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viernes, 30 de junio de 2023

UNIVERSIDAD


Residencias médicas: la evaluación que tiene más vacantes que interesados
Ayer, de forma simultánea, se tomó la prueba en todo el país; de los 7300 graduados, 5600 la cumplieron en la Capital
Alejandro HorvatLa Rural, uno de los sitios donde se hizo el examen
Un joven tenía el dedo índice izquierdo hundido en la frente. Con la mano derecha movía la lapicera con nerviosismo. Al agitarla, impactaba la hoja donde figuraban las preguntas de su examen y generaba un ruido molesto para la compañera que tenía a su lado, quien, con gesto sutil, le tocaba el brazo para que se detuviera. Ambos estaban rindiendo la evaluación para ingresar en alguna residencia en enfermería, bioquímica y medicina. Se encontraban en uno de los pabellones de la Rural, y no eran los únicos: había 5600 personas con el mismo objetivo.
Ayer se rindió el examen único en todo el país. Unos 7300 graduados universitarios en alguna de esas tres disciplinas en la Argentina buscan ingresar en el Sistema Nacional de Residencias del Equipo de Salud para cubrir 5848 vacantes en 70 especialidades de medicina y en todas las de bioquímica y enfermería a partir de septiembre próximo en hospitales y centros privados del país.
Como la evaluación se da en un contexto de pérdida de interés de los egresados argentinos en seguir esa formación de posgrado remunerada. Según registros oficiales, subió a casi un tercio la proporción de extranjeros para ocupar esos cupos, en medio de una crisis de recursos humanos sin precedente en el sistema de salud argentino. Además, hay vacantes que sociedades médicas advirtieron que no lograrán cubrirse en su totalidad, como pediatría.
Esta instancia de examen, que evalúa a graduados de universidades públicas y privadas, se hizo de manera simultánea en las sedes dispuestas por cada concurso en todo el territorio. Es una evaluación de 100 preguntas de opción múltiple, con cuatro opciones de respuesta donde una sola es la correcta y cada ítem vale 0,5 puntos.
Es una especie de repaso de todo lo estudiado. Malena Tomaso y Azul Lanzilotta, ambas de 25 años, estudiaron desde febrero para estar a la altura y conseguir lo que quieren: entrar en el Hospital Italiano, aunque en distintas especialidades. Tomaso va por cirugía pediátrica y Lanzilotta, médica clínica.
“Estamos quemadas”, dijo Tomaso, que salió del pabellón de la Rural para buscar aire fresco. “Nos juntamos con otros compañeros a hacer ejercicios de opciones múltiples, como este examen. Fue un montón de esfuerzo”, dijo Lanzilotta. “Los últimos meses la intensidad del estudio fue mayor. Es muy cansador y estresante, pero estamos contentas”, afirmó Tomaso.
En el pabellón que tiene su ingreso por Cerviño primaba el silencio. Las hileras de los postulantes eran vigiladas por asistentes, que en muchos casos son residentes, que evitaban que alguien se copiara o mirara el celular. Incluso, si alguien quería ir al baño, iba acompañado.
Emiliano López, director nacional de Talento Humano, área que depende del Ministerio de Salud de la Nación, explicó que el resultado del examen les permite a los postulantes aplicar a una u otra residencia: “Se hace un promedio entre las calificaciones de cada alumno durante la carrera más la nota que sacó en este examen, y sobre la base de eso se saca un puntaje. Las residencias más requeridas, como, por ejemplo, en pediatría en el Garrahan, requieren de un puntaje más elevado para ingresar”.
