Rosa Montero. “Todos los libros son como sueños, porque nacen del inconsciente”
En El peligro de estar cuerda, proyecto literario de toda una vida, la escritora española explora como un detective la relación entre los desequilibrios mentales, el arte y el poder de la imaginación
Texto Constanza Bertolini | Foto Fabián Marelli
Kafka masticaba cada bocado 32 veces. Agatha Christie escribía en la bañera. Freud les tenía miedo a los trenes, Hitchcock a los huevos y Napoleón a los gatos. Proust se metió un día en la cama y no salió. Tampoco Onetti. Y Rosa Montero… Bueno, la española también tiene lo suyo. “Ser raro no es nada raro”, asegura. Su aseveración es una suerte para todos, especialmente para los artistas, y sobre todo, para los escritores. “De la relación entre la creatividad y cierta extravagancia. O de si ser artista te hace más proclive al desequilibrio mental”, de eso va su nuevo libro, El peligro de estar cuerda (Seix Barral), que presenta en Buenos Aires. “Ningún genio fue grande sin un toque de locura”, decía Séneca. También a él la autora cita en un volumen repleto de referencias, casos, estadísticas y, claro, una mirada al propio espejo.
Los escritores tienen hasta cuatro veces más posibilidades de padecer un trastorno bipolar y tres veces más depresiones que la gente no creativa. Según otro estudio, el 50% de los novelistas tiene algún trastorno de ánimo. Montero no se escapa a la probabilística –sería lo de menos, al fin y al cabo–: sufrió en la adolescencia ataques de pánico, “la gripe de los desequilibrios mentales”, y fue suficiente para llevarla de excursión al lado salvaje.
La verdad es que después de leer su libro no cuesta nada imaginar la cocina de su casa, donde tiene la mesa más grande, invadida de cuadernos con notas, cartulinas y una lista de abordajes para conectar. Tres años de investigación hubo detrás de un tema que le quita el sueño desde la infancia. Se armó un “bosque impenetrable de datos”, dirá. En su inconsciente encontró el machete para abrirse paso entre él y escribir.
Con una calavera de tachitas verdes flúo en su remera, más cerca del Día de los Muertos mexicano que de la noche de Halloween, Rosa Montero (Madrid, 1951) celebra estar de regreso en Buenos Aires. ¡Si venía cada año! La última vez, en 2019, sacó una foto de la vista de su cuarto de hotel que ahora recuerdan todos los lectores de El peligro de estar cuerda. Es parte de un juego que cumple a rajatabla cuando viaja y que sus seguidores ya le reclaman en las redes si se demora. Por ejemplo, ayer, desde el Four Seasons, capturó “las aguas ocres del río, con unas grúas delante y un cielo nublado pero qué bonito”. Enseguida había debajo 129 comentarios, 1431 Me gusta: “no me han dado tiempo ni de verlo”. –Podría decirse que en el catálogo de temores, el miedo a volverse loco está en el escalón inmediatamente anterior al umbral mayor: el miedo a la muerte. Considerando el momento de locura y de muerte en que escribiste este libro, ¿cómo operó entonces la pandemia?
–Es una reflexión interesante. Fijate que pensé que de algún modo estaba más preparada para una cosa como la pandemia, porque toda la vida he estado obsesionada con la muerte y porque ya he tenido que dirimir y que enfrentarme al abismo del trastorno mental. A mí me parece insólito que haya gente que crea que no se va morir, que vive como si fuera eterna, y no piensa jamás en la muerte: yo lo hago desde que tengo 10 años. Me recuerdo diciendo: “Mira, Rosita, qué tarde tan bonita, disfrútala porque enseguida pasará el tiempo y estarás esta noche en la cama”, algo que no me gustaba nada. Aún hoy no consigo irme a dormir antes de las dos o tres de la mañana, es un día menos de vida. Decía entonces: “Mira Rosita que enseguida será mañana en el colegio; que enseguida te harás mayor; que enseguida se habrán muerto tus padres y que enseguida morirás tú”. Ya estoy en ese escalón, por cierto: se han muerto mis padres. Suena tremendo, pero no lo es tanto, porque si dices: “Mira Rosita, qué tarde tan bonita, disfrútala”, eso indica una manera de estar frente al mundo. Y si estás llena de la conciencia de la muerte también estás muy llena de la conciencia de la vida. Y yo lo pago. Pago ese precio del sentimiento trágico de la vida porque da una intensidad tremenda. Volviendo a tu pregunta, es cierto, el libro lo empecé antes, y no tengo la sensación de que la pandemia me haya dado algo más.
