miércoles, 8 de junio de 2016
CADA VEZ MAYOR PELIGRO EN LAS REDES
No existe ningún software que vaya a proteger a nuestros hijos en Internet. Es la más arraigada de las fantasías en torno de la compleja y problemática relación entre los chicos y la tecnología. Albergamos la esperanza de encontrar el filtro infalible contra contenido inadecuado o un programa que los alerte del criminal que se esconde tras una fachada amigable. Y es verdad, los controles parentales y los navegadores para niños son de mucha utilidad. Pero una vez que el chico aprende a leer, escribir, sumar y restar, aprende también cómo configurar una computadora o un smartphone, y los corralitos que hasta entonces habían dado buen resultado se vienen abajo. Para cuando dé los sanos e indispensables primeros pasos hacia una adultez independiente, el castillo de naipes de la protección automática habrá desaparecido.
Si hace 30 años esta etapa de la vida era conflictiva, hoy, con la llegada de la digitalización, lo es a una escala que escapa a nuestra comprensión. Se impone, tal vez, un giro copernicano en la manera de lidiar con el hecho de que los chicos llevan una poderosa computadora en su bolsillo, conectada a una red global y con herramientas que, tres décadas atrás, sólo existían en la literatura de ciencia ficción.
Tendemos a pensar que, como nuestros hijos saben más que nosotros de tecnología, entonces, no tenemos modo de controlar lo que hacen. Es un razonamiento válido, excepto que tampoco podríamos controlarlos si fuéramos expertos en informática. Los padres están abrumados, pero no por la falta de conocimientos técnicos, sino por la enormidad de lo que necesitan fiscalizar: Facebook, Snapchat, WhatsApp, Twitter, Hangouts, Skype, Telegram, y la lista crece cada semana. Sin embargo, tampoco nuestros padres fueron capaces de vigilar todo lo que hacíamos. Si llegamos hasta aquí fue más bien gracias a que contábamos con "los viejos" y a que, tras las rabietas, tenían nuestro respeto y nuestro afecto.
Pero nada es tan simple, e Internet impone una capa de complejidad que puede resultar espeluznante. Si un pedófilo se hace pasar por una chica de 12 años en Facebook, no hay afecto, confianza, respeto ni valores que protejan a sus víctimas. Y esto es horrendo, porque los padres se sienten doblemente impotentes para cuidar a sus hijos, un instinto tan poderoso que no dudarían en dar la vida por ellos. Desde que Janusz Korczak se inmoló junto a sus pequeños huérfanos durante el Holocausto, sabemos que cada madre y cada padre es un mártir en potencia. Pero la era digital parece haberles robado este privilegio. La salida, de nuevo, no está en un programa espía, en una niñera de software.
Todo una ilusión
La nueva capa de complejidad que vienen a traer las computadoras e Internet consiste en que en la pantalla todo es una ilusión. El banco online no es un edificio de ladrillos, hierro y vidrio. El diario en la Web no está hecho de papel. El mail angustiante que nos amenaza con una causa penal parece muy verosímil; vamos, ¡si hasta tiene el logo del FBI! Sí, pero incluso ese logo es un amasijo de unos y ceros.
Los adolescentes saben más que nosotros de computadoras y smart-phones y, para peor, no lo saben porque lo hayan estudiado, sino porque forma parte de su mundo desde que su mundo existe. Esta ventaja les impone, sin embargo, un punto ciego: creen ciegamente en sus pantallas, y nada es menos confiable que un display. Los adultos, que a los golpes hemos aprendido a desconfiar, debemos instalar esta duda en los chicos. Será la piedra fundacional para una autonomía virtual a prueba de engaños y ardides.
Y una cosa más. Se nos bombardea con la idea -falsa- de que nuestros contactos en Facebook son amigos, con el concepto de que todo queda entre nosotros, como si fuera una reunión en casa. Nada de esto es verdad. Por mucho que nos esforcemos en blindar la privacidad de nuestro perfil, toda frontera digital es porosa por definición. Es muy difícil convencer al chico que empieza a independizarse de no subir demasiados datos a Facebook, porque la presión social es enorme, pero también es tarea fundamental.
Esta campaña inglesa, reproducida en el sitio Foresenics, es un buen comienzo para empezar a abrirles los ojos (http://www.foresenics.com.ar/novedades.html?p=4971). Pero, otra vez, no alcanzará con hacer privado un perfil, porque un amigo real podría, sin mala intención, replicar fotos y comentarios. Es menester insistir: no hay mecanismo automático de salvaguarda. En este nuevo mundo de redes dentro de redes, la duda y la prudencia son las primeras y más sólidas líneas de defensa.
A. T.
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