Sobre la corrección de evaluaciones, el método, explicó López, es complejo y está semiautomatizado. “Los alumnos llenan una grilla con los resultados. Luego se trabaja con el Correo Argentino para llevar esos exámenes hacia el lugar donde se realiza la lectura de manera digital y luego la computadora entrega el resultado”. Las calificaciones se conocerán a partir del 10 de julio próximo.
Repaso general
Laura Garau, directora general de Docencia, Investigación y Desarrollo Profesional de la Ciudad, describió que a los postulantes se les asigna la bibliografía que tendrán que estudiar y se los orienta, pero que, a grandes rasgos, este examen es un repaso general de la carrera.
Este año, indicó López, el número de alumnos que rinden es alto. A nivel nacional fueron 7300; en 2022, 7100; en 2021, 7400; en 2020, 8700, y en 2019, 7300. Es decir, a pesar de los constantes reclamos salariales de los residentes que se expusieron desde el año pasado, el número de postulantes se mantiene.
Como ya publicó las residencias más buscadas son enfermería, con más de 1000 postulantes –más del doble que los cargos ofrecidos–, seguida de cirugía general, anestesiología, pediatría, clínica médica, tocoginecología, diagnóstico por imágenes y ortopedia/traumatología.
Entre los 5028 argentinos lo más demandado es enfermería, anestesiología, cirugía general, pediatría, clínica médica, tocoginecología, cardiología, oftalmología, medicina general/de familia y diagnóstico por imágenes.
La principal búsqueda de los extranjeros es cirugía general, diagnóstico por imágenes, enfermería, ortopedia/traumatología, cardiología, pediatría, otorrinolaringología, dermatología y clínica médica.
Si bien está dentro de las especialidades más requeridas, pediatría se encuentra en estado crítico. Es la que más oferta de cargos tiene este año: 837, incluidos los cupos articulados con neonatología o terapia intensiva. Pero aun cuando todos los postulantes aprobaran el examen, quedaría un 40% vacante, como había anticipado a la nacion la Sociedad Argentina de Pediatría (SAP). Lo mismo se aplica a clínica médica, medicina general y/o de familia, terapia intensiva, psiquiatría infantojuvenil o neonatología, especialidad en la que se ofrecen 36 vacantes y hay seis postulantes.
Gabriel es residente de cardiología en un hospital porteño y ayer fue voluntario para controlar que nadie se “machetee”. El control fue muy estricto, algo que, como relató, fue más complejo cuando el examen se tomó de manera virtual en 2020 y 2021, por las restricciones que impuso la pandemia. “Por suerte todo volvió a la normalidad. Este, sin dudas, es el examen que les marca la vida a los chicos”, indicó Gabriel, que prefirió no dar su apellido.
En la puerta del lugar, muchos residentes promocionaban sus lugares de trabajo e invitaban a los postulantes a anotarse. Por ejemplo, Cami Amor, de 29 años, hace la residencia de medicina general en el Centro de Atención Primaria Nº 3 de San Martín. Fue a buscar residentes para que conozcan su experiencia en ese espacio. “Vengo porque muchos desconocen que existe esta residencia y que se hace un trabajo muy interesante, enfocado en el cuidado integral del paciente y en el respeto de sus derechos. No quiero que, por desconocimiento, queden vacantes sin ocupar en la residencia”, relató.
Lo mismo sucedía con un gran grupo de kinesiólogos, que llevaron carteles y folletos para promover las residencias, sobre todo de la provincia de Buenos Aires, para que el foco no solo esté puesto en la Capital. “Me parece muy bien lo que hacen, uno siempre tiene dos o tres lugares en la cabeza, y a veces te obsesionás con un hospital, cuando hay muchos lugares interesantes para trabajar”, dijo Gabriela Novoa, de 30 años, que quiere ser cardióloga.

