lunes, 1 de agosto de 2016
CAMA; BENDITO OBJETO UTERINO....
Me pareció una tontería, el atajo de quien no tiene un tema frente a sí, pero esta mañana me decidí a escribir sobre ella: mi cama. Estuve buscándola durante diez años, y en ese tiempo dormí tendido en un colchón en el piso, hasta que cierta tarde la descubrí en una vidriera. Era una cama no especialmente económica, de modo que transcurrieron unos cuantos meses hasta que la hice mía; regresé a ella una y otra vez, dejándome seducir por sus formas, su elegancia y una infrecuente autoridad física: tiene, para decirlo con el lenguaje de los críticos de teatro, presencia escénica.
Me convenció un amigo de comprarla con un razonamiento sencillo: pasamos un tercio de nuestras vidas en ella. En ciertos casos, sucede allí el milagro del alumbramiento; otras veces, es el escenario del instante en que alcanzamos el reposo final.
Es extensa la lista de las cosas que ocurren en la cama. Soñamos en ella, hacemos el amor, comemos o, simplemente, arrebujados entre las mantas, especialmente en invierno, en ella buscamos cobijo o descanso de las hostilidades del mundo y de nuestros demonios interiores.
Mozart -según el retrato que hizo de él Milos Forman en Amadeus- compuso en la cama su Réquiem. Entre los artistas, tantas veces dados a la pereza, escribieron en la cama Marcel Proust (el tan estudiado comienzo de En busca del tiempo perdido en cierto modo le rinde homenaje), Truman Capote y Vladimir Nabokov, entre tantos, aunque el caso más famoso es el de Juan Carlos Onetti, quien hacia el final de su vida decidió llevar sus desolaciones a la cama hasta que lo alcanzase la muerte. Tendido en ella, el autor de El astillero y Juntacadáveres escribió muchos pasajes de su obra. En la cama de su piso madrileño, rodeado de novelas policiales, Onetti leía, escribía, fumaba, bebía whisky, recibía amigos y, muy ocasionalmente, concedía entrevistas.
En 1969, en plena guerra de Vietnam, en un lapso de quince días John Lennon y Yoko Ono celebraron dos bed-in como una manera de reclamar la paz en el mundo. Lennon sabía que esa escena, que iba a ser parte de la luna de miel de la pareja, sería capturada por una nube de fotógrafos cuyas imágenes se encargarían de transportar el mensaje antibelicista a los rincones más remotos del planeta. El primero de esos encuentros sucedió en la suite presidencial de un hotel en Amsterdam y quedó registrado en el documental Bed Peace; pocos días después, las cámaras debieron trasladarse a Montreal.
Cuentan que Winston Churchill trazó en la cama parte de la estrategia que desplegaron los aliados en la Segunda Guerra Mundial; un modelo de ese mueble lleva su nombre, como a otro se le impuso el de Luis XIV, de quien los historiadores de menudencias dicen que tenía más de cuatrocientas en su Palacio de Versalles. La lista sigue.
La historia no escrita de la cama es inevitablemente imprecisa. Los hombres antiguos durmieron tendidos en el piso sobre un colchón de hojas, paja o cuero de animal. En algún momento la cama se eleva unos pocos centímetros del suelo, no sabemos si para evitar la amenaza de alimañas (protección que más adelante reforzarán los tules de la cama con dosel) o como señal de prestigio. En las culturas antiguas y en el mundo de los grandes señores, la cama va consolidándose como mobiliario de lujo; entre persas, griegos y etruscos aparecen muebles enchapados en marfil, carey y metales preciosos.
El hombre común deberá esperar tiempos mejores y aguardará hasta el siglo XVIII para que nazca como espacio el dormitorio; hasta entonces, el camastro en que se tiende durante la noche está a un costado de la sala; apenas amanece, sirve como diván.
Matías Rivas, el editor chileno, lo resume de esta bella manera: "Si tuviera que determinar a qué obedece esa pulsión por habitar mi cama, creo que la respuesta más certera sería: por melancolía. La cama es un refugio, un nido y un nicho. Quedarse en cama sirve para protegerse del frío, de la resolana o de cualquier pretexto climático que nos afecte. Obviamente, también para soslayar a los demás.
Es una manera de inclinarse por el aburrimiento y la vida mental, en vez de la acción y el tráfago. Como no tengo la premura histérica de llenar el tiempo, ni creo en que valga la pena molestarse en ello, prefiero la posición horizontal, el desierto de sábanas blancas que nos devuelve a la soledad y nos obliga a recogernos y recordar".
V. H. G.
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