¿Cómo sería Rusia sin el yugo del líder del Kremlin?
Joy Neumeyer Traducción de Jaime Arrambide
La situación actual de Rusia –militarizada, aislada, corrupta, dominada por los servicios de seguridad y con una hemorragia de talentos que empuja a miles de rusos a escapar al extranjero para escapar de la leva y una horrenda guerra– es por demás sombría.
Con la esperanza de poner fin a esta desalentadora realidad, algunos tienen la expectativa de que Putin deje el gobierno. Pero la muerte o la dimisión de Putin no son suficientes para producir un cambio en el país. Los futuros líderes de Rusia deberían desmantelar y transformar las estructuras que Putin manejó durante más de dos décadas. Y el desafío, como mínimo, es abrumador. Pero hay un grupo de políticos que ya están diseñando un plan para lograrlo.
Compuesto por conocidas figuras de la oposición y jóvenes representantes de gobiernos regionales y municipales, el Primer Congreso de Diputados del Pueblo de Rusia se celebró a principios de noviembre en Polonia.
Y la elección del lugar del encuentro, el Palacio Jablonna, en las afueras de Varsovia, tiene un fuerte contenido simbólico: fue donde tuvieron lugar las primeras negociaciones de las mesas redondas que condujeron al final del régimen comunista en Polonia.
Allí, durante tres días de intenso debate, los participantes elaboraron propuestas para la reconstrucción del país, que en su conjunto, representan un intento serio de imaginar una Rusia sin Putin.
La primera y más acuciante prioridad, por supuesto, es la invasión a Ucrania. Todos los participantes del Congreso se oponen a la guerra, que según presumen será perdida o conducirá a un desastre nuclear.
Para lidiar con las consecuencias y evitar una repetición de la tragedia, la propuesta sugiere “un acto de paz”, que implica la desmovilización del Ejército ruso, la retirada de fuerzas y el fin de la ocupación del territorio ucraniano, incluida la península de Crimea.
También propone la creación de un grupo conjunto para investigar posibles crímenes de guerra, pagar por los daños a la infraestructura ucraniana y compensaciones para las familias de los muertos, y un rechazo explícito a futuras “guerras de conquista”. Además de ser un fuerte elemento de disuasión de cualquier aventura expansionista a futuro, ese compromiso de amplio alcance también implicaría un necesario reconocimiento del historial de invasiones imperialistas de Rusia.
Los funcionarios responsables de la devastación también tendrán que ser extirpados del gobierno, algo que nunca ocurrió tras el colapso de la Unión Soviética. El Congreso propone inhabilitar para cargos públicos y educativos a quienes integraron “organizaciones delictivas” –como el Servicio Federal de Seguridad o los canales de televisión estatales–, y a quienes apoyaron públicamente la guerra, y también se restringiría su derecho al voto. También se crearía una comisión de “desputinización” para evaluar la rehabilitación de ciertos grupos, incluidos quienes se retracten públicamente y no hayan cometido delitos graves, y se desclasificarían los archivos de los servicios de seguridad. A continuación, está la estructura de la propia Rusia. La Federación de Rusia es un mosaico altamente centralizado de más de 80 repúblicas y regiones totalmente subordinadas al presidente, lo que permite una enorme concentración del poder.
En base a proyectos de descentralización de la época del colapso soviético, el Congreso propone disolver la Federación de Rusia y reemplazarla con una nueva democracia parlamentaria. De acuerdo con el borrador de un proyecto sobre el tema de la “autodeterminación”, la integración de todas esas repúblicas al nuevo Estado ruso debería ser “sobre la base de la libre elección de los pueblos que las habitan”.
De Lenin a Yeltsin
Esta ruptura con el presente podría corregir las promesas fallidas del pasado. Desde Vladimir Lenin hasta Boris Yeltsin, los líderes rusos modernos tienen un historial de ofrecer descentralización para ganar apoyo y luego retractarse una vez que consolidan el poder. Revisar el tema de una mayor soberanía podría permitir que la república separatista de Chechenia, por ejemplo, abandone Rusia después de su brutal subyugación por parte de Putin.
En cuanto a los planes económicos, la propuesta del Congreso es más difusa. Promete una ley “para revisar los resultados de las privatizaciones” llevadas a cabo durante la década de 1990 –de donde surgieron los oligarcas de Rusia–, mientras que otro proyecto de ley tiene como objetivo abolir la impopular reforma previsional aprobada por Putin en 2020.
Nada dice, sin embargo, sobre la creación de una fuerte red de seguridad social ni se refiere a la transición de la economía de Rusia para alejarse de su dependencia de las exportaciones de energía. Es un descuido importante. Desde la década de 1990, cuando se lanzó simultáneamente el proceso de privatizaciones y de elecciones libres, riqueza y poder quedaron entrelazados. Por lo tanto, la reforma política resulta inseparable de una reforma económica.
Por el momento, con la mayor parte de la población rusa forzada a cruzarse de brazos mientras otros pierden su trabajo o la libertad para expresar su disidencia, la posibilidad de una transformación profunda del país parece remota.
Sin embargo, los cambios suelen llegar cuando menos se los espera. A principios de 1917, sumido en el pesimismo, Lenin se lamentaba de que probablemente no viviría para ver la revolución. Unas semanas más tarde, el zar fue derrocado. Rusia no está más condenada que cualquier otro país a repetir su pasado. El momento de reimaginar su futuro es ahora
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