jueves, 9 de junio de 2016
HISTORIAS DE VIDA Y BUEN CINE
Era mi primer viaje a Europa, mi primer viaje a Francia, mi primer viaje a París. Puede tener resonancias de un tiempo hermoso, no lo era. Aquellos días costaba salir de la cama, comenzar la semana, encontrar razones para sentirme feliz, más allá de la sonrisa de mi hijo. El viaje pareció una buena alternativa para salir del laberinto por arriba. Llegué al aeropuerto Charles de Gaulle, tomé tren, metro, arrastré más sola que nunca mi valija por las calles y llegué a un hotel en Chatelet que ya no existe. Me derrumbé en una cama mínima, la ventana daba a un patio. A la mañana siguiente salí a caminar con un mapa que me costaba seguir. Practicaba entonces un juego que aún practico, el de perderme en una ciudad desconocida y tomar dos o tres carteles o edificios a la manera de hitos -una especie de Hansel y Gretel, pero sin migajas- como para después saber retornar al punto de origen. Di algunas vueltas buscando ya no recuerdo qué; sí sé que no lo encontraba. Me senté en un banco de una plazoleta a estudiar mi mapa: seguía sin entender nada. Miré hacia el cielo, despejado y ajeno, me tomé la cabeza. Mientras me levantaba para intentarlo todo de nuevo, miré a la izquierda: como una postal del deseo, se levantaba el palacio. Tuve un pálpito fugaz y lo confirmé enseguida, en ese mapa arrugado que por primera vez daba certezas. El Louvre me estaba llamando.
Por estos días, el museo que aún es centro cultural emblemático de Europa y es visitado al año por ocho millones de personas de todo el mundo está cerrado. La crecida del Sena -el río que parte París al medio- como resultado de las tormentas feroces que cruzan el continente llevó a las autoridades a poner en marcha el plan de evacuación de las obras que están en los depósitos subterráneos y también las que componen el departamento de arte islámico, una primera fase del programa de prevención contra las inundaciones, en el que están trabajando más de 500 empleados.
El 70% de esos depósitos están en zonas inundables y albergan unas 220.000 obras. El diseño del plan contempla el retiro de las obras en 72 horas. Al otro lado del río, el museo D'Orsay, que exhibe una de las mayores colecciones de arte impresionista del mundo, trasladó sus Gauguin, Renoir, Monet, Bonnard y Cézanne en 96 horas. El agua obliga a las artes a esconderse.
La gran odalisca, de Ingres.
Hace una semana volví al Louvre. No necesité ir a París, alcanzó con ir al cine a ver Francofonía, otra maravilla del cineasta ruso Aleksandr Sokurov que incluye un ensueño colmado de imágenes aéreas de la ciudad. En su película, fascinante meditación sobre el arte, la política y la preservación de la cultura, Sokurov recupera una historia de la Segunda Guerra, ocurrida cuando los alemanes invadieron París y encontraron que la mayoría de las grandes obras del Louvre habían sido evacuadas y alojadas en castillos de las afueras de la ciudad. En el museo sólo pueden verse imponentes esculturas, no hay Gioconda, ni Delacroix, ni Ingres. No hay pintura renacentista ni flamenca: todo ha sido deliberadamente retirado y alojado en lugares secretos, ante el inminente riesgo de destrucción por bombas o saqueos.
La libertad guiando al pueblo, Delacroix.
Al tiempo que lanza ideas como flechas (por ejemplo, cuánto habrá influido en las culturas el arte del retrato, tan practicado por los europeos y, en cambio, casi ausente del arte islámico), los ojos de Sokurov recorren las obras, los personajes y los símbolos de la cultura francesa y les pone cuerpo y voces a dos protagonistas de aquellos días de la invasión nazi: Jacques Jaujard, director del Louvre en el verano tenso de 1940, y Franziskus Wolff Metternich, oficial responsable de la gestión cultural del Tercer Reich. Con las enormes diferencias que los separan ("Soy muy francés", responde Jaujard cuando el oficial nazi le pregunta si habla alemán), parece unirlos una pasión. Mientras el francés se compromete con el cuidado de sus tesoros, el alemán se demora en recuperarlos, empujado por su deseo, más cercano al alma del arte que a la necesidad de apropiación del ejército invasor.
Francofonía, de Sokurov.
Francofonía fue filmada por Sokurov doce años después de que su extraordinaria El arca rusa, que proponía un recorrido majestuoso y entre susurros por el Hermitage, uno de los mayores símbolos políticos y culturales de los rusos.
Esta vez, aunque viaja al pasado, hay además una preocupada reflexión sobre el presente y la violenta destrucción de patrimonio cultural a manos de delirantes agrupaciones fundamentalistas y también sobre los riesgos de la desaparición de la memoria. El subtítulo original del film es "Una elegía para Europa", una suerte de oda a un continente que cruje: tantas décadas después del nazismo, el resurgimiento de las ideas extremas no parece un buen augurio para la civilización.
H. P.
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