miércoles, 15 de junio de 2016

HISTORIAS DE VIDA; LA RUEDA POPULAR


Desde hace dos años, tres bicicleteros llevan adelante este proyecto que pregona el concepto de “compartir” con los que menos tienen; ya regalaron 550 rodados
Los Narezo (bicicleteros); Diego Torres (donante); Martín y Mía, los beneficiarios, y Guillermo Gambetta (bicicletero). Foto: Ignacio Sánchez
Desde hace algunas semanas, Nills Weller ya se encuentra en Francia junto con su familia donde regresó después de pasar una temporada laboral en la Argentina. En la otra punta del globo, en Lomas de Zamora, Mía Pavón juega con sus primos y sus amigos de la escuela mientras aún espera el regalo que le había prometido su abuela. Las vidas del economista y la pequeña se cruzaron hace poco en una bicicletería de Palermo, donde Mía pudo tener, al fin, una bicicleta para pasear por el barrio.
Los unió el proyecto social La Rueda Popular, que desde hace dos años sale al rescate de un elemento tan común como inaccesible para muchas personas. Un movimiento que se sustenta en el poder de un verbo muy valioso: compartir. El funcionamiento es simple y, aunque requiere de varios protagonistas, son dos los actores principales: el donante de una bicicleta en desuso -pero en buen estado- y el receptor. En el medio, seis manos laboriosas y tres voluntades sin fines de lucro que reparan lo que haga falta y sirven de nexo. De esa manera el proyecto ya lleva entregadas 550 bicicletas en la Capital y en algunas provincias del país.
Todo transcurre en un pequeño local de la calle Borges y tiene un sostén clave en las redes sociales. Entre bicicletas vintage y publicidades antiguas, Guillermo Gambetta, el “Rubio”; Daniel Narezo, el “Gallo”, y Evaristo Narezo, el “Pibe” -de sólo 15 años-, reparten su tiempo entre la actividad comercial y el proyecto solidario. Allí comienza a girar una rueda que se multiplica en la medida que suma adherentes.
Es jueves. Llueve y hace frío. Pero nada detuvo a Mía, su mamá y su papá, que viajaron dos horas desde Lomas de Zamora hasta Palermo para buscar la bicicleta rodado 20 que un mes atrás había donado Nills. “Su abuela murió en noviembre del año pasado. Le había prometido a Mía regalarle una bici para Navidad, pero falleció. Mía pasó meses de mucho dolor”, cuenta María Pavón, la mamá de la niña de 7 años que mira impaciente dentro del local. En el fondo está la que pronto será su bicicleta.
Facebook facilitó la unión. “Empecé a buscar bicis usadas o nuevas, pero los precios eran imposibles de pagar para nosotros. Entonces encontré La Rueda Popular, hice el pedido y acá estamos, felices”, dice la mujer mientras Mía ya está probando la BMX roja por la vereda y va perdiendo la timidez que tenía al llegar a la bicicletería.


El proyecto no cuenta con apoyo oficial y tampoco recibe subsidios. Se sostiene con el ahorro del 20% de cada arreglo o venta que se realiza en Bicicletas Populares, el negocio de Gambetta y los Narezo. También con el 100% de lo recaudado del dinero que los ciclistas dejan a voluntad en la lata junto al compresor de aire comprimido para inflar las cubiertas. Cada bicicleta tiene un costo de refacción de entre $ 800 y $ 1000 que salen de ese fondo común.
“Por eso pedimos que las bicicletas donadas estén en un 50% completas, no destruidas. Queremos hacer entender que el concepto es compartir, no sacarse de encima algo que no sirve más”, explica “el Gallo”. Y completa: “La Rueda Popular también funciona con un concepto bien peronista: «Allí, donde exista una necesidad, nace un derecho»”.
Unas 500 bicicletas se donaron en forma individual, lo que realza el valor de este movimiento. El resto fueron entregadas en dos viajes durante 2015, uno a la localidad de Fisque Menuco, en Río Negro, y otro al paraje La Mansión, en Corrientes. En ambos sitios se aportaron pelotas, útiles escolares, libros y alimentos para repartir en comedores populares y escuelas; las dos salidas contaron con el aporte de colaboradores.
“No me pidas que te cante algo”, se ataja Diego Torres, uno de los que sumaron su voluntad y su camioneta Fiorino en el viaje a Río Negro. Hace dos años Diego donó una bicicleta y luego se transformó en un predicador de la Rueda Popular. Pasó el mensaje entre sus amigos y consiguió otras bicis para arreglar y donar. “Cada uno pone su granito de arena y esto se va haciendo grande”, resume.
Su último aporte es un rodado 20 de una amiga que ahora está en manos de Martín Salecio, de 14 años, que viajó en tren desde San Miguel desafiando el mal tiempo. “¡Vení vos a posar!”, le grita a su hermana, Natalia, mientras le sacan fotos. “Es que yo no sé reírme, no me río nunca”, le explica. Al rato sale a probar la bicicleta por la vereda, a los tumbos, aprendiendo a domarla. Natalia lo mira, mordiéndose el labio inferior, con gesto de superada, de hermana mayor. “Es muy desbolado para andar por la calle, por eso mi vieja no quería que usara mi bici”, argumenta. 


La Rueda Popular nació por la necesidad de muchas personas de tener una bicicleta para movilizarse hacia el trabajo. O para aquellos niños de familias de recursos ajustados que deben darles prioridad a otras necesidades básicas. Este proyecto demuestra que con voluntad, un oficio y la difusión de la idea es posible arrancar varias sonrisas con muy poco. “No pedimos nada a cambio, sólo que cada donante y receptor de bicicletas se conviertan en promotores de la Rueda Popular. Que cuando se lleven la bici o la dejen se contagien de lo bueno de este proyecto”, dice Guillermo.

No hay comentarios.:

Publicar un comentario

Nota: sólo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.