–Está también ese paralelismo que hacés entre la soledad y la locura: la pandemia fue soledad. –Sí, pero en la pandemia se sentía la soledad existencial frente al riesgo a la muerte, que no es esto. La soledad de la locura es una soledad patológica. El trastorno mental te engaña y te hace creer que eso que te sucede, solo te sucede a ti. Es una soledad estratosférica. Yo he tenido crisis de pánico, que son primas hermanas de las crisis de angustia, y no sabes de dónde viene el pánico. Cuando se lo dices a la gente, piensan que también les ha pasado, que se trata de ponerse nervioso…. ¡Y no tiene nada que ver! Con un trastorno mental lo que sientes es que viene un gigante, te pega una patada y te saca de ti y del mundo: nadie más en la Tierra siente lo mismo que tú, eres un marciano. Por eso es inefable, porque has dejado de pertenecer a la especie humana. Y esa soledad incomprensible es la base del dolor psíquico que, para mí, es uno de los dolores más grandes de la vida. Para intentar explicar esta soledad se me ocurre un símil y aún así me quedo corta: es como el astronauta al que de repente se le rompe la manguera que lo une a la nave y empieza a derivarse hacia el espacio infinito. Es lo único que hay en trillones de kilómetros y años luz. Sientes eso. Un trastorno mental es inexplicable, no lo puedes contar.
–Qué desesperación que te pregunten “¿qué te pasa?”
–Claro, no hay que preguntar. Cuando estás ahí derivando hacia Alfa Centauri [se ríe de su comparación] lo que hace la sociedad, que es terrorífico, es añadir el estigma, que te empuja más. Cuando lo que tendría que hacer es alargar la mano, agarrar al cosmonauta y traerlo a Tierra. Preguntar no sirve de nada, pero tocar sí: hay que agarrar al cosmonauta [pone una mano sobre la pierna, en señal de compañía]. –Este no es un libro de catarsis, sino un trabajo obsesivo de años. Imagino un archivo en el que fuiste guardando información y catalogando en carpetas, también casos extraños: artistas que enloquecieron y habían perdido a un hermano o que habían tenido sífilis. Y hay una hermosa clasificación: los que soñaron sus obras, las crearon inconscientemente antes de hacerlas realidad. ¿Vos habías soñado este libro?
–Es cierto, es un interés de toda la vida: es como si hubiera roído estos huesos desde hace veinte años, de a cachitos, y ahora tengo el esqueleto entero. No, no lo soñé, pero en realidad todos los libros son como sueños, porque nacen del mismo lugar, del inconsciente. Y tienen una cualidad parecidísima, la misma autonomía con la que nacen los sueños por la noche. Tú no escoges los libros que escribes, los libros te escogen a ti. Me encanta esto que dices porque cuando puse punto final a una recopilación de información que podía ser eterna tenía cuatro cuadernos enormes llenos de notas, un montón de cartulinas anotadas y una lista con más de 80 temas que quería tocar. Lo puse todo extendido en la mesa de la cocina y dije: ¡madre mía! Era un bosque de datos tan impenetrable que pensé que sería incapaz de moverme. ¿Qué camino hago? Me pasé dos días desesperada, pensando que no iba a ser capaz, que se iba a morir el libro (se me han muerto dos ya y con ellos he perdido años de trabajo). Pero tomé una decisión que es la que lo salvó: no lo voy a hacer con la cabeza, que es como haces un trabajo intelectual, lo voy a hacer como hago mis novelas. Cierro los ojos y me dejo llevar por la música del libro, guiada por el inconsciente. Por eso el libro tiene ese tono como de indagación detectivesca, como de novela de misterio. De hecho, me siento Sherlock Holmes. Llegué a conclusiones, llegué a responderme como una epifanía.
