lunes, 8 de febrero de 2016

TANGO; LÁGRIMAS, NOCHES Y ESCABIO POR RICARDO "EL MORDAZ"

DR. RICARDO "EL MORDAZ"...INVESTIGADOR DE FUSTE Y ESCRITOR CONTUNDENTE

TANGO Y ALCOHOL
La lírica tanguera es prolífica en la temática de la bebida y podría afirmarse que hay más de cien piezas que mencionan, al menos en una estrofa, una escena del bebedor expresándose bajo los efectos del alcohol. Lo fascinante es que en el tango, el tema de la bebida constituye una paleta de variados matices, y se equivoca quien cree que se circunscribe al individuo despechado por la mujer que lo abandonó o lo traicionó, y se entrega a la bebida para olvidar.
Beber en soledad

El bebedor (Pablo Picasso).
Hay letras que evocan el efecto peligroso de la bebida porque libera las inhibiciones y el guapo corre el riesgo de relatar a su oyente episodios que revelen su fragilidad. Por eso bebe en soledad para no ponerse sentimental y llorón delante de otros, que no es cosa de hombres aflojar de esa forma y mostrar debilidad. Al respecto hay varios ejemplos:
No me gustan los boliches, que las copas charlan mucho
Y entre tragos se deschava lo que nunca se pensó
Yo conozco muchos hombres que eran vivos y eran duchos
Y en la cruz de cuatro copas se comieron un garrón.
Este tango de Carlos Waiss, llamado Bien pulenta, con música de Juan D’Arienzo y Héctor Varela, destaca el riesgo de beber entre amigos y volverse sensible y tierno, sentimientos que no debe exteriorizar quien presume de hombría. La letra recurre inevitablemente a términos lunfardos como “boliche”, “deschavar” y “garrón” (“comerse un garrón”), que equivalen a “bar”, “confesar” e “inmerecido” (“pasar incomodidad”), respectivamente.
En Jamás lo vas a saber, de Aznar y Sucher, se reitera el riesgo de caer en la tentación de beber en compañía. El personaje se dirige a la mujer que lo abandonó como si la tuviera frente a él, pero es solo su imaginación:
No me vas a ver tirado, ni me vas a ver vencido,
No me vas a ver rodando como vos te imaginás,
Ni metido en los boliches pa´ olvidarme de tu olvido...
Si has pensado en todo eso, no lo vas a ver jamás.
Cuando tenga que nombrarte voy a hacerlo sin testigos
Por si acaso, en una de ésas, se me escapa un lagrimón,
Y si tomo alguna copa no va a ser con los amigos
Uno nunca está seguro, si le falla el corazón.
Elogio del champán
Para todas estas ocasiones, la bebida habitual es el vino, pero el tango le guarda un lugar reservado y jerárquico al champán, de presencia obligada en los cabarets de buen nivel. En general está relacionado con un hombre o una mujer en la cumbre de su fama, sea por el dinero que posee o por la belleza de ella. En una palabra, el champán indica categoría, alegría y disfrute de la vida, generalmente pasajera, ya que estos personajes suelen terminar arruinados por el juego y, en el caso de las mujeres, por el desgaste que produce una vida disipada, que las convierte en una sombra de lo que eran en tiempos pasados.
En Muñeca brava, de Enrique Cadícamo y Luis Visca, el protagonista recuerda a la que en un tiempo fue su novia y ahora se codea en los cabarets con admiradores adinerados que la mantienen. Ella es hermosa, luce joyas, es el centro de atención en los bailes y los hombres se rinden a sus pies, pero él le vaticina una pronta decadencia, un poco por despecho y otro poco porque casi inevitablemente la muchacha se dirige hacia un final sombrío. La letra comienza destacando su apogeo:
Che, madam que parlás en francés
y tirás el dinero a dos manos.
Que cenás con champán bien frappé
y en el tango enredás tu ilusión.
La última estrofa pronostica su ocaso:
Meta champán, que la vida se te escapa,
muñeca brava, flor de pecado...
¡Cuando llegues al final de tu carrera
tus primaveras verás languidecer!
La palabra champán se repite dos veces, siempre relacionada con una situación de abundancia, diversión, de goce del presente desdeñando las consecuencias a futuro.

