jueves, 16 de junio de 2016
APPS Y UNA BELLA HISTORIA VISUAL
Historia visual de un árbol, nuestra ciudad y el resto del mundo
Una app en el sitio del gobierno de la ciudad permite viajar al pasado de Buenos Aires mediante fotografías aéreas; nostalgia, sí, pero, sobre todo, las inauditas imágenes de la metrópolis sin el Obelisco, con una 9 de Julio de pocas cuadras y un puerto lleno de barcos. En cuanto al árbol, bueno, a eso vamos
La foto más linda fue tomada en verano y al mediodía. Los fresnos de la cuadra están gordos de hojas; altos, pero relativamente jóvenes. Lo sé bien, porque salvé el que está (todavía hoy) delante de la casa donde crecí. Habían decidido talarlo para construir un nuevo garaje, pero había un obstáculo (uno más, digamos): mi bien conocida pasión por estos gigantes gentiles. La escena en la que me comunicaron la noticia de quitar el árbol fue antológica.
-Ariel, vamos a talar el árbol que está delante de la casa.
-Es un fresno.
-Eso. Lo vamos a talar.
-¿Y por qué?
-Porque ahí va el nuevo garaje.
-Ya sé, ¿pero por qué talarlo?
-Porque va el garaje y el árbol tapa la puerta.
-Clarísimo, ¿pero por qué talarlo?
-¡Porque no se va a poder entrar el auto!
-Comprendo eso, ¿pero por qué talarlo? ¿Por qué no movemos el fresno?
Se hizo un largo silencio y después vino la pregunta obligada:
-Ah, ¿eso se puede hacer?
Sonaba a quijotada, pero, hasta donde recuerdo, el árbol tenía poco más de 2 metros de altura, un espécimen joven que la Municipalidad había plantado un par de años antes. Tal vez pesara 100 kilos. No iba a ser fácil, pero sabía que podía hacerse. Era invierno además, y eso nos ayudaba. Al árbol, más bien, que, dormido en su sueño verde, soportaría bien el desarraigo.
El barrio asistió incrédulo a la singular mudanza. Casi nadie creyó que fuera a funcionar. "Pibe, lo estás matando", observó uno de los vecinos al verme cortar con una motosierra las gruesas raíces de sostén. Seguí adelante. Sabía exactamente lo que estaba haciendo.
Terminada la (en apariencia) espeluznante operación, lo extrajimos entre varios con cuidado, los colocamos en su nuevo destino -a sólo dos metros de distancia-, rellenamos con tierra, pusimos tutores y regamos con hormonas de raíz. El trasplante había durado varias horas y ahora era cuestión de tiempo. El tiempo es la dimensión por la que los árboles transitan.
Hasta la primavera el fresno fue, para todos, un misterio. ¿Reverdecería? Y, sobre todo, ¿por qué alguien se tomaría tanto trabajo por un arbolito? "¿Cuánto cuesta un fresno, pibe?", me preguntó uno de esos que cree que lo que se puede comprar, se puede matar.
Todo esto ocurrió en el invierno de 1986, el último que viví con mis padres. Cuando los días empezaron a alargarse, el árbol disipó todas las dudas con una explosión de brotes y flores, esas flores poco conspicuas pero tan enojosas de los fresnos. El cambio, como suele ocurrir, le había sentado bien. Creció más rápido y más fuerte que sus compañeros de cuadra y hoy, 30 años después, es un árbol inmenso cuya corteza empieza a ennegrecer.
Aunque ya no viva en esa casa, sigue siendo mi orgullo, y la foto más linda fue tomada en 2009. Pero esa imagen no está en un álbum o en una carpeta de JPG, sino en una aplicación Web del gobierno de la Ciudad de Buenos Aires. Allí es posible ver fotos aéreas tomadas en 1929, 1937, 1940, 1965, 1978, 1989, 1997, 2002, 2009 y 2013, superpuestas al mapa de la ciudad. Las imágenes de 1940, 30 años antes de que mi familia se mudara a esa morada, cortan el aliento por su definición y detalle. El largo caserón de Barracas ya estaba allí, sólido como un fuerte, con su patio de sosiego y la parra que conocí en mi infancia y que se secaría, ya anciana, en mi adultez. Hoy hay en su lugar una pujante glicina.
En el mapa de 1989 se adivinan, pese a la mala calidad de las imágenes, los fresnos. Hay una pequeña, casi imperceptible irregularidad en la ubicación de uno de ellos. Pero ningún inspector la notó nunca.