–¿Qué descubriste?
–Por qué una serie de personas tenemos una cabeza distinta, por qué necesitamos hacer esa cosa tan rara de sentarse en una esquina de la casa y meter las mejores horas durante años para inventar mentiras. Esto es absurdo y, sin embargo, una pulsión brutal te lleva a eso porque sino no puedes vivir. ¿Qué te obliga a hacer esa estupidez? ¿A qué llamamos locura? ¿A qué llamamos cordura? ¿Y qué relación hay entre eso y la creatividad?
–¿A qué llamamos realidad?
–Para mí la realidad es algo muy poco fiable, es una especie de telón de gasa que se mueve y deja ver la oscuridad. Yo me salí de la realidad con 16 años y no he podido volver a creer en ella. Si estaba en casa de mis padres, en el comedor, con la televisión encendida, y sin que pasara nada de repente se fue todo el mundo al otro lado de un túnel negro, cómo me voy a fiar de la realidad. Ahora he formado todo un mapa y tengo respuestas para todo esto. No es terapéutico, yo ya había llegado a un acuerdo con mi mochila de oscuridad. No me siento menos loca.
–¿Y sentís menos miedo?
–Un poquito menos de miedo, pero no a la locura, sino a la muerte. Eso es con cada libro: escribo para perderle miedo a la muerte. Y siento un logro intelectual enorme, una sensación de serenidad por haber alcanzado una comprensión mayor de lo que somos. Entiendo mejor el mundo después de terminar este libro.
–Es una reflexión interesante. Fijate que pensé que de algún modo estaba más preparada para una cosa como la pandemia, porque toda la vida he estado obsesionada con la muerte y porque ya he tenido que dirimir y que enfrentarme al abismo del trastorno mental. A mí me parece insólito que haya gente que crea que no se va morir, que vive como si fuera eterna, y no piensa jamás en la muerte: yo lo hago desde que tengo 10 años. Me recuerdo diciendo: “Mira, Rosita, qué tarde tan bonita, disfrútala porque enseguida pasará el tiempo y estarás esta noche en la cama”, algo que no me gustaba nada. Aún hoy no consigo irme a dormir antes de las dos o tres de la mañana, es un día menos de vida. Decía entonces: “Mira Rosita que enseguida será mañana en el colegio; que enseguida te harás mayor; que enseguida se habrán muerto tus padres y que enseguida morirás tú”. Ya estoy en ese escalón, por cierto: se han muerto mis padres. Suena tremendo, pero no lo es tanto, porque si dices: “Mira Rosita, qué tarde tan bonita, disfrútala”, eso indica una manera de estar frente al mundo. Y si estás llena de la conciencia de la muerte también estás muy llena de la conciencia de la vida. Y yo lo pago. Pago ese precio del sentimiento trágico de la vida porque da una intensidad tremenda. Volviendo a tu pregunta, es cierto, el libro lo empecé antes, y no tengo la sensación de que la pandemia me haya dado algo más.
–Está también ese paralelismo que hacés entre la soledad y la locura: la pandemia fue soledad. –Sí, pero en la pandemia se sentía la soledad existencial frente al riesgo a la muerte, que no es esto. La soledad de la locura es una soledad patológica. El trastorno mental te engaña y te hace creer que eso que te sucede, solo te sucede a ti. Es una soledad estratosférica. Yo he tenido crisis de pánico, que son primas hermanas de las crisis de angustia, y no sabes de dónde viene el pánico. Cuando se lo dices a la gente, piensan que también les ha pasado, que se trata de ponerse nervioso…. ¡Y no tiene nada que ver! Con un trastorno mental lo que sientes es que viene un gigante, te pega una patada y te saca de ti y del mundo: nadie más en la Tierra siente lo mismo que tú, eres un marciano. Por eso es inefable, porque has dejado de pertenecer a la especie humana. Y esa soledad incomprensible es la base del dolor psíquico que, para mí, es uno de los dolores más grandes de la vida. Para intentar explicar esta soledad se me ocurre un símil y aún así me quedo corta: es como el astronauta al que de repente se le rompe la manguera que lo une a la nave y empieza a derivarse hacia el espacio infinito. Es lo único que hay en trillones de kilómetros y años luz. Sientes eso. Un trastorno mental es inexplicable, no lo puedes contar.