Ramona (Antonio Berni).
El Chantecler era un salón bailable de categoría y por lo tanto allí solo se bebía champán. Fue demolido en 1960, y Enrique Cadícamo, un asiduo concurrente del lugar, lo recordó con nostalgia en el tango Adiós Chantecler:
Te redujo a escombros la fría piqueta
y al pasar de noche mirando tus ruinas,
este milonguero se siente poeta
y a un tango muy triste le pone sordina.
Entre aquellas rojas cortinas de pana,
de tus palcos altos que ahora no están,
se asomaba siempre madama Ritana
cubierta de alhajas, bebiendo champán.
Madama Ritana era una cortesana, es decir, una prostituta de alta categoria, y el autor de estas letras la describe en un palco cubierta de alhajas y bebiendo champán. Nuevamente la burbujeante bebida está relacionada con el lujo y el placer.

El Chantecler
El vino para borrar desilusiones amorosas
Se recurre a la bebida en estas situaciones para mitigar el dolor y para olvidar, aunque se termina recordando más, ya que el protagonista la sigue evocando entre los vahos del alcohol. Existe uma catarata de ejemplos, y es preciso realizar una selección, lamentablemente arbitraria.
En La última copa, de Andrés Caruso y Francisco Canaro, el dolor del hombre es casi desgarrador y no logra borrar de su mente la figura de la amada. El alcohol, en lugar de ser un alivio, le hace volar la imaginación pensando que mientras él se embriaga en el bar, ella está gozando con otro:
Yo la quise, muchachos, y la quiero
y jamás yo la podré olvidar;
yo me emborracho por ella
y ella quién sabe qué hará.
… brindemos, nomás, la última copa,
que tal vez también ella ahora estará
ofreciendo en algún brindis su boca
y otra boca feliz la besará.
En La última curda, de Cátulo Castillo con música de Aníbal Troilo, el autor de la letra incluye tres elementos que son centrales en esta poesía: el instrumento, que es el bandoneón, el alcohol y el protagonista. Castillo tuvo la original idea de que el protagonista, en lugar de confesarle a un amigo su nostalgia y la pérdida de la mujer amada, se lo cuenta al bandoneón:
Lastima, bandoneón,
mi corazón tu ronca maldición maleva…
Tu lágrima de ron me lleva
hasta el hondo bajo fondo donde el barro se subleva.
Ya sé, no me digas. ¡Tenés razón!
La vida es una herida absurda y es todo, todo, tan fugaz,
que es una curda, ¡nada más! mi confesión…
Contame tu condena, decime tu fracaso.
¿No ves la pena que me ha herido?
Y hablame simplemente de aquel amor ausente tras un retazo del olvido,
¡Ya sé que me hace daño! ¡Ya sé que te lastimo
llorando mi sermón de vino! Per, es el viejo amor que tiembla, bandoneón,
y busca en el licor que aturda la curda que al final termine la función, corriéndole un telón al corazón.
Es que este instrumento, en el mundo del tango, tiene vida propia, es como un ser más, con la ventaja de que guardará sus secretos y su blandura. Porque en el tango, el fueye es el alma de la orquesta y no se concibe un grupo musical sin él.
El bandoneón se hizo imprescindible para la interpretación de cualquier tango y desalojó a la flauta, de sonido ligero y travieso. Era el instrumento que el tango esperaba para volverse quejumbroso y sentimental.
Habiendo hecho estas disquisiciones sobre el fueye, regresamos al tango La última curda, que precisamente es el fruto de una buena borrachera. Según el cantor Edmundo Rivero, esta pieza musical nació una noche de verano, entre botellas de vino y charlas, en un balcón de la calle Corrientes donde Aníbal Troilo y Cátulo Castillo le fueron dando forma. Finalizada la tarea y ya prácticamente sobrios, una serie de aplausos les hizo advertir que abajo en la vereda se había reunido un grupo numeroso de personas que los estuvieron observando atentamente. Dijo Rivero: “Tuvimos que acceder al pedido de hacer el tango entero desde el balcón”.