http://indecquetrabajaiii.blogspot.com.ar/. INDECQUETRABAJA

sábado, 25 de noviembre de 2017

EN "EL ESPACIO MENTE ABIERTA" LA UNIVERSIDAD Y LUCIANO ROMÁN


La universidad debe ser un puente hacia el futuro
LUCIANO ROMÁN


Los estudios superiores deben volver a ocupar el rol de vanguardia que fue motor de desarrollo para los ciudadanos y para el país
Las puertas de las universidades están llenas de jóvenes con miedo al futuro. Recibirse de médicos, de abogados, de psicólogos o de contadores ya no les asegura nada; ni siquiera les provee una perspectiva esperanzadora. Muchos títulos universitarios están más cerca de convertirse en un pasaporte a la frustración que en una plataforma de crecimiento y realización personal.
Ese título que hasta hace 30 años abría puertas y dibujaba un horizonte hoy se ha devaluado al extremo de generar angustia e incertidumbre en lugar de ilusiones y expectativas. Miles de jóvenes descubren, al recibirse, que el ejercicio de las profesiones liberales está cada vez más degradado. Tanto en la abogacía y en la medicina como en otras carreras tradicionales se asiste a una suerte de proletariado profesional que oscurece el presente y el futuro laboral de los egresados universitarios.
Las universidades, que antes eran el gran motor de la "movilidad social ascendente" y aseguraban a sus graduados una base sólida para el desarrollo profesional, hoy parecen -al menos en algunas áreas- expendedoras de pasajes hacia un futuro incierto. Entre ellas y la realidad se ha abierto una grieta de la que la propia universidad no se hace cargo.
Entre 2014 y 2015 (según datos oficiales procesados por LN Data), se inscribieron en las universidades públicas y privadas de todo el país 904.000 estudiantes. Más de 90.000 lo hicieron para estudiar abogacía; sólo 13.000, para ingeniería industrial. Más de 41.000 se anotaron en Psicología; sólo 2990, en Bioingeniería. En Medicina se inscribieron 33.267; en Ingeniería Agropecuaria, sólo 2565.
Estas cifras contrastan con las necesidades y las oportunidades de la Argentina. Somos el primer productor de alimentos por persona del mundo y el que tiene mayor número de empresas de biotecnología en América latina. Ocupamos el tercer lugar en el rankingglobal de cultivos genéticamente modificados y el primero en exportaciones de biodiésel. El país produce y exporta reactores nucleares. Y la industria argentina del software ha crecido hasta convertirse en una de las principales proveedoras a escala global. Pero ¿responden las universidades a las demandas y las oportunidades de estos núcleos de desarrollo?
Una respuesta está en los números: las empresas del sector tecnológico demandan unos 10.000 ingenieros cada año. Y entre las universidades públicas y las privadas suman, con suerte, 5000 egresados por año. Pero la otra respuesta está en los miles de abogados, de contadores, de arquitectos y de psicólogos que no encuentran oportunidades y que tironean por las migajas de mercados laborales cada vez más degradados.
El futuro hoy está en otro lado: en algunos nichos con alto potencial (como el de la industria tecnológica) y en empleos que todavía no conocemos porque ni siquiera han sido inventados. Pero las universidades siguen aferradas a esquemas y estructuras del siglo pasado. Varias de las nuevas casas de estudios -creadas entre 2003 y 2015 con propósitos discutibles- ni siquiera tienen oferta de ingenierías.
Hasta los años 70, el título de una carrera tradicional representaba una plataforma de superación y crecimiento. Ahora, montar un estudio de abogados, contadores o arquitectos es embarcarse en una aventura incierta y con pronóstico reservado. La carrera profesional en el sector público también se ha deteriorado en los últimos treinta años: la meritocracia casi ha desaparecido; se eliminaron los concursos y rigió, durante décadas, el código del "acomodo".
