jueves, 3 de noviembre de 2022

VAMOS AL TEATRO


La libertad de no tener que marcar tarjeta
Juan GarffLaura Cymer y Gastón Cocchiarale
Autoría y dirección: Lisandro Fiks. intérpretes: Gastón Cocchiarale, Laura Cymer, Abian Vainstein, Lisandro Fiks y Romina Fernandes, con participación virtual de Luis Brandoni.sala: Teatro de la Ribera. duración: 100 minutos.
El punto de partida lo explican ellos en la misma información disponible: “es la historia de amor de dos pibes que se encuentran en la Universidad Nacional de las Artes, se enamoran en un debate pasional y adoptan una gata que encuentran en un teatro a la que se comprometen a cuidar”. Los dos pibes que se amaron son los directores, actores y dramaturgos Federico Lehmann y Matías Milanese. Son los que, ya hace unos años, vienen presentando diversas obras como Los Pipis. La obra que cuenta de esa gata que prometen cuidar por siempre se llama El mecanismo de Alaska. Para aclarar la cosa, lo de Alaska no hace referencia al lejano territorio: es la gata en cuestión. También podría ser una referencia a la cantante que fue especie de musa de la movida española de los ochenta porque en Los Pipis las citas pop son parte constitutiva de ese fluir en el que conviven Lady Gaga con Raffaella Carrá, el clima de previa permanente, la clave marica, el universo multicolor, el deseo de bailar sin andar pendiente de la mirada del otro y el orgullo de estar juntos en medio de un supuesto caos regido por meticulosas leyes propias.
En clave biodramática, el signo escénico que crean en los momentos iniciales de esta especie de manifiesto amoroso es sumamente empático. Aún mientras el público se