sábado, 16 de marzo de 2019

LECTURA RECOMENDADA,

Libro El buque del diablo (ed Edhasa), narra la gran aventura de un buque de guerra alemán durante la IGM, en el mediterráneoResultado de imagen para Libro El buque del diablo (ed Edhasa)
¿Qué hacen una hélice y un ancla de un barco de la flota alemana de la I GM de la Marina Imperial, en exhibición frente al Museo Naval de Estambul? Son los restos de un barco de guerra memorable y testimonios de una de las grandes aventuras bélicas de todos los tiempos en el mar.
Pertenecían al crucero de batalla SMS (Seiner Majestät Schiff) Goeben, que llevó de cabeza a sus enemigos, los Aliados, en el Mediterráneo a lo largo de la Gran Guerra.
Durante la mayor parte de la contienda el barco combatió desde puerto turco y bajo nombre y pabellón de este país. El hombre que un poco más allá de la hélice y el ancla se acoda en un cañón naval del exterior del museo que parece apuntar directamente hacia los transeúntes es el escritor Ildefonso Arenas (Madrid, 1947), autor de novelas como Álava en Waterloo —una genial reescritura de la batalla— o Tercera Cruz de Caballero —sobre un aviador español que luchó junto a los pilotos alemanes de la Luftwaffe—, y que en la última publicada, El buque del diablo (Edhasa), reflota al Goeben y su apasionante historia, estrechamente relacionada con Estambul.
El título del libro, tan novelesco, procede de la prensa británica de la época, que bautizó así al crucero alemán (Churchill dijo que el Goeben navegó hacía los Dardanelos "llevando consigo para los pueblos de Oriente más miseria, muerte y ruina de la que nunca había sido llevada por un barco”). Los propios alemanes recogieron el apodo con orgullo: “Das Teufelschiff”.
La novela de Arenas, es un asombroso tour de forcé, muy completa y bien documentada sobre el panorama de la alianza entre Turquía y Alemania en la i GM, narra la actividad bélica en el Mediterráneo oriental, incluida la campaña de Gallipoli. Tiene cuatro grandes protagonistas: el barco de guerra alemán, la ciudad turca y la joven pareja inventada que componen un oficial de la marina del Káiser, Rolf Wichelhausen, y su novia catalana. Esta última, Queralt Mir, hija de notario barcelonés y cuñada del agregado naval español en Estambul, desenvuelta, valiente, políglota y de una sexualidad sorprendentemente desinhibida para la época, capaz de realizar tareas de espionaje, pasearse por el Gran Bazar con una Luger P08 en los interiores.
En el museo naval, un centro moderno cerca del palacio de Dolmabahçe (donde murió Atatürk) que se espejea en el vecino Bósforo, nada menos, pueden verse, en una colección que incluye los famosos caiques dorados de los sultanes turcos, diversos objetos relacionados con el Groser Kreuzer Goeben. El más emocionante es su bandera de combate imperial (Reichkriegsflagge), con el águila y la cruz, que ondeó en los enfrentamientos que sostuvo el crucero de batalla con la flota británica, pero Arenas también señala pinturas y maquetas del barco. Cuando uno piensa en la flota alemana de la I GM lo hace sobre todo en los aventureros corsarios Emden, Wolf o el velero Seeadler, además de los submarinos, claro, como el U-9 de Weddigen. Pero la gesta del Goeben, que combatió también a la armada rusa en el Mar Negro y bombardeó Sebastopol.
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Un insólito testigo del paso del Goeben y de su intercambio de disparos con los británicos, por cierto, fue Barbara Tuchman, a la sazón un niña de dos años, a bordo de un vapor italiano de pasajeros que cubría la ruta Venecia-Estambul. La historiadora contó luego el episodio en su célebre libro Los cañones de agosto.
El Goeben y el Breslau, que llevaban un año paseando la bandera alemana por el Mediterráneo, marcando paquete imperial, por así decirlo, debutaron en la I GM cañoneando audazmente el 4 de agosto puertos franceses en el Norte de África. Humillaron a los battle cruisers y a toda la orgullosa flota británica y, a su llegada a Estambul, tras dejarles los turcos proalemanes entrar en los vigiladísimos Dardanelos, contribuyeron a que Turquia se pusiera del lado de las potencias centrales en la guerra que empezaba. “El Gobierno británico y especialmente Churchill que era Primer Lord del Almirantazgo habían hecho enfadar terriblemente a los turcos quedándose dos barcos de guerra, dos dreadnoughts, que les estaban construyendo en astilleros ingleses y que ya estaban pagados, una gran metedura de pata de Churchill.
En la novela, el añejo hotel Pera Palace, adonde llegaban los pasajeros de primera del Orient Express y convertido en cuartel general alemán durante la guerra. En su suntuoso salón hoy no está y aparece en El buque del diablo, el general Von Sanders, Souchon, Von Mücke (el primer oficial del Emden) o el Kapitänleutnant Konrad Gansser, del submarino U38.
Para compensar la pérdida de los dos barcos que se quedaron los ingleses y sobre todo para arrastrar a los turcos a su bando, los alemanes les ofrecieron el Goeben y el Breslau”. Rebautizados como Yavuz Sultán Selim –Sultán Selim el Implacable- y Midilli respectivamente, y con pabellón de la media luna, los buques entraron nominalmente a formar parte de la armada del imperio turco, aunque la tripulación siguió siendo la misma, alemana; eso sí, los oficiales, para dar ambiente, cambiaron la gorra por el fez. En su nueva condición, con el Yavuz como buque insignia de la flota turca, los dos barcos realizaron numerosas misiones y siguieron siendo una espina clavada en el costado oriental de los Aliados. 
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Tras la guerra, señala Arenas, los turcos conservaron el Goeben/Yavuz, y en 1938 llevó ceremonialmente los restos de Atatürk para su entierro en Izmit. En 1946, el barco tuvo el privilegio de intercambiar cañonazos (de cortesía) con el acorazado USS Missouri, en visita diplomática a Estambul. No fue dado de baja hasta 1950 (lo desguazaron en 1973), y fue el último superviviente de la flota imperial alemana y el barco de su tipo que más tiempo estuvo en servicio.
El buque del diablo no es una novela épica. En la novela hay momentos de intensidad erótica y otros líricos, en los que podemos estar con los personajes en la toldilla del Goeben, "con una copa de Taittinger en una mano y un cigarrillo turco en la otra, contemplando una ciudad que al atardecer era bellísima, dejándose acariciar por la brisa del Bósforo”.

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