Karina Sainz Borgo, la escritora que narró el drama de Venezuela
La autora de La hija de la española retrata en su novela la degradada Venezuela del chavismo, de la que emigró en 2006
MADRID
Mientras desarrolla su relato, su mano derecha de pronto se convierte en un puño y ese puño, en martillo. ¡Pam! Se golpea la palma de la otra mano y continúa hilando las ideas con pasión. "Si hubiese querido informar, hubiese escrito una crónica, hubiese clavado más fuerte el clavo, pero como he querido emocionar, escribí una novela. Y así, había momentos en los que me podía ahogar, recuerdos que me resultaban más dolorosos que la propia violencia. Tenía que haber una manera de contar todo esto sin que le atribuyeran al libro responsabilidades que no tiene. Porque los libros no eligen gobierno, no llaman a elecciones, no corrigen la realidad", dice Karina Sainz Borgo.
Respetada periodista y crítica literaria, Sainz Borgo nació en Caracas en 1982. Dejó su país con Chávez como presidente, en 2006, y se radicó en Madrid. Tras publicar algunos libros periodísticos, se atrevió a la novela con La hija de la española (Lumen), un relato feroz, furioso, valiente, sobre la Venezuela actual y los padecimientos de una sociedad castigada por el régimen bolivariano. El libro, una suerte de biografía reciente del país narrada a través del personaje de Adelaida Falcón, es uno de los fenómenos editoriales más resonantes de los últimos tiempos: fue vendido a 22 países incluso antes de su aparición.
Para algunos lectores, se trata de una ficción distópica; para otros, de una novela hiperrealista. "Escribir esta historia suponía abrir una esclusa personal. Era una manera de poderme relacionar con mi país, porque mi relación con Venezuela estaba interrumpida, atragantada, como si fuera una piedra", recuerda Sainz Borgo, hija de un español, quien aún tiene algunos seres queridos en aquella tierra que visitó por última vez en 2012. A raíz de una serie de protestas masivas en Venezuela, hace dos años, Sainz Borgo sintió una sensación diferente, un eclosión que se transformó en novela. "Enterramos a mi madre con sus cosas: el vestido azul, los zapatos negros sin cuñas y las gafas multifocales. No podíamos despedirnos de otra manera", dicen las primeras líneas la novela, que brotaron de ella de modo visceral.
La hija de la española es, además de un retrato sobre el desarraigo, una novela sobre el vínculo entre una madre y su hija, y a la vez, una historia de orfandad. "Juntas formábamos un junco, una especie de planta de sábila de esas que son capaces de crecer en cualquier lugar. Éramos pequeñas y venosas, casi nervadas, acaso para que no nos doliera si nos arrancaban un trozo o incluso la raigambre entera. Estábamos hechas para resistir", narra Adelaida en las primeras páginas.
Una deidad desafía la ciudad. La estatua que preside la autopista de Caracas, junto a la Universidad Central, está desnuda sobre una danta, un animal de río. Alza sus brazos y exhibe un hueso pélvico. María Lionza es un mito popular, una dama feroz, y también una figura cuyo espíritu, a través de un poema de la poeta venezolana Yolanda Pantin, abre esta novela. "Crecí en una cultura matricéntrica. Creo que en la cultura venezolana, a pesar de ser tan machista, la figura femenina es muy fuerte", dice Sainz Borgo.
Criada por una madre sola, a los 38 años Adelaida Falcón buscará, con todos sus recursos -instinto, astucia, valentía- obtener un pasaporte para salir del horror. La novela alcanza por momentos un ritmo frenético, cinematográfico, donde el lector acompaña cada paso de la protagonista en ese intento de fuga.
La narración transcurre en dos tiempos: el pasado, en distintas fechas signadas por los recuerdos, y el presente, marcado por esa lucha por sobrevivir.
Jamás se menciona ni a Hugo Chávez ni a Nicolás Maduro, pero sí están los crueles Hijos de la Revolución. "La ficción es un territorio muy fértil. Quise borrar y adelgazar el libro de todos los referentes. Tendría que haber explicado muchas cosas para situar los hechos. La fuerza del libro es la víctima, que por momentos se convierte en verdugo", dice Sainz Borgo.