En este paisaje se ha extendido la pauperización profesional, que deriva en frustración y desviaciones. La economía informal, la "industria del juicio", la superpoblación de áreas del Estado, el debilitamiento del sistema de salud son apenas algunas de las patologías argentinas que tienen, directa o indirectamente, relación con este fenómeno.
Muchos profesionales "precarizados" se desesperan por un cargo en la administración pública para paliar sus necesidades. La angustia por la supervivencia les resta chances de afirmarse en la excelencia profesional, mientras en el Estado cumplen apenas un compromiso part time, sin estímulos ni expectativas. Se arma así un "combo" de frustración y mediocridad que alimenta el círculo vicioso. Las deformaciones éticas jamás están justificadas, pero muchas tienen que ver con este proceso de degradación: médicos que facturan en negro porque el sistema de obras sociales está colapsado; otros profesionales que caen en la misma inconducta porque la presión impositiva se devora los honorarios; abogados que "inventan" nichos de litigiosidad porque la "torta" ya no alcanza para todos...
Si antes el objetivo de un graduado universitario era crecer, a través de un esfuerzo que prometía buenos resultados, hoy la meta parecería ser otra: "salvarse". Inciden -seguramente- múltiples y complejos factores. Esta es una época de inestabilidades e incertidumbres en todos los ámbitos. Se han evaporado las certezas y las garantías que estructuraban los proyectos y expectativas de las generaciones anteriores. En el ámbito laboral y profesional ocurre algo que también atraviesa a las familias, a las instituciones y al propio entramado de vínculos sociales: todo parece volátil, provisorio, incierto. Es un tiempo en el que cuesta proyectar a largo plazo, en el que ya no existen "las cosas para toda la vida" (ni los trabajos, ni los matrimonios, ni los contratos sociales). Todo se transforma y "envejece" a mayor velocidad.
La de hoy es una generación más flexible, más dispuesta al cambio, quizá más creativa, menos dogmática y prejuiciosa. Es una generación que ha ganado libertades, pero ha perdido certezas. El reto es construir, para ellos, nuevas plataformas de formación y proyección laboral. Ya no alcanzan los títulos universitarios que les abrieron las puertas de su propio desarrollo a los padres y los abuelos de los jóvenes de hoy.
Por eso es fundamental que las universidades vuelvan a ocupar el rol de vanguardia que nunca deberían haber resignado. Es necesario que empiecen a hablar otro lenguaje, que generen nuevas alternativas, que promuevan y estimulen una mirada innovadora sobre la formación de grado. No se puede seguir con antiguos planes de estudios apenas maquillados ni conformarse con entregar títulos devaluados. La universidad debe hacerse cargo de la grieta que la separa de la realidad y asumir el liderazgo en la construcción de opciones que conjuguen con las demandas del futuro. Debe desarmar mitos, promover nuevas ideas y estimular enfoques creativos entre los jóvenes que ingresan a sus aulas. Y no se debe desentender del destino de sus egresados.
El desafío es captar estudiantes de ingeniería genética, de robótica industrial, de diseño de software o de animación digital. Hay que seducir a una generación que nació en la era tecnológica, pero que todavía cree que "lo más seguro" es un título de abogado, de médico o de contador. Hay que prepararse para lo que viene, que no está del todo claro pero que no tendrá mucho que ver con lo que conocemos hasta ahora. La universidad tiene un rol fundamental. Pero el puente entre el pasado y el futuro debemos construirlo entre todos, sin aferrarnos a viejas certezas que ya no conducen a ninguna parte. Tenemos que crear nuevas oportunidades, para que un título bajo el brazo vuelva a ser lo que supo ser: un motivo de orgullo y de esperanza.
Abogado, periodista. Director de la carrera de Periodismo de la Universidad Católica de La Plata

