La venganza ¿siempre? será terrible
La venganza será terrible. Siempre lo ha sido. No la jugaremos de santos… Sabemos que a veces gana el deseo de hacerle al otro lo mismo o peor de lo que nos hizo a nosotros. Con cierta vergüenza sabemos que, por un rato, de lograrse ese cometido se siente una descarga placentera que puede ser adictiva, más allá de que sus consecuencias no suelen ser las mejores.
Las tres cuartas partes del cine se basa en la venganza. La industria hollywoodense se nutre de vengadores del futuro, del pasado y del presente. Resentimientos, cobros de viejos agravios, búsquedas frenéticas de aquellos que hicieron daño al protagonista del filme o a su familia… el motor de la vida de aquellos que sufrieron pasa a ser la “devolución” con intereses del daño recibido, y así las cosas. Se puede perder todo, pero la capacidad de vengarse siempre estará allí, según esa didáctica existencial que baja línea desde la pantalla.
Es solo un ejemplo de cómo la venganza tiene mucha más promoción que, por ejemplo, el perdón o algunas de las virtudes que, al lado del frenesí vengativo, parecen desabridas. “Ojo por ojo, diente por diente”… culturas enteras se han fundado en esa premisa que se infiltra en todos lados, inclusive, en las parejas, las amistades, los lazos familiares o las perspectivas políticas, por nombrar algunos territorios en donde el afán vengativo hace de las suyas.
La pareja, por ejemplo, suele ser fecundo terreno para las microvenganzas. ¿Acaso la acumulación de resentimientos dentro de las relaciones no suele generar silencios vengativos, frases hirientes vengativas, lejanías eróticas vengativas? Como una carambola infinita y muy difícil de detener, los agravios de unos se transforman en respuesta en igual tono, y así, hasta el aburrimiento. Porque, en realidad, la venganza tiene muchos efectos malos, pero uno de los peores es, justamente, el aburrimiento que genera su recurrencia.
Hay parejas tan acostumbradas a alimentarse del circuito microvengativo que no sabrían qué hacer si todo se calmara y por eso temen salir de él. En ese sentido, el afán vengativo termina siendo una prisión. Allí está quizás el núcleo de su toxicidad. Es un circuito interminable que asfixia si no se corta de alguna manera.
Por eso, muchas veces alguien dice “basta” o “cortemos acá” y resetea las cosas. Sea en la pareja resentida, en las amistades heridas, las familias que acopian agravios recíprocos… Alguien dice que mejor es salir por arriba de ese laberinto infinito y la cosa empieza a mejorar. Suele ser muy difícil, pero es un gran alivio cuando se logra. No se trata de ser “buenos” sino de ser inteligentes. Si de vivir mejor se trata, soltar el afán vengativo no suele ser tanto más dificultoso que vivir vengativamente, presos de la carambola infinita que, al final, solo sirve para hacer películas.
El autor es psicólogo y psicoterapeuta @Miguelespeche
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Vino en el Nilo
Con el estreno global de Death in the Nile, remake de la clásica novela policial de la también clásica escritora Agatha Christie, el vino Château Malartic-lagravière vuelve a la pantalla grande (tras un paso por la pantalla chica, al aparecer recientemente en la serie de Netflix Emily in Paris) desatando furor entre los enófilos. La aparición no es casual, ya que Kenneth Branagh –director y protagonista del film– es fanático del Château. Tanto es así que hace un par de años eligió una botella Imperial (6 litros) de este vino para autografiar y utilizar como elemento central de una subasta que realizó para reunir fondos para una campaña por la salud masculina.
http://indecquetrabajaiii.blogspot.com.ar/. INDECQUETRABAJA
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