viernes, 12 de febrero de 2016
HABÍA UNA VEZ....
"En la extensa, inhabitada y enorme selva ha nacido un pequeño bebe elefante." Así nace Babar, el legendario elefante creado por Jean de Brunhoff en 1931, sustento de los sueños de todos los hijos y también de los míos. He replicado con esmero su mesa de cumpleaños campestre, que zigzaguea románticamente entre los árboles mientras una orquesta de corte ameniza la llegada de la torta con el espíritu de una fête champêtre.
Brunhoff, de nacionalidad francesa, se crió en París, mas precisamente en Montparnasse, rodeado de un mundo idílico. Su familia era regida por el pensamiento de Proust, allí la pintura influenció sus años jóvenes, sobre todo por los cuadros que colgaban en la casa de su amigo Mio Sabouraud: Dufy, Soutine, Renoir, Redon, Utrillo.
Con padre editor de libros, Brunhoff tuvo desde joven un pensamiento elevado: leyó a Gide, conoció a Cecile, pianista, con quien se casó y llevó una vida que parece una foto cultivada del arte del vivir francés.
Pasaron más de treinta años y aun continúo, ahora, con los tres años de Heloisa, haciendo extensas sentadas a las mas diversas horas del dia, repasando cada una de las hojas ajadas de mis libros con los muchos relatos ilustrados con bellas acuarelas que festejan la vida, la alegría y también la tristeza.
El primer libro comienza cuando la mamá de Babar es muerta de un balazo por un cazador, mientras camina llevándolo en su lomo. La siguiente secuencia muestra al bebe llorando sobre su madre y se lo ve a el mítico mono Zephir esconderse asustado dentro de un arbusto. Zephir se desataca por ser un compañero ejemplar, aunque siempre se lo ve en una actitud distante y de observación, como corresponde a un mono, arriba de un árbol, detrás de una roca o por una única vez en el mar, solo, pensando, en un bote a remo.
A partir de ese momento, Babar comienza sus aventuras idílicas que lo llevan a la ciudad, adoptado por una abuela que le presta la billetera para que se compre ropa y se convierta en el más civilizado de los elefantes, se lo ve con moño y galera o ataviado con sobretodo y gorra de caza. Ese mismo día luego de comprarse un traje verde, pasa por el estudio de un fotógrafo que lo retrata en su elegancia, momento en que Heloisa y yo, besamos la pagina del libro festejando su porte espléndido y alegre.
En una escena a doble página, está paseando en un convertible rojo por el campo con imágenes rurales de pastoreo, donde se ven, golondrinas, tijeretas, gallinas, gaviotas, una paloma, mariposas, abejas, escarabajos, un grillo, hormigas, un caracol y una cabra con una niña. De lado, la cuenca de un río atesora un pescador con su bote a remo y un lanchón de carga es remolcado a la sirga río arriba. En el cielo, un avión y un globo vuelan encima de un tren que pasa por un puente con arcos de medio punto.
Babar puede estar esquiando en los alpes, siendo rescatado por un transatlántico de una diminuta isla oceánica, paseando en globo o con una capa negra la noche de su luna de miel, luego de casarse con Celeste, mirando las estrellas con su porte magnífico e inspirador.
Puedo aseverar que los días son mejores con Babar, no importan los años, de los dos a los sesenta una paz gloriosa invade la vida compartida con este elefante viajero que Jean de Brunhoff creó para nuestro deleite. Parece un mundo vano, aunque sus relatos y actitudes están inspirados en el intelectualismo francés, en la belleza de su arte y en la vida de aventuras al aire libre, entre animales, acompañados por el sol o la nieve que Jean ilustró para nosotros.
Por suerte, Babar está y se quedará para siempre, cultivando la aguerrida inocencia de los niños y la nuestra, que es tan fácil de perder, en los vaivenes abruptos de la vida.
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