jueves, 31 de agosto de 2017

¿VALE LA PENA IR A LA UNIVERSIDAD?....TEMA DE ANÁLISIS


Autores: Fabricio Ballarini & Pedro Bekinschtein
¿Vale la pena estudiar una carrera en la Universidad? Se preguntó La Nación (http://www.lanacion.com.ar/1880841-educacion-vale-la-pena-estudiar-una-carrera-en-la-universidad) hace un par de días bajo una cantidad de estadísticas que vinculan el grado de estudio y la chances de obtener trabajo. La nota plantea algo que probablemente sea real, puede que la universidad no esté formando personas para los trabajos que se necesitan hoy o se necesitarán en el futuro.

 Ocurre que los cambios en los planes de estudio de las carreras universitarias son mucho más lentos que los cambios en la tecnología que afecta a la sociedad y al tipo de capacidades que debería tener un ciudadano que entra al mundo laboral. Será por eso que, en un intento por alcanzar las necesidades sociales, se crean nuevas universidades con nuevas carreras, pero esto, evidentemente no es suficiente. O sea, hay que tener una discusión sobre lo que se enseña en la universidad, de eso no tenemos dudas, pero de ahí a preguntarse si vale la pena estudiar una carrera universitaria hay un trecho, probablemente tan largo como la muralla china o una manada de 400 elefantes tomados de sus colitas. El problema está en suponer que la educación solamente sirve para conseguir un trabajo. Quizás nos traten de jipis anticapitalistas, pero creemos que la educación va mucho más allá de lo laboral. Pero ¿hay evidencias para sostener esto? Bueno, veamos.
En principio es saludable entender que existen correlaciones que vinculan cosas muy simples y específicas. Cosas que si bien parecen lógicas, a veces pasan desapercibidas para una parte grande la humanidad
Cuanto más años de estudios tenemos, mejor dicho, cuanto más años de educación tienen los individuos de los países, más ricos son esos países. O lo que es igual pero más terrible, cuando menor es el acceso a la educación más pobres son los países. Seguramente podrás argumentar que es una simple correlación y vas a tener razón. 


Pero hay otras correlaciones interesantes, por ejemplo, el grado de riqueza (esa que medimos antes) varía con la salud de esos pueblos. Es lógico, y hasta súper obvio también, pero está bueno deducir que más educación es más riqueza y más riqueza es mejor salud, en ese u en otro orden, así que, como mínimo estaría siendo muy copado el hecho de ponerse guardapolvo y aprender. 


Ahora con esta información quizás podamos modificar un poco la pregunta, ¿está bueno estudiar para vivir mejor? Si vivir mejor es tener más esperanza de vida, salud y dinero. Parecería que sí.
Ante este panorama también es válido preguntarse ¿Y tener dinero me acerca de alguna u otra forma una mejor calidad de vida? No necesariamente (recordemos que hay muchos ricos que tienen tristeza y se suicidan por el mundo), pero existen evidencias de que poseer un mínimo de dinero nos proporciona la suficiente liberación de carga mental que es necesaria para tomar buenas decisiones. Cobrar un sueldo no solo puede aliviar tu situación financiera, sino también liberar un gasto de "energía mental" que puede ser empleada en resolver otros problemas que tienen que ver con inhibir impulsos que nos llevan a tomar malas decisiones una y otra vez Cuando el bolsillo te urge y cada día tenés que apretar el cinturón un poco más, la demanda cognitiva es tan elevada que le quita la posibilidad redistribuir parte de esa "energía o nafta" en resolver otras demandas cognitivas. Bajo estas condiciones estas personas son sobrepasadas por las demandas cognitivas y perpetuán cíclicamente una serie de malas decisiones que les impiden salir de la pobreza.
Ok ok…Todo muy lindo…No está bueno ser pobre, y eso se solucionaría con un trabajo, para el que, aparentemente la universidad no te forma, pero ¿qué pasa con el nivel educativo?, ¿para qué sí vale la pena ir a la Universidad? 