Hasta aquí, el protagonista, mientras bebe, lamenta la pérdida de su amor, pero una variante interesante es la del que decide emborracharse tras haber visto a su antigua novia, tan solo diez años después, hecha una piltrafa humana. Él lo había perdido todo por ella, amigos, dinero, trabajo y sobre todo dignidad, y no puede soportar que la belleza de otrora sea el espectro que acaba de ver. Se trata del tango Esta noche me emborracho, y el autor de la letra es Enrique Santos Discépolo, quien, con despiadados trazos, hizo una de las descripciones más lapidarias del derrumbe físico de una mujer:
Sola, fané, descangayada,
la vi esta madrugada salir de un cabaret.
Flaca, dos cuartas de cogote, una percha en el escote bajo la nuez.
Chueca, vestida de pebeta, teñida y coqueteando su desnudez.
Parecía un gallo desplumao, luciendo al compadrear el cuero picoteao.
Después de esta visión, el hombre vuelve derrumbado al hogar, decidido a emborracharse para olvidar esa mala imagen. El tango termina con estos versos:
Este encuentro me ha hecho tanto mal
que si lo pienso más, termino envenenado.
Esta noche me emborracho bien
me mamo bien mamado, pa no pensar.
Esta noche me emborracho es la pieza que sin duda catapultó a la fama a Discépolo, poco tiempo después cantada por Azucena Maizani y Carlos Gardel. Cuenta la leyenda que Discépolo se presentó una tarde en el teatro Maipo con la partitura bajo el brazo, esperando que la incluyeran en la obra que se iba a estrenar. Se sentó al piano y comenzó a cantar, pero nadie lo escuchaba, tan preocupados estaban todos ante la inminencia del estreno, que director, guionista, tramoyistas y actores se desplazaban inquietos por el escenario. De pronto, al levantar la vista, vio a una corista muy económica de ropas, que acompañaba el ritmo con un cabeceo mientras descendían lágrimas por su rostro pintado. Aquella imagen no se borraría de la memoria de Discépolo, quien no precisó ningún otro testimonio para comprender que había logrado alcanzar la sensibilidad que pretendía, describiendo el encuentro entre el hombre que lo había perdido todo por culpa de aquella mujer, que ahora era una sombra patética de la que otrora había sido una belleza irresistible.
Beber por puro placer
Son varios los tangos en que el individuo deja claro ante los demás que él no necesita haber sufrido abandonos, ni perder su fortuna en el juego para beber hasta emborracharse, simplemente bebe por vicio en un claro sinceramiento de que es un alcohólico, y el título del tango De puro curda, de Carlos Olmedo y Abel Aznar, despeja toda duda:
¡Che mozo! Sirva un trago más de caña,
yo tomo sin motivo y sin razón;
no lo hago por amor que es vieja maña,
tampoco pa’ engañar al corazón.
No tengo un mal recuerdo que me aturda,
no tengo que olvidar una traición,
yo tomo porque sí… ¡de puro curda!
Pa’ mí es siempre buena la ocasión.
No puede quedar afuera de esta lista el famosísimo tanto Los mareados, de Enrique Cadícamo y Carlos Cobián. Aquí no hay un hombre solo lamentando un abandono, en este caso la letra nos cuenta de una pareja que decidió separarse de común acuerdo porque la relación ya no tiene futuro ni vuelta atrás. Ambos están ebrios, infundiéndose coraje con la bebida para decidir la separación definitiva:
Esta noche, amiga mía, el alcohol nos ha embriagado...
¡Qué importa que se rían y nos llamen los mareados!
Cada cual tiene sus penas y nosotros las tenemos...
Esta noche beberemos porque ya no volveremos a vernos más...
Hoy vas a entrar en mi pasado, en el pasado de mi vida..”

Los mareados (Silvana Delfino).
Horacio Ferrer. El libro del tango. Arte popular de Buenos Aires. Antonio Tersol Editor, Tomo 1. 1970.
Historia y letra del tango Los Mareados. Zorzal.com. Disponible en: http://www.zorzalcriollo.com/argentina/historia-y-letra-del-tango-los-mareados.php
José Gobello. Letras de tangos. Buenos Aires: Ediciones Nuevo Siglo 1995.

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