–Qué desesperación que te pregunten “¿qué te pasa?”
–Claro, no hay que preguntar. Cuando estás ahí derivando hacia Alfa Centauri [se ríe de su comparación] lo que hace la sociedad, que es terrorífico, es añadir el estigma, que te empuja más. Cuando lo que tendría que hacer es alargar la mano, agarrar al cosmonauta y traerlo a Tierra. Preguntar no sirve de nada, pero tocar sí: hay que agarrar al cosmonauta [pone una mano sobre la pierna, en señal de compañía]. –Este no es un libro de catarsis, sino un trabajo obsesivo de años. Imagino un archivo en el que fuiste guardando información y catalogando en carpetas, también casos extraños: artistas que enloquecieron y habían perdido a un hermano o que habían tenido sífilis. Y hay una hermosa clasificación: los que soñaron sus obras, las crearon inconscientemente antes de hacerlas realidad. ¿Vos habías soñado este libro?
–Es cierto, es un interés de toda la vida: es como si hubiera roído estos huesos desde hace veinte años, de a cachitos, y ahora tengo el esqueleto entero. No, no lo soñé, pero en realidad todos los libros son como sueños, porque nacen del mismo lugar, del inconsciente. Y tienen una cualidad parecidísima, la misma autonomía con la que nacen los sueños por la noche. Tú no escoges los libros que escribes, los libros te escogen a ti. Me encanta esto que dices porque cuando puse punto final a una recopilación de información que podía ser eterna tenía cuatro cuadernos enormes llenos de notas, un montón de cartulinas anotadas y una lista con más de 80 temas que quería tocar. Lo puse todo extendido en la mesa de la cocina y dije: ¡madre mía! Era un bosque de datos tan impenetrable que pensé que sería incapaz de moverme. ¿Qué camino hago? Me pasé dos días desesperada, pensando que no iba a ser capaz, que se iba a morir el libro (se me han muerto dos ya y con ellos he perdido años de trabajo). Pero tomé una decisión que es la que lo salvó: no lo voy a hacer con la cabeza, que es como haces un trabajo intelectual, lo voy a hacer como hago mis novelas. Cierro los ojos y me dejo llevar por la música del libro, guiada por el inconsciente. Por eso el libro tiene ese tono como de indagación detectivesca, como de novela de misterio. De hecho, me siento Sherlock Holmes. Llegué a conclusiones, llegué a responderme como una epifanía.
–¿Qué descubriste?
–Por qué una serie de personas tenemos una cabeza distinta, por qué necesitamos hacer esa cosa tan rara de sentarse en una esquina de la casa y meter las mejores horas durante años para inventar mentiras. Esto es absurdo y, sin embargo, una pulsión brutal te lleva a eso porque sino no puedes vivir. ¿Qué te obliga a hacer esa estupidez? ¿A qué llamamos locura? ¿A qué llamamos cordura? ¿Y qué relación hay entre eso y la creatividad?
–¿A qué llamamos realidad?
–Para mí la realidad es algo muy poco fiable, es una especie de telón de gasa que se mueve y deja ver la oscuridad. Yo me salí de la realidad con 16 años y no he podido volver a creer en ella. Si estaba en casa de mis padres, en el comedor, con la televisión encendida, y sin que pasara nada de repente se fue todo el mundo al otro lado de un túnel negro, cómo me voy a fiar de la realidad. Ahora he formado todo un mapa y tengo respuestas para todo esto. No es terapéutico, yo ya había llegado a un acuerdo con mi mochila de oscuridad. No me siento menos loca.
–¿Y sentís menos miedo?
–Un poquito menos de miedo, pero no a la locura, sino a la muerte. Eso es con cada libro: escribo para perderle miedo a la muerte. Y siento un logro intelectual enorme, una sensación de serenidad por haber alcanzado una comprensión mayor de lo que somos. Entiendo mejor el mundo después de terminar este libro.
http://indecquetrabajaiii.blogspot.com.ar/. INDECQUETRABAJA
No hay comentarios.:
Publicar un comentario
Nota: sólo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.