En 1997 no hay nada, ese año no sacaron o se perdieron fotos de grandes zonas de la ciudad; en casi todos los años hay faltantes, pero 1997 es, en ese aspecto, el peor. En 2002 ya despunta otro fresno, el que nació espontáneo en el patio de la casa, poco después de que trasplantara a su hermano de la vereda. Hoy también se eleva majestuoso; le pusimos, por supuesto, Yggdrasil.
La aplicación del sitio del gobierno de la ciudad lleva ya unos cuantos años en línea, pero no deja de impresionarme. El Obelisco, por ejemplo, no aparece en el mapa de 1929. Es extraña la ciudad sin ese característico monumento, que se revela sólo en 1937; lógico, había sido erigido el año anterior. La inmensa Avenida 9 de Julio no asoma sino hasta el mapa de 1965, pero de momento sólo se extiende entre las avenidas Córdoba y Belgrano. El edificio del Ministerio de Obras Públicas, en cambio, ya se yergue, desafiante, desde 1936. En 1978, la Avenida 9 de Julio va desde la calle Arenales hasta Constitución, pero todavía es una Buenos Aires sin autopistas. El Teatro Colón, en el mapa de 1929, lleva 21 años desde su inauguración.
El teatro Colón, en 2013; en el sitio del gobierno de la ciudad de Buenos Aires puede verse la foto satelital del edificio en 1929, 21 años después de su inauguración.
Lo que hoy es Puerto Madero está lleno de barcos y barcazas en las fotos que van de 1929 a 1989. En el mapa de 1997 sólo queda la fragata Sarmiento.
En 1940, un amplio sector junto al río aparece etiquetado como Plaza Ejercicios Físicos Colegio Nacional. Se refiere al Nacional Buenos Aires, y las enormes tipas que conocí durante la década del '70, y que todavía están allí, se ven en esta imagen, tomada 35 años antes, todavía juveniles. En la foto de 2009, en el Campo de Deportes (es decir, la Plaza de Ejercicios Físicos) se ven chicos jugando. Han pasado 30 años desde mi graduación.
Donde se mire, desde el Aeroparque hasta la Avenida General Paz, desde el Parque Centenario hasta la Plaza de Mayo, desde la Penitenciaría de Coronel Díaz y Las Heras (en el mapa de 1965 se ven las huellas de su reciente demolición) hasta los cementerios de la Chacarita y la Recoleta, esta aplicación es un notable viaje en el tiempo. Notable, digo, porque en 1929 la fotografía y la aviación estaban en pañales, así que el esfuerzo de producción y la constancia para preservar estas imágenes resulta sorprendente. Los cultores del balompié, para usar un término al tono, se asombrarán al ver el nacimiento de los estadios de sus equipos favoritos.
El estadio de River en 2013; la calle Victorinio de la Plaza sigue la curva de la pista del antiguo hipódromo.
Hasta donde pude encontrar, no abundan las ciudades con semejante herencia documental. Maricopa, en Estados Unidos, tiene en línea una aplicación ejemplar, lo mismo que los Estados de Alabama, Iowa y Minnesota, en el mismo país. Supongo que hay más. Si saben de otros, avisen.
Un buen complemento para la app del gobierno de la ciudad es esta página de Histarmar donde se difunde el trabajo pionero de Juan Bautista Borra y Enrique Broszeit.
Google Earth también ofrece una herramienta para ver cómo era el paisaje hace -en general- hasta 10 o 15 años atrás. En Manhattan, la imagen satelital de septiembre de 2001 muestra una ominosa pluma de humo surgiendo del World Trade Center. Para acceder las fotos históricas hay que hacer clic en un botón que se ve abajo a la izquierda de la aplicación y que lleva como etiqueta un número (un año, en rigor). Por ejemplo, si dice 2004, significa que las fotos llegan hasta ese año. Últimamente, Google ha ido agregando nuevas fotos con mayor regularidad.
En ciertas regiones el período es mucho mayor, y su impacto, más estremecedor. Por ejemplo, las imágenes satelitales del glaciar Upsala, en Santa Cruz, van de 1970 a la actualidad. Su retraimiento es manifiesto.
En otros lugares, hay fotos que se remontan hasta 1930. Pero no existe continuidad, como en el caso de la Ciudad de Buenos Aires. Sin embargo, Earth ofrece, para algunas ciudades europeas, una extensión, llamada Fotos Históricas, especializada en imágenes relacionadas con la Segunda Guerra Mundial.
La del estribo, y sólo parcialmente relacionada con el tema de la columna de hoy, no quiero dejar de mencionar la Colección Witcomb, que se puede acceder en el sitio de Educ.ar y que es tan generosa como ilustrativa.
A. T.
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