Un domingo en familia, dirigida por Juan Pablo Gómez. Lunes, a las 21, en El Galpón de Guevara, Guevara 326. $ 1500. La fundación, dirigida por Federico Nanyo. Jueves, a las 21.30, en La Mueca, José A. Cabrera 4255. $ 1300. Y a otra cosa mariposa, dirigida por Judit Gutiérrez. Sábados, a las 19.30, en La Ranchería, México 1152. $ 1200.
Susana Torres Molina reflexiona sobre Un domingo en familia
La gran dramaturga y directora reestrenó una de sus joyas: Un domingo en familia; pero repasa su trayectoria, el exilio y el teatro
| Foto Fabián Marelli Texto Leni González
“No me perdí de nada. Hice todo lo que quise y más”, dice Susana Torres Molina casi con provocación pero sin inmutarse. Quienes la conocen a fondo suelen preguntarle para cuándo sus memorias. “Empecé varias veces pero lo dejo por ahora. Y sí, hay una cosa que no hice: la militancia”. Tal vez por eso, una parte de sus 30 obras escritas aborda con potencia, desde distintos lugares y nunca de modo maniqueo ni lineal, la vida política en los años setenta. Una trilogía, hasta el momento, conformada por Esa extraña forma de pasión, La fundación y Un domingo en familia, las dos últimas en cartel.
Recién en 2019, llegó al Teatro Nacional Cervantes con la imperdible Un domingo en familia, sobre el secuestro y desaparición del dirigente montonero Roberto Quieto a finales de 1975, dirigida por Juan Pablo Gómez, restrenada hace muy poco en El Galpón de Guevara. El elenco lo integran Anabella Bacigalupo, Lautaro Delgado Tymruk, Guillermina Etkin, Sergio Mayorquin y José Mehrez.
–¿Los temas eligen a los autores o al revés?
–Es dialéctico porque empezás a investigar temas porque te interesan y por alguna razón, te sentís como elegida para abordarlo, algo se enciende y tenés ganas de seguir profundizando. Son ambas cosas. Si hace unos años me preguntaban si yo iba a hacer una obra sobre Roberto Quieto, te decía “ni idea”. Trabajé y leí mucho sobre esos años, aparecían personajes y así encontré a Quieto y al leer el libro Doble condena, de Alejandra Vignollés, me di cuenta que estábamos ante una figura trágica, alguien ante un dilema sin salida. Cuando me dieron la beca para escribirlo, me metí de lleno en su historia. Quieto no estaba convencido de la lucha armada, era abogado, quería negociar, pero, al mismo tiempo, era un jefe militar, un líder a quien seguían. Condenado a muerte por la conducción de Montoneros, acusado de haber delatado bajo tortura, fue secuestrado por los represores el 28 de diciembre de 1975. Su cuerpo sigue desaparecido. Mi mayor tranquilidad es que Guido, el hijo de Quieto, quedara conforme y muy agradecido con lo que hicimos.
–¿Eras militante? ¿Qué relación tenía tu vida con lo político?
–No estaba relacionada. Por supuesto, al tenerlo a Tato (Eduardo Pavlovsky) de compañero estaba al tanto de ese intercambio político, estábamos en el Partido de los Trabajadores. Pero yo no milité porque tenía hijos chicos en ese momento y por eso no fui a la Facultad, no podía. Creo que si hubiera ido, habría empezado a militar. Pero no fue así. El exilio vino por la persecución a Tato, vinieron a buscarlo a casa, mis hijos encañonados, fue tremendo. En España, nos relacionamos con otros tantos artistas exiliados como Norma Aleandro, Luis Politti, Tina Serrano, Piero, Marilina Ross, muchos. Cada uno intentando rearmarse como podía: Politti dicen que murió de tristeza, Tina Serrano vendía plantas por la calle. Hice un corto documental, Lina y Tina, sobre dos actrices argentinas en exilio, puntualmente sobre Tina y Lina De Simone. Tuve que volver a Buenos Aires porque Tato lo deseaba, estaba muy deprimido. Yo no quería volver, estaba muy bien en España, muy productiva.
