jueves, 24 de noviembre de 2022

OPINIÓN


En busca del ancla perdida
Luciana Vázquez
No solo la inflación necesita de un ancla. Un respaldo que dé credibilidad y certidumbre antes de que las expectativas zarpen fuera de control. También el poder la necesita. El oficialismo kirchnerista enfrenta ese problema: viene dilapidando anclas de todo tipo desde el inicio de su gestión. En la interna o en la intemperie de la opinión pública, el poder político no sobrevive sin un contrapeso que respalde su autoridad y su legitimidad. Sin esos frenos, las dos, la ficha de la política y la moneda real, pierden valor: se necesitan mutuamente. La sangría de contrapesos no se detiene aun hoy, en medio de encuestas cada vez más desalentadoras para el oficialismo, y aun después de la derrota electoral modelo 2021. El grado cero de la capacidad de reacción. Los episodios se amontonan: una suerte de reedición de vacunas para algunos y fiesta en Olivos en otros formatos y con nuevos protagonistas del kirchnerismo en retirada.
El affaire Tomás Massa impactó directo en varios puntos de la línea de flotación de la legitimidad kirchnerista. Falta aclarar aspectos de ese episodio, pero, en principio, la sobreexposición del hijo adolescente de Sergio Massa y las respuestas pendientes en torno a su trabajo suman grises a la figura del ministro de Economía justo cuando es más necesaria su legitimidad: la inflación no baja y el episodio lleva a cuestionamientos sobre dimensiones claves de la legitimidad de una fuerza política cada vez más enredada a la hora de su capacidad de representación popular.
Esa polémica abrió nuevas dudas sobre la transparencia en el manejo del Estado, sobre la existencia de una nueva estructura de privilegios y acusaciones de discrecionalidad en la política de tipo de cambio, con un dólar Qatar disponible para el círculo íntimo de la política.
La diputada Graciela Ocaña está pidiendo respuestas formales sobre la naturaleza de la sociedad offshore que contrató al joven y la relación de esa empresa y su dueños con el Estado nacional. Mauricio Macri la apoyó desde Qatar. Un ancla menos y una oportunidad más para la oposición, con pedido de informes abierto.
El balance le da mal al Gobierno en ese episodio. Otro daño autoinfligido. Las últimas horas llegan con el affaire Sergio Berni y sus propiedades no declaradas: nuevo hito en una evolución kirchnerista del cruce entre política y real estate bajo sospecha.
La opinión pública quedó lejísimos del kirchnerismo, que igual no reacciona. De los ocho posibles candidatos presidenciales del Frente de Todos, los tres con mayor imagen negativa son los líderes que acordaron la entente en 2019. Alberto Fernández, con el 67% de imagen negativa; Cristina Kirchner, con el 66%, y Massa, con el 60%. Así surge de la última Encuesta de Satisfacción Política y Opinión Pública de la Universidad de San Andrés.
En un terreno más político, Cristina Kirchner insiste en jugar el poder en la esfera autonomizada de la política, lejos del votante. El bono de 30.000 pesos para los empleados del Senado, sin atender a los efectos colaterales inflacionarios o al impacto en las arcas del Estado y a contrapelo de la decisión del presidente Alberto Fernández, acentúa la desconexión: una compensación para los trabajadores del palacio en el que reina. Lo mismo el truco político en el Consejo de la Magistratura que la Corte Suprema rechazó y la vicepresidenta resistió: el Senado, otra vez manede jado al ritmo de las necesidades personalistas de Cristina Kirchner, y una votación fuera del libreto reglamentario. Efecto casta, aislada de lo que afecta a las personas o, directamente, en desafío abierto a sus realidades. Una elite política sin el ancla del sentido común. Más inclinada a abroquelarse en el toma y daca de la lógica política.
Está claro que Cristina Kirchner no para un minuto de hacer política. El punto es qué tipo de política hace.
