martes, 9 de mayo de 2017

HISTORIA DE VIDA


Quien tiene una guitarra -dicen los que saben tocar- nunca está solo. Quien tiene un libro -saben los que aman leer-, tampoco. Y quien tiene una librería como una casa llena de amigos que se prodigan a puertas abiertas posee además el oro de la generosidad. Ésta es la historia de una mujer que, porque amaba con fe lo más noble del alma humana, amó con pasión los libros.



Françoise Frenkel nació como Frymeta Idesa Frenkel, el 14 de julio de 1889, en Polonia. Y acaso esa fecha fue un destino, porque cuando estudió Letras en la Sorbona se enamoró para siempre de la cultura francesa. Aficionada a la lectura desde niña, en París adoraba merodear entre los bouquinistes, y no tardó en ganarse la vida siguiendo su vocación: sería librera.
Oficio erudito pero servicial y humilde, despojado de las vanidades de la escritura y los egoísmos de la lectura, Frenkel se consagró a él con devoción. Observaba atentamente a quienes entraban en el local y, celestina invisible, se esforzaba por penetrar sus deseos y comprender sus gustos para conducirlos hasta el libro ideal. Tan experta se había vuelto que era capaz de intuir una personalidad por el modo de pasar las páginas. En cada caso se las ingeniaba para dejar a mano del potencial lector el volumen que ella consideraba adecuado. Prefería que el encuentro pareciera casual y rehuía la recomendación directa, que podía intimidar o sonar pedante.
En 1920, de vacaciones, pasó unos días en Berlín. Conocía la ciudad porque allí había estudiado alemán y música. Al cabo de un paseo reparó en algo que le pareció increíble: no encontró libros, ni revistas ni diarios franceses. Desde ese momento, y contra todo consejo, abrir en Berlín una librería francesa se convirtió en una misión. Lo logró, y para 1921 La Maison du Livre era un éxito.



Sus primeros clientes fueron mujeres extranjeras: polacas, rusas, checas, turcas, noruegas, suecas, austríacas. Los franceses y los alemanes llegaron después. Funcionaba también una biblioteca circulante y pronto hubo largas listas de espera, tanta era la avidez de su público. Todo convivía allí en armonía. Sin arrogancias sectarias ni pretensiones de imponer un programa estético, la librera anfitriona recibía con el mismo respeto a las señoras que se abalanzaban sobre las revistas de modas y a los profesores y estudiantes universitarios. La Maison se convirtió en un hervidero intelectual y cosmopolita. Allí daban conferencias los escritores franceses que visitaban Berlín -como Gide y Colette-, se hacían representaciones teatrales y se escuchaba música.
La irrupción del nazismo acabó con ese breve paraíso terrenal y en 1939 Frenkel debió exiliarse en Francia. A partir de ese momento todo fue un penoso derrotero para huir de la persecución nazi, hasta que logró instalarse en Suiza. Allí escribió Una librería en Berlín, testimonio de su vida, publicado en Ginebra, en 1945, recientemente recobrado y reeditado. El título original es muy elocuente respecto del clima de amenaza (cuando no tocaba el horror) que se respiraba en la época: Rien où poser sa tête (nada donde posar su cabeza), es decir, ninguna posibilidad de descansar, de relajarse, de abandonar el estado de alerta.


Un dato intriga a quienes trabajaron en la nueva edición. Se sabe que Frenkel dirigió la librería con su marido, Simon Raichenstein, quien debió abandonar Berlín en 1933 y murió en Auschwitz en 1942. Pero ella no lo menciona. Sí evoca el doloroso adiós a sus libros en vísperas de su propia partida: "Me quedé completamente sola con mi librería. La velé toda la noche, recordando nuestra vida en común [...] Aquella noche comprendí por qué había podido soportar la agobiante atmósfera de los últimos años en Berlín. Porque yo amaba mi librería como una mujer ama, con verdadero amor".

V. CH. 

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