Si todavía seguís dudando en anotarte a Facultad te podemos contar que desde hace unos años la humanidad tiene la posibilidad de espiar cómo funciona el cerebro, gracias a un aparato inmenso y hermoso llamado resonador magnético funcional. Esta avance tecnológico además de generar miles de datos para mejorar el diagnostico de enfermedades, nos permite empezar a comprender qué partes de nuestro cerebro son activadas ante determinados estímulos, situaciones o decisiones.
Si señor y señora que esté leyendo esta nota, usted puede comparar cómo, cuándo y dónde se activa su cerebro en determinadas situaciones de la vida cotidiana.
Este tipo de comparaciones le permiten a la humanidad (o a la comunidad científica) medir la superficie de la corteza (o sea la parte externa de nuestro cerebro). Estructura que funcionaría como una posible área candidata a ser un indicador sensible sobre las capacidades cognitivas. Ya que en investigaciones previas, los científicos habían observado que la corteza crecía durante la infancia y la adolescencia por lo cual más desarrollo cognitivo correlacionaría con el crecimiento de esta región periférica y fundamental de nuestro cerebro. Sumado a esto, también existen evidencias para pensar que la corteza aumenta de tamaño como resultado de las experiencias que uno puede tener en la vida. En resumen, es bueno tener una corteza más grande.
Ya tenemos el aparato y ya sabemos qué región medir. Ahora nos falta un experimento que relacione superficie cortical y el nivel socioeconómico y educativo. Si nosotros somos el pasado, el futuro son los niños, entonces ¿qué tal si analizamos el nivel educativo de los padres comparado con el tamaño de las regiones relacionadas con el lenguaje, la lectura y las funciones ejecutivas -razonar, tomar de decisiones y esas cosas que nos hacen humanos- de sus hijos? Quizás de esa forma podremos comprender por qué vale la pena ir a la universidad. 


Por suerte esta gran pregunta, se la hicieron unos científicos hace muy pocos meses y la respuesta fue bastante abrumadora.
Cuando los padres NO FUERON A LA UNIVERSIDAD (tuvieron 12 años de educación formal) sus hijos tienen la corteza más pequeña (aproximadamente 3 %) que los hijos de padres QUE SI FUERON A LA UNIVERSIDAD. Así es querido lector, tu formación influye en el tamaño del cerebro de tu hijo.
Para sumar culpa al desarrollo cerebral de tus hijos, los investigadores hicieron la misma evaluación pero separando a los padres según los ingresos. Ellos también encontraron una correlación entre el tamaño de la corteza y los ingresos de la familia. Notoriamente la diferencia de ingresos en los segmentos más pobres mostró un mayor crecimiento del cerebro, mientras que a niveles económicos más altos prácticamente no hallaron diferencias. Es decir, la diferencia de ingresos en los sectores más pobres está relacionada con el tamaño del cerebro, pero en los sectores más ricos, no. Estos valores podrían justificar la búsqueda de políticas de ingresos mínimos en los estratos más pobres de nuestra sociedad. Fundamentalmente cuando observamos que los niños de las familias más pobres tienen el 6% menos de corteza cerebral que los hijos de familias de clase media.
Entender que tener el cerebro más pequeño a causa de la marginalidad está vinculado directamente a déficits cognitivos es comprender una parte importante de la condena social. En simples palabras, justificar científicamente que las deficiencias económicas y educativas producen un deterioro intelectual, por el que seguramente se perpetúe infinitamente su pobreza. Tomar malas decisiones, no tener la capacidad para comprender, no poder razonar correctamente o tener problemas de aprendizaje se asocia con los niveles terribles de desigualdad. Acotar esa brecha es brindar la posibilidad de poder crecer. 


Podemos discutir qué vale la pena enseñar, pero por vos, por tu salud, por tu cerebro, por tus hijos, por un mundo mejor definitivamente VALE LA PENA IR A LA UNIVERSIDAD.
http://news.sciencemag.org/brain-behavior/2015/03/poverty-may-affect-growth-children-s-brains?utm_source=facebook&utm_medium=social&utm_campaign=facebook
http://www.nature.com/articles/nn.3983.epdf
http://www.ncbi.nlm.nih.gov/pmc/articles/PMC3575682/
http://www.abc.net.au/science/articles/2015/03/31/4207497.htm
http://www.sciencemag.org/content/341/6149/976.abstract
Socioeconomic status and the developing brain. Hackman DA, Farah MJ. Trends Cong Sci. 2009 Feb;13(2):65-73. doi: 10.1016/j.tics.2008.11.003. Epub 2009 Jan 8.
Family income, parental education and brain structure in children and adolescents. Kimberly Noble, et. al. Nature Neuroscience (2015) doi:10.1038/nn.3983
Poverty Impedes Cognitive Function. Anandi Mani, et. al. Science 30 August 2013:
Vol. 341 no. 6149 pp. 976-980 DOI: 10.1126/science.1238041