El kirchnerismo está acorralado cada vez más por la devaluación de la moneda, por un lado, y, por el otro, por la devaluación de una promesa política de representación popular, que ya no puede sostener. “Una inflación que tenga el 3 por delante”, prometió Massa para abril. Objetivo dificilísimo. No está en condiciones de dilapidar anclas, ni políticas ni económicas. Nada alcanza.
Cada bombero que llega no logra apagar el fuego. Ya no alcanza con pisar tarifas. Con subir la tasa de interés. Con tocar los precios de los combustibles. Con sacar el dedo del botón que dice “tipo de cambio”. Con controlar precios. Como ancla antiinflacionaria y antipérdida de capital político queda el acuerdo con el Fondo Monetario Internacional, que es un hilito a punto de cortarse. Un último viso racionalidad, cada vez más desdibujado.
El desembarco del economista brasileño Ilan Goldfajn en la presidencia del BID es un síntoma de esa tensión con el FMI. Goldfajn era el director del Departamento para el Hemisferio Occidental del FMI, con responsabilidad directa sobre el equipo del FMI que monitorea el acuerdo con la Argentina. Irse antes de que ese problema le estalle en las manos era uno de sus incentivos, según reconocen varias fuentes. El préstamo con el FMI, en este caso durante el gobierno de Macri, ya se cobró una víctima: terminó en la salida de Alejandro Werner, tan respetado como Goldfajn y que ocupaba la misma posición que el brasileño.
En la interna que se libra en el Frente de Todos, las anclas están más claras. El horizonte es, primero, el año electoral.
Para Cristina Kirchner, el ancla de su poder es el fantasma de su candidatura. Con la candidatura como amenaza, consolida su lugar en la interna. Su poder está dado por el derecho adquirido y reconfirmado a dirimir internas aunque la coyuntura presente esté en riesgo o, directamente, perdida. Con la mera posibilidad de una candidatura presidencial, aunque no necesariamente esté en sus planes concretarla, Cristina Kirchner reorganiza el tablero de la puja del poder dentro del perokirchnerismo. Su presencia en esa puja es el mensaje.
El otro futuro donde se pone en juego la consistencia de su influencia política es el después de la derrota nacional. El ancla para la sobrevivencia política en ese caso es una sola: un triunfo kirchnerista, cristinista, en la provincia de Buenos Aires. Para eso también trabaja la vicepresidenta.
Alberto Fernández tiene más problemas. La amenaza de su candidatura también es el ancla con la que pretende hacerse fuerte. Pero el panorama es distinto al de la vicepresidenta. Un presidente que no busca la reelección después de su primer mandato queda fuera del poder antes de terminar su mando: ese fantasma no es necesariamente una estrategia con objetivo futuro de supervivencia política o conservación de poder en la interna, sino de pura urgencia. Para gobernar el presente, Alberto Fernández necesita de esa amenaza futura. La ambición reeleccionista es una necesidad: es una medida de la capacidad de gestión actual, una de las pocas herramientas disponibles cuando la credibilidad es una bandera perdida y ahora, además, se pone en duda la fortaleza física.
Tampoco le resulta su apoyatura en las tradiciones kirchneristas para consolidar su relación con sus votantes naturales: se vio en la reacción contraria de las Madres de Plaza de Mayo a su homenaje a Hebe de Bonafini. Y el tablero internacional que le ha dado buenas fotos para la construcción de su realidad paralela le fue esquivo a Fernández estos días. Lo distanció de Andrés Manuel López Obrador, el presidente de México, y de Lula da Silva, que movieron fichas propias en la disputa por el BID. Lula terminó apoyando a Golfajn, el candidato de Bolsonaro. Alberto Fernández suspendió su visita a México.
El mayor desafío del kirchnerismo es casi una batalla perdida: encontrar anclas antifuga de votos. Nuevos respaldos en su vínculo con la gente que sea capaz de detener la corrida de los votantes.
El contrapeso de una línea de conducta que resulte un mensaje de compromiso con la realidad acuciante de las personas. No lo estarían logrando.

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