miércoles, 2 de noviembre de 2022

LA MENTE Y EL ALMA EN EL ARTE


Ángeles blancos y negros, en un pacto con la inspiración
Son muchos y célebres los casos de escritores y artistas cuya melancolía, paranoia o esquizofrenia marcaron su obra
Gisela Antonuccio

CIUDAD DE MÉXICO.– ¿Cómo la enfermedad se transforma en cimiento de una experiencia artística? ¿Puede un artista huir de la pasión que lo destruye? Algunas historias recuerdan que el arte es una salvación a medias cuando la locura se obstina en arrebatar el alma. “Busque la vida”, le pide el médico al músico en
La hermana, de Sándor Márai, para salvarlo de la enfermedad. “Todo hombre debe asumir algún día el peso de la pasión, como si fuese una cruz”, responde el músico. En la novela del húngaro –que se quitó la vida en California, en 1989– coinciden la sedación y la morfina, y la voluntad surge como el único remedio capaz de atravesar ese dolor existencial.
“Una mirada desde la alcantarilla puede ser una visión del mundo”, escribió Alejandra Pizarnik (19361972) en Árbol de Diana (1962). Traducida a varias lenguas, se convirtió en musa y referencia de varios autores, mientras legiones de lectores siguen maravillándose por la belleza atroz que extrajo de su infierno. “No quiero ir nada más que hasta el fondo”, dijo en 1972, antes de su muerte. La encontró un 25 de septiembre, hace medio siglo, durante un fin de semana fuera de la clínica psiquiátrica. Ingirió unas 50 pastillas de un barbitúrico que produce sedación y se prescribe en casos de angustia.
Ángeles negros
La locura fue a menudo en la historia la palabra más a mano para resumir un complejo de enfermedades mentales padecidas por artistas con melancolía, paranoia, esquizofrenia o marginados de la sociedad. ¿Cabría hoy otro diagnóstico para Camille Claudel (1864-1943) señalada con demencia por una sociedad misógina, que pasó por alto el talento que su maestro y amante, Auguste Rodin (1840-1917), aprovechó y sometió? “Déjame verte todos los días (...) no dejes a la fea y lenta enfermedad apoderarse de mi inteligencia, del amor ardiente y tan puro que siento por ti. En fin, piedad querida, y tú misma serás recompensada”, le escribió el francés, de 43 años. Camille, de 19, cumplió ese pedido. Modelaba manos y pies que Rodin componía. Después de un aborto, creó La edad
madura, el conjunto escultórico en el que se exhibe de rodillas. Rodin luce de espaldas y junto a una mujer, que representa a Rose Beuret, la amante que la reemplazó. Recluida en su taller, donde había comenzado a destruir sus obras, la familia la internó en el manicomio de Montdevergues, en la zona de Avignon, donde pasó sus últimos 30 años. Ahí murió sola, antes de cumplir ochenta.
“Enfermedad,muerte y locura fueron los ángeles negros que velaron mi cuna y, desde entonces, me han perseguido durante toda mi vida”, dijo Edvard Munch (1863-1944). El temperamento nervioso del pintor noruego de El grito empeoró en 1908, tras un fracaso emocional. Adicto al alcohol, con ideas alucinatorias y ánimo suicida, fue ingresado en un neuropsiquiátrico en Copenhague. “Estaba al borde de la locura: era solo tocar y caer –dijo al salir–. Así como Leonardo estudió la anatomía humana y disecó cuerpos, yo trato de disecar almas. Mis problemas son parte de mí y por lo tanto de mi arte. Ellos son indistinguibles de mí, y su tratamiento destruiría mi arte. Quiero mantener esos sufrimientos”.
Desde los 20 años, los ataques nerviosos persiguieron a Virginia Woolf (1882-1941). Quizás hoy se los llamaría crisis de ansiedad. Luego de su última novela, Entre actos, la inglesa entró en una depresión. En 1941, afectada por la pérdida de su casa en Londres en la Segunda Guerra Mundial, llenó con piedras sus bolsillos, echó a andar por un río y se ahogó. Semejante a Sylvia Plath (1932-1963), quien se suicidó el mismo año de la publicación de La campana de cristal, tras abrir la llave del gas.
El paso por la internación psiquiátrica de Emmanuel Carrère fue transitorio y detallado, de los electroshocks a la bipolaridad, en las páginas de su último libro, Yoga. Las escenas hospitalarias se repiten en varios artistas, antes o después de su consagración. En Yayoi Kusama (Matsumoto, 1929), ambas experiencias –arte y encierro– forman parte de un mismo proceso. En 1975, ingresó de forma voluntaria al Hospital Shinjuku, en Tokio. Pero tal vez el caso más emblemático de encierro de un artista sea el del bailarín Vaslav Nijinsky (1889-1950). Su ascenso y perdición fueron de la mano del empresario de los Ballets Rusos Sergei Diaghilev. Amantes, el idilio duró seis años. No tenía 30 cuando la esquizofrenia se apoderó de su mente; desde 1919 hasta su muerte en Londres, en 1950, entró y salió de asilos y psiquiátricos, en los que escribió sus Diarios. “Conozco a los literatos, los entiendo. Ellos quieren examinar mi cerebro, pero yo quiero examinar sus mentes. No soy un fakir ni un mago, soy dios en un cuerpo”, anotó.

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