lunes, 15 de agosto de 2016

martes, 17 de mayo de 2016

EN EL "ESPACIO MENTE ABIERTA"; LUCIANA VÁZQUEZ Y LA UNIVERSIDAD


Es necesario abrir un debate profundo sobre el sistema universitario argentino, un microcosmos anquilosado en viejas rutinas y condicionado en su rumbo por las pujas de la política partidaria



¿Por qué a gran parte de la sociedad argentina le resulta casi intolerable debatir sobre la realidad de la universidad pública y del sistema universitario en general y analizar sus logros y derrotas? ¿Por qué todo intento de revisar los principios del mundo universitario y de volver a pensar si son beneficiosos o no para los ciudadanos de hoy dispara una guerra de trincheras? La indignación, los escraches verbales y el silenciamiento forzado de cualquier argumento son la primera, y casi única, reacción. La imposibilidad de pensar.
¿Es tan perfecto nuestro sistema universitario que plantearse si no valdrían la pena cambios y mejoras resulta una osadía casi criminal? Mi respuesta es no, y sin embargo ese extraño antígeno que posee la Argentina en su ADN social rechaza de plano cualquier pregunta que ponga sobre la mesa, sin tapujos, los problemas serios que enfrenta nuestra universidad.
Por eso, primero, dos aclaraciones. Cuestionar el sistema universitario no es sinónimo automático de voluntad de arancelamiento y privatización educativa: una revisión en serio del sistema universitario alcanza asimismo a las universidades privadas, que también tienen problemas.
En el micromundo universitario, el poder de lobby de grupos de poder de todo tipo -vinculados con los partidos políticos, los credos, los gremios, las empresas- es grande y muchas veces pesa demasiado en las autorizaciones de funcionamiento que les da el Estado a través de la Comisión Nacional de Evaluación y Acreditación Universitaria, la Coneau. La Universidad Popular Madres de Plaza de Mayo fue una de las universidades aprobadas por la Coneau y sabemos cómo terminó la historia.