Según ella, Adelaida Falcón existe. "Es la síntesis de muchos hombres y mujeres que están atravesando una situación de asfixia y de una tremenda crueldad", afirma la autora. La biografía de la protagonista de algún modo coincide con la historia nacional, en un trabajo de inteligente construcción de simbolismos y metáforas. Un día, cuando Adelaida regresa a su casa, advierte que alguien ha entrado en ella. La Mariscala, un personaje esperpéntico, dispone de todas sus -pocas- cosas, entre ellas, de sus libros y de su vajilla hecha añicos. "Ambos son alegorías del arraigo, de la pertenencia, del hogar, de las luces del conocimiento de un país que aspiraba al progreso. Romper un libro es romper la historia, es la vulgaridad. El populismo no quiere que el pueblo mejore", dice la autora. Uno de los pasajes más tristes y potentes de la novela es aquel en el que Adelaida ingresa a buscar los vestigios de aquello que fue su casa, casi como Guillermo de Baskerville ingresa en el final de El nombre de la rosa a la biblioteca. Este pasaje, como señala el escritor peruano Fernando Iwasaki, es un eco de la historia de la propia escritora y de su vínculo con la Venezuela: Sainz Borgo, como Adelaida, busca sus platos rotos en aquella mirada al pasado.
A ese país que recibía exiliados de dictaduras -hay un personaje argentino- e inmigrantes de países sofocados por la miseria, allí donde Tomás Eloy Martínez dirigía un periódico, le escribe Sainz Borgo con melancolía y con rabia esta carta de amor, como ella la define. "Venezuela ha retrocedido en estos últimos veinte años mucho más del tiempo que tiene como nación -sostiene-. Nosotros no estamos en el siglo XIX. Estamos en la protomodernidad. El país al que yo quiero volver ya no existe. Éramos ricos y fuimos tan narcisistas y tan niños que pensamos que la fiesta iba a ser eterna".
La hija de la española no está (aún) publicada en papel en Venezuela, no solo por la censura, sino por un sistema de distribución editorial que allí agoniza y por el alto precio que supone la adquisición de un objeto que equivale a seis meses de sueldo de un trabajador promedio, explica la autora. Su novela se suma a otros libros recientes que retrataron de alguna u otra manera la crisis que atraviesa a Venezuela; entre ellos, Dinero fácil (Libros del fuego, 2015), de Hensli Hans Solórzano; Patria o muerte (Tusquets, 2015) y Mujeres que matan (Penguin Random House, 2018), de Alberto Barrera Tyzska; The Night (Alfaguara, 2016), de Rodrigo Blanco Calderón; y Dos espías en Caracas(Ediciones B), de Moisés Naím. También hay que destacar las voces de la no ficción, en particular registrada en las crónicas de Elisa Lerner, en Así que pasen cien años (Madera Fina, 2016) o las que reúne Gisela Kozak Rovero enSiete sellos (2019, Kalathos, editorial venezolana radicada actualmente en Madrid).
Una cita de Jorge Luis Borges aparece al inicio de la novela: "Me legaron valor /No fui valiente". La culpa y el remordimiento, admite Sainz Borgo, la atraviesa: "Cuando leí ese poema, lloré. Escribí esta novela para purgar mi cobardía y esa sensación del desertor que está en el libro. Quien vive en Caracas es un superviviente. Todos los regímenes totalitarios han hecho eso, levantar fronteras. Si antes existían los ricos y los pobres, hoy están los que tienen dólares y los que no, los que consiguen medicinas y los que no, los que se quedan y los que se van. Nunca he visto un proceso histórico capaz de generar tanta división, de manera tan eficaz, utilizando el caos".
"La poesía, en el caso de una persona que haya nacido en Venezuela, es como la risa: no la puedes controlar", dice Sainz Borgo. A uno de sus exponentes, Vicente Gervasi, le rinde homenaje la autora al final del libro, una decisión de la cual hoy se arrepiente, confiesa, por su alusión a un futuro enquistado en una larga noche. La novela se publicó el día previo del histórico apagón que padeció el país durante días: "Parece una maldición. No estoy segura de que haya un desenlace cercano, y menos de que sea bueno". De estas dudas, de este dolor, se nutre una novela narrada por una voz tan original como desgarradora.
