El día que la salud del Presidente alteró los planes
— por Cecilia Devanna
La mañana del martes 15 de noviembre se combinaron chaparrones con sol radiante. La humedad parecía rajar la tierra y el calor era arrasador. Pero en el Westin Resort, un exclusivo hotel con playa sobre el océano Índico, devenido en centro de prensa para la cobertura del G-20, nada de todo eso se sentía.
Para entrar había que hacerse un test de antígenos, esperar el resultado y escanear la credencial que daba la bienvenida al evento. Con acreditaciones hechas con más de un mes de anticipación, todo estaba organizado para que nada saliera mal. En el primer piso del lugar había puestos de masajes, de bebidas y de comidas para enfrentar la jornada de al menos ocho horas. En la previa, lo único que había complicado el día era avanzar por las calles de Nusa Dua, al sur de la isla, una zona de ensueño, con trazados perfectos y vegetación frondosa, en la que cada vez que pasaba una comitiva presidencial se paralizaba todo el tráfico. Hacer un kilómetro llevó más de media hora.
En el media center del Westin, los periodistas de todo el mundo nos ubicamos entre escritorios, mesas y livings distribuidos en dos salones, con todo lo necesario para seguir de cerca la Cumbre, que sucedía en el multicustodiado The Apurva Kempinski Bali, a cinco kilómetros de allí. Convertido en una auténtica fortaleza, el lugar reunió en un solo lugar a 17 presidentes, tres cancilleres y líderes de organismos internacionales como el FMI, la FIFA y el Comité Olímpico.
Los argentinos teníamos agendada como primera actividad del día el discurso que Alberto Fernández daría poco antes de las 11 de la mañana (medianoche argentina), en el plenario inicial, luego de la cual habría, a lo largo de esa y la siguiente jornada, varias bilaterales confirmadas para cubrir.
Cuando se acercaba el momento de que se supiera que el mandatario había hablado –el circuito era cerrado y a los discursos solo se podía acceder a través de lo que difundían las comitivas– empezamos a consultar. Nos pidieron paciencia. Nueve minutos antes de las 11 advirtieron que habría cambios, pero no cuáles serían. Se sabía que Fernández tenía listo su discurso desde la noche anterior, con lo cual era difícil entender qué estaba pasando.
A las 11.16 se avisó vía Whatsapp que “la posición argentina” sería dada por el canciller Santiago Cafiero y adjuntaban el comunicado de la Unidad Médica Presidencial, con la novedad sobre la situación de salud del mandatario. Se hablaba de un pico de hipotensión. Los dedos parecían no alcanzar para avisar a los editores en la madrugada de Buenos Aires, publicar, y al mismo tiempo buscar en fuentes de la comitiva mayores detalles, que ni ellos por entonces tenían todavía.
Se preguntó dónde había sido trasladado el mandatario, pero la respuesta fue negativa. “Solo los comunicados médicos cuando ellos (por la Unidad) lo consideren”, dijeron. Para entonces habían pasado 33 minutos de las 11. En lo sucesivo hubo intercambios de mensajes con funcionarios que advertían la preocupación. Eran escuetos, pero comenzaban a hablar de úlceras, sangrado y desmayos. En paralelo llegaban también: “está bien”, “está mejor”, sin mayores detalles.
Fueron así 4 horas y 15 minutos hasta que llegó el nuevo comunicado que consignó una gastritis erosiva con signos de sangrado. Casi al instante confirmaban que Fernández asistiría a su bilateral con el líder chino, Xi Jinping, prevista para poco después. “Una úlcera de duodeno provocada por estrés que causó todo esto” y “Fernández retomará sus actividades con mucho control”, eran parte de los mensajes complementarios que se agolpaban en los teléfonos, estallados a esa hora entre demandas y consultas. El ritmo era frenético.
Luego llegó el aviso de que el mandatario quería ver a los periodistas en su hotel. Entre el Meliá, donde se alojaba Fernández, así como el canadiense Justin Trudeau y el español Pedro Sánchez, y el Westin solo había poco más de 500 metros. En segundos juntamos laptops, transformadores y todo lo que habíamos desplegado durante la jornada y salimos.
En el breve encuentro, al que Fernández llegó junto al canciller Cafiero y el ministro Sergio Massa, el mandatario contó detalles de lo sucedido y buscó llevar tranquilidad. Se mostró sonriente y de buen ánimo. Hizo chistes y agradeció la preocupación y el respeto con el que se había tratado lo sucedido. Contó que se iba a descansar y que bajaría la intensidad para el resto de la agenda, por recomendación médica. Luego llegaría el llamado de Cristina Kirchner y el acompañamiento de los propios.
En Bali ya anochecía y el día entraba en su ocaso. En Buenos Aires, por el contrario, la jornada recién arrancaba y la demanda era total. La salud de un presidente es una cuestión de Estado y reconstruir al detalle lo sucedido era el objetivo principal en un día caliente, en el que la sorpresa inicial dejó paso a un trabajo en equipo, a uno y otro lado del mundo, desplazando el eje inicial de la cobertura y abriendo un nuevo capítulo de la política local.
Hubo momentos de confusión e incertidumbre por el contratiempo de salud que sufrió el Presidente en Bali, en plena gira
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