Dudar de las bondades de la universidad pública argentina tampoco es sinónimo de exclusión de las mayorías vulnerables y de elitismo a secas. Y ahí llega la segunda aclaración, que es personal: soy hija de la educación pública, gratuita y abierta a todos. Valoro la consistencia intelectual, la cintura para conectar ideas y el espíritu crítico que existe en la universidad pública en su mejor versión. Esa cierta calle que da a sus graduados en el intercambio argumentativo y la construcción de conocimiento. Pero hay cosas que hoy no funcionan bien. Hay preguntas que merecen ser formuladas para abrir el debate.
¿Tiene sentido insistir en la apariencia del ingreso irrestricto cuando sólo el 35% de los ingresantes lo aprueba en tiempo y forma? ¿Tiene sentido machacar en la apariencia de la universidad pública abierta a todos los sectores cuando sólo se gradúa el 1% de los estudiantes que están en el 20% más pobre de la Argentina, contra un promedio de graduación del 10%? ¿Tiene sentido naturalizar el hecho de que el 44% de los estudiantes de universidades públicas no aprueban más de una materia por año?
¿No vale la pena preguntarse qué queda de la autonomía universitaria a casi cien años de su conquista y cuando muchas universidades nacionales y sus rectores están envueltos en manejos de fondos difíciles de explicar? Me refiero a los más de 500 millones de pesos que la gestión de Cristina Kirchner distribuyó discrecionalmente en los últimos 40 días de su gobierno en beneficio de universidades del conurbano cercanas ideológicamente al kirchnerismo.
¿Por qué países de altísima equidad social, como Finlandia, tienen un ingreso muy restrictivo a la universidad y la Argentina no? Cuando falta verdadera equidad social, ¿no resulta una estafa intentar devolver la igualdad de oportunidades en la puerta de una universidad que tarde o temprano expulsará a la mayoría de los menos beneficiados desde la cuna? Insisto: no estoy defendiendo el ideario del arancelamiento y del ingreso con examen de ingreso. Planteo que los resultados presentes obligan a pensar cuán verdaderos, en la práctica, son esos ideales. Y cuán interesantes o no son para una Argentina futura socialmente sustentable y justa y económicamente independiente.
El sistema universitario público es un tótem intocable. Una vaca sagrada: los premios que cada tanto obtienen algunos de los graduados refuerzan la idea de que el sistema público universitario marcha perfecto. Una impresión falsa: las excepciones no logran torcer realidades y estadísticas.
Sin embargo, pocos quieren discutir este panorama en días en que la universidad pública se ha vuelto el nuevo campo de batalla de posicionamiento político del kirchnerismo ante el macrismo. En el medio, los rectores juegan sus cartas.
El kirchnerismo encuentra un aliado incondicional en buena parte del sistema universitario que se benefició de sus recursos o coincide en su visión del mundo. El conflicto, acentuado por el tarifazo y las paritarias trabadas, es su oportunidad para reposicionar su relato y poder de fuego.
El panorama no es sencillo para el ministro de Educación, Esteban Bullrich: buena parte del mundillo universitario público le es esquivo al macrismo. Le sospechan una pasión privatizadora, antiingreso irrestricto y pro arancelamiento de la universidad.
Mi perspectiva es otra: el macrismo quiere "revolución educativa" en todos lados, pero no tanto en la universidad. Bullrich asegura que la calidad universitaria es buenísima sin tener dato confiable alguno que lo avale y pasa la pelota para otro lado. "El problema es de la secundaria", responde. Algo de cierto hay en ese argumento, pero la universidad tiene desafíos propios que Bullrich esquiva.



El laberinto de la autonomía, el peso específico de los rectores -verdaderos varones de cotos cerrados con cintura propia de caudillos del conurbano y capital simbólico de prestigio- y la cultura crítica de los claustros universitarios le resultan lejanos al equipo de Bullrich. Cuando quiso meterse con el sistema universitario, no le salió bien. Me refiero al nombramiento fallido de Juan Cruz Ávila para la Secretaría de Políticas Universitarias. El objetivo era sacudir un microcosmos anquilosado en rutinas que cada tanto muestran la punta del iceberg de la corrupción o los condicionamientos partidarios. Pero Ávila era demasiado ajeno al sistema.
Mientras tanto, los pesos pesados del sistema universitario se unen en defensa de sus prerrogativas. Horas después de verse con el presidente Macri y del anuncio de fondos extras, los rectores cruzaron la vereda para encontrarse con legisladores del Frente para la Victoria. De los brazos de Macri a los de Recalde y Abal Medina.
Entre esos rectores estaba el rector de la universidad más prestigiosa y grande del sistema, la UBA, Alberto Barbieri, hábil jugador de la política universitaria y de la otra: fue el candidato estrella del FPV para ocupar el cargo de ministro de Educación si Daniel Scioli llegaba a la presidencia.
En ese tablero de intereses coyunturales cruzados es difícil plantear preguntas de fondo sobre la universidad argentina. Pero es necesario volver a pensar todo el sistema. En el mundo de las ideas y el conocimiento no deberían existir vacas sagradas. En el mundo de las ideas, y eso es la universidad, las ideas no se repudian. Se debaten y se acuerdan para construir nuevas y mejores realidades.
Cuestionar la universidad argentina es ejercer la duda y el espíritu crítico que esa universidad enseña. Es buscar su mejora enriqueciendo la polémica, sin taponarla con la violencia del argumento ad hominem o la imputación ideológica contra el que piensa distinto.
Revisar los principios que rigen a las universidades públicas no es jugar a favor de su privatización, arancelamiento o restricción del ingreso. Es pensar en su mejora.