal de mar y abundante pimienta negra recién molida.
Sobre una tostada se ven felices con sus colores y brillos ¿como nosotros cuando escondemos nuestros sentimientos entre las fronteras de la moda.
No es esta una apología a quebrar reglas o desafiar las leyes, sólo pensar que hay algunas fronteras elegidas por nosotros mismos, que se traducen en rutinas que parecen hacer desaparecer la misma ilusión de vivir. Es mejor asomarnos a la cornisa y mirar, quizás la cuesta no sea tan escabrosa.
No es esta una apología a quebrar reglas o desafiar las leyes, sólo pensar que hay algunas fronteras elegidas por nosotros mismos, que se traducen en rutinas que parecen hacer desaparecer la misma ilusión de vivir. Es mejor asomarnos a la cornisa y mirar, quizás la cuesta no sea tan escabrosa.
F. M.
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