La primera obra de Torres Molina es de 1977, Extraño juguete, estrenada en el Payró, con dirección de Lito Cruz, y con actuaciones de Elsa Berenguer, Tato Pavlovsky y Beatriz Matar, la única maestra que reconoce haber tenido en su profesión. “No tengo una regla ni método para escribir. Nunca hice un taller de dramaturgia. Estudié actuación con Beatriz Matar, me lo aconsejaron porque era muy introvertida, me lo pasaba leyendo, escribiendo y haciendo deportes. Para las improvisaciones, escribía escenas a pedido de mis compañeros sin saber que estaba escribiendo teatro. De ahí pasé a una obra de media hora, que se hizo en el taller, y luego a Extraño juguete, con el placer de que mi maestra, la única que tuve en el ámbito teatral, fuera la protagonista”, dice.
–¿Por qué fue tan importante Beatriz Matar?
–Porque me abrió la puerta con su inteligencia y sensibilidad. Si me hubiera tocado uno de estos profesores muy críticos y duros habría durado un mes con lo tímida que era. Me sirvió mucho para dar clases: cuando ves a alguien inseguro si eso poquito que hace es estimulado, de a poco se va soltando y se anima a más hasta lograr cambios notables. Si a esa persona le decís: “no servís para esto, dedicate a otra cosa”, como he escuchado que les han dicho a actores, la frustrás. Tenían un poder y una jerarquía incuestionable pero esas tiranías ya no son posibles, han cambiado sus métodos.
–¿Cómo te reinsertaste al volver del exilio en Buenos Aires?
–Tenía otra obra, Y a otra cosa mariposa, que empecé a ensayar en España pero como Tato quería volver a la Argentina, quedó trunco. Al llegar al país se la mostré a las pocas directoras que había en ese momento, a finales de 1981, a Laura Yusem y a Alejandro Boero, pero no podían. Entonces, me decidí a dirigirla yo. Fui la primera autora que dirigió sus propios textos. Diana Rasnovich, Cristina Escofet, Griselda Gambaro que era el faro, no lo hacían. En aquellos años, los autores eran autores y los directores, directores. Nunca pedí permiso, yo hago. Estrenamos en 1982, poco antes de la Guerra por las Malvinas. Fue una experiencia fantástica, mujeres interpretando a cinco hombres en distintos momentos de la vida, desde niños a viejos, una muestra del machismo y patriarcado en forma cruda, con mucho humor negro, que hacían Silvia Baylé, Lina De Simone, Elvira Onetto y Analía Agulló. Con la fantástica asistencia de Ana María Gómez, fundamental en esos cambios vertiginosos. Ahora se habla de Petróleo como novedad y ya lo habíamos hecho hace más de 30 años.
–¿Qué sentís ante esos olvidos?
–Me da cosa porque parece que nadie tiene memoria de lo que se hizo antes y que todo se descubre ahora. Te la tenés que morfar con una sonrisa.
–¿Cuál fue tu relación profesional con Marilina Ross al regresar del exilio?
–Dirigí casi todo lo que hizo Marilina en aquella etapa. Norma Aleandro le había sugerido mi nombre para la dirección. El show por su álbum Soles fue un boom en el Odeón, con textos antes de las canciones, los músicos con vestuario y maquillaje, había escenas, un espectáculo integral aprovechando que Marilina es actriz. Entonces, a raíz de eso, empezaron a llamarme muchos músicos y cantantes para que les arme sus espectáculos: Julia Zenko, Lito Vitale, Alejandro Lerner, Sergio Denis y terminé con el folklore, con Luciano Pereyra y Los Nocheros. Después, no quise más.
En los ochenta, dirigió el teatro del Viejo Palermo donde Pavlovsky estrenó Potestad, Ricardo Bartís debutó como director de Telarañas (de Pavlovsky) y Miguel Ángel Solá creó el grupo La típica en leve ascenso. Pasó de todo, dice la artista y gestora: “Cuando inauguramos nos mandó un telegrama Alfonsín y el entonces ministro de Cultura, Pacho O’donnell. Duró un día la fiesta, vinieron todos, Antonio Gasalla, Gerardo Romano, Ana María Picchio, Amelita Baltar, Los Besos de Neón, Batato Barea, Urdapilleta… Quería hacer una especie de Di Tella, porque también actué en el Di Tella, con Manuel Trejo, y en Señor Frankenstein, con Rubén De León y Carlos Cutaia, donde hacía de Frankenstein”.
–¿Cuándo empezaste a investigar sobre los años setenta?
–Poco a poco empezaron a salir libros sobre esa época con muchos testimonios de montoneros, muy reveladores como los del historiador y periodista Marcelo Larraquy sobre los setenta y la contraofensiva. Fue ahí que me empecé a interesar muchísimo. Lo que voy a decir es paradojal: el hecho que me hubiera pasado la posibilidad de militar por el costado, esa añoranza de algo que me perdí –y que podría haber sido fatal–, hace que me interiorice en el tema. Así surgió Esa extraña forma de pasión, donde toqué temas que no se habían tocado en el teatro: militantes en clandestinidad, uno fanatizado y la otra crítica con la conducción; el vínculo afectivo y sexual de una secuestrada con el represor; y otra sobre una escritora sobreviviente sospechada de traición, un tema tremendo, si sobreviste es por algo. Fue muy polémico, con mucha repercusión, generó mucho debate en las organizaciones. Nadie pudo decirme “esto no fue así”.
–Siempre te metés con los grises, las ambigüedades, lo que sale de la dicotomía.
–Ese es el desafío, lo más interesante para hacer, salir de los binarismos, las certezas que son, por otro lado, totalmente poco sólidas. En lo coral, pude mostrar las contradicciones, esas ambigüedades.
Integrante y fundadora en 2019 de la Colectiva de Autoras, junto con Adriana Turzi y Mariela Asensio, entre muchas otras, y de la comisión de Género en Argentores, a Torres Molina lo que le importa es una dramaturgia potente, sin importar géneros. “En la calidad artística, no puede haber cupo. Cuando soy jurado, me ha pasado –no siempre, no generalizo– de intuir que quien escribía bajo el seudónimo era una mujer. Creo que todavía, en ciertos casos, no se permiten ciertos riesgos y es lógico porque todo esto es muy nuevo, cuanto más participás más te arriesgás”, dice la autora que no cree que siempre haya que escribir sobre lo que estamos de acuerdo: “Está bueno inquietar para generar pensamiento crítico y que el espectador se quede pensando. Para cuestionar no hay que mostrar sólo lo que está bien o asimilado por el resto. Me gusta metamorfosearme, meterme con esos personajes que me dictan, me meto con represores, violadores (en Ya vas a ver), hombres desesperados por una mujer (en Ella), me gusta salirme de la dicotomía o de lo esperado”.
–¿Sos espectadora de teatro?
–Tengo rachas. He visto cosas que me gustan, que me resultan potentes como La débil mental (dirigida por Carmen Baliero), Beya Durmiente (dirección de Victoria Roland), Tibio (Mariano Saba), Las cautivas (Mariano Tenconi Blanco); otras que no, algunas con producciones importantes y son cáscaras vacías pero no voy a dar nombres. Es un momento extraño, con mucho público, la gente gasta la plata antes de que se devalúe más.
–¿Te gustan tus obras dirigidas por otros directores?
–En general, no me ha gustado. Ya no voy a reposiciones, sí a los estrenos como en el caso de Un domingo en familia que nunca dirigí, que lo hizo Juan Pablo Gómez muy acertadamente porque creo que suma al texto. En otros casos, reconozco que me ha costado
Para agendar
Un domingo en familia, dirigida por Juan Pablo Gómez. Lunes, a las 21, en El Galpón de Guevara, Guevara 326. $ 1500. La fundación, dirigida por Federico Nanyo. Jueves, a las 21.30, en La Mueca, José A. Cabrera 4255. $ 1300. Y a otra cosa mariposa, dirigida por Judit Gutiérrez. Sábados, a las 19.30, en La Ranchería, México 1152. $ 1200.
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