L. V.
Según ella, Adelaida Falcón existe. "Es la síntesis de muchos hombres y mujeres que están atravesando una situación de asfixia y de una tremenda crueldad", afirma la autora. La biografía de la protagonista de algún modo coincide con la historia nacional, en un trabajo de inteligente construcción de simbolismos y metáforas. Un día, cuando Adelaida regresa a su casa, advierte que alguien ha entrado en ella. La Mariscala, un personaje esperpéntico, dispone de todas sus -pocas- cosas, entre ellas, de sus libros y de su vajilla hecha añicos. "Ambos son alegorías del arraigo, de la pertenencia, del hogar, de las luces del conocimiento de un país que aspiraba al progreso. Romper un libro es romper la historia, es la vulgaridad. El populismo no quiere que el pueblo mejore", dice la autora. Uno de los pasajes más tristes y potentes de la novela es aquel en el que Adelaida ingresa a buscar los vestigios de aquello que fue su casa, casi como Guillermo de Baskerville ingresa en el final de El nombre de la rosa a la biblioteca. Este pasaje, como señala el escritor peruano Fernando Iwasaki, es un eco de la historia de la propia escritora y de su vínculo con la Venezuela: Sainz Borgo, como Adelaida, busca sus platos rotos en aquella mirada al pasado.
A ese país que recibía exiliados de dictaduras -hay un personaje argentino- e inmigrantes de países sofocados por la miseria, allí donde Tomás Eloy Martínez dirigía un periódico, le escribe Sainz Borgo con melancolía y con rabia esta carta de amor, como ella la define. "Venezuela ha retrocedido en estos últimos veinte años mucho más del tiempo que tiene como nación -sostiene-. Nosotros no estamos en el siglo XIX. Estamos en la protomodernidad. El país al que yo quiero volver ya no existe. Éramos ricos y fuimos tan narcisistas y tan niños que pensamos que la fiesta iba a ser eterna".
La hija de la española no está (aún) publicada en papel en Venezuela, no solo por la censura, sino por un sistema de distribución editorial que allí agoniza y por el alto precio que supone la adquisición de un objeto que equivale a seis meses de sueldo de un trabajador promedio, explica la autora. Su novela se suma a otros libros recientes que retrataron de alguna u otra manera la crisis que atraviesa a Venezuela; entre ellos, Dinero fácil (Libros del fuego, 2015), de Hensli Hans Solórzano; Patria o muerte (Tusquets, 2015) y Mujeres que matan (Penguin Random House, 2018), de Alberto Barrera Tyzska; The Night (Alfaguara, 2016), de Rodrigo Blanco Calderón; y Dos espías en Caracas(Ediciones B), de Moisés Naím. También hay que destacar las voces de la no ficción, en particular registrada en las crónicas de Elisa Lerner, en Así que pasen cien años (Madera Fina, 2016) o las que reúne Gisela Kozak Rovero enSiete sellos (2019, Kalathos, editorial venezolana radicada actualmente en Madrid).
Una cita de Jorge Luis Borges aparece al inicio de la novela: "Me legaron valor /No fui valiente". La culpa y el remordimiento, admite Sainz Borgo, la atraviesa: "Cuando leí ese poema, lloré. Escribí esta novela para purgar mi cobardía y esa sensación del desertor que está en el libro. Quien vive en Caracas es un superviviente. Todos los regímenes totalitarios han hecho eso, levantar fronteras. Si antes existían los ricos y los pobres, hoy están los que tienen dólares y los que no, los que consiguen medicinas y los que no, los que se quedan y los que se van. Nunca he visto un proceso histórico capaz de generar tanta división, de manera tan eficaz, utilizando el caos".
"La poesía, en el caso de una persona que haya nacido en Venezuela, es como la risa: no la puedes controlar", dice Sainz Borgo. A uno de sus exponentes, Vicente Gervasi, le rinde homenaje la autora al final del libro, una decisión de la cual hoy se arrepiente, confiesa, por su alusión a un futuro enquistado en una larga noche. La novela se publicó el día previo del histórico apagón que padeció el país durante días: "Parece una maldición. No estoy segura de que haya un desenlace cercano, y menos de que sea bueno". De estas dudas, de este dolor, se nutre una novela narrada por una voz tan original como desgarradora.
L. V.
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