Está en Esmeralda al 800 y, además, tiene libros viejos, raros, buscados y agotados
Agustina Canaparo. Elena Padín Olinik, la dueña de la librería Helena de Buenos Aires
“En esta vidriera usted verá opúsculos. Opúsculo: pieza bibliográfica de pocas páginas, temas diversos. En muchos casos curiosidades”, anticipa un pequeño cartelito en la entrada de una icónica librería anticuaria ubicada en Esmeralda 882. Al ingresar, sorprenden los inmensos estantes con obras de historia latinoamericana, criollismo, viajes, arte, mapas, primeras ediciones de Jorge Luis Borges y Roberto Arlt, libros de tiradas limitadísimas y otras joyitas incunables.
Demetrio, un felino blanco y negro, cómodamente acostado, custodia los preciados ejemplares del escaparate. A su lado, se encuentran Cusco y Café, quienes también se roban las miradas de los transeúntes. “Los gatitos no muerden y los libros tampoco”, afirma la librera anticuaria Elena Padín Olinik, entre risas, mientras acompaña a un joven estudiante al sector con títulos de historia argentina. Ella, a la que todos en el barrio le dicen cariñosamente “Elenita”, ama este oficio desde pequeña y hace más de veinticinco años que está al frente del ya considerado un clásico porteño: Helena de Buenos Aires.
“No estás gastando dinero, estás custodiando valor. ¡Adquirí un libro!”, dice una de las tantas frases pegadas en las paredes de la librería. “Oficina privada. Si trae chocolates o whisky… entonces pase. Gracias”, se lee antes de ingresar al escritorio de madera con una gigantesca e imponente biblioteca con tesoros de antaño. Es tan solo un anticipo del gran sentido del humor de la anfitriona.
“Amo los libros desde que tengo uso de razón. Tengo fascinación por ellos”, confiesa. “Cuando tenía diez años me encantaban los libros de Emilio Salgari. En la sala de música de la casa de mis padres había una biblioteca con varios tomos de los diccionarios Sopena y yo me los solía llevar a mi cuarto. Me parecía espectacular abrir en cualquier página y aprender palabras que no conocía y sus significados. La lectura me provoca desde entonces mucha alegría”, cuenta. Luego se recibió de docente y profesora de educación física.
Oficio heredado
Fue a principios de los 90 cuando conoció a quien se convertiría en su fiel maestro en el oficio. “En aquella época empecé como discípula del librero francés Justin Piquemal Azemarou, que había estado en la Guerra del Norte de África. Él tenía un local diminuto en una antigua galería. Mi difunto marido, que era un gran lector, solía comprarle libros y fue quien me lo presentó. Así se me abrieron las puertas en el ámbito del antiquariato”, rememora sobre sus inicios en el rubro. Su maestro tenía una frase de cabecera: “Leé catálogos, esa es la forma de aprender”. Leyó cientos con sus títulos, descripciones, mapas e imágenes y, en pocos meses, se convirtió en una experta. “Para mí era todo nuevo y me apasionó”, reconoce.
Tiempo después se embarcó en un nuevo desafío personal: inauguró, en un pequeño local de 3x3 en la Galería de Buenos Aires (Florida 832), su primer negocio con libros viejos, raros, buscados, agotados. Luego se mudó a la calle Esmeralda 874 y años más tarde a su ubicación actual, donde antiguamente se encontraba la histórica librería L’amateur, fundada en 1924. “Funcionó aquí durante más de medio siglo”, detalla Elenita y señala el icónico cartel con el nombre de antaño en la puerta del negocio.
Tras recorrer el sector de los libros de historia latinoamericana y criollismo, Elenita se detiene frente a un bello mueble de madera. “Aquí guardo varios ejemplares que para mí tienen cierta importancia”, reconoce, mientras abre cuidadosamente las cajoneras. En sus manos tiene una pequeña cajita (hecha a medida) que contiene una primera edición de 1936 de Historia de la eternidad, de Jorge Luis Borges con dedicatoria. A su lado, hay otros del escritor: El jardín de senderos que se bifurcan y El Aleph . El Juguete Rabioso, de Roberto Arlt; Un modelo para la muerte, de B. Suárez Lynch (Borges- Bioy Casares), y Una excursión a los indios ranqueles, de Lucio V. Mansilla, son algunas de sus perlitas. La mayoría están dedicados por los autores.
Para Elena, cada nuevo cliente es único: invierte tiempo y gran dedicación. A los coleccionistas continuamente los asesora según sus autores preferidos y temáticas. Y a los más jóvenes los suele incentivar para que, poco a poco, armen su pequeña biblioteca. “Me encanta acercarlos y motivarlos para que se amiguen con los libros antiguos y empiecen su propia colección. Este mundo es maravilloso y, una vez que entrás, te atrapa”.
El cantante Joaquín Sabina en sus visitas por Buenos Aires solía acercarse al local. Elenita recuerda que se llevó una postal bellísima de Borges dirigida a Adolfo Bioy Casares, una primera edición de Cien años de Soledad y de Rayuela, Cortázar, entre otros de literatura latinoamericana. Otros habitués han sido Joan Manuel Serrat y Arturo Pérez-reverte.
En una de las paredes se encuentra otra frase de la anfitriona: “La librería se abre cuando yo llego y se cierra cuando me voy”.
http://indecquetrabajaiii.blogspot.com.ar/. INDECQUETRABAJA
No hay comentarios.:
Publicar un comentario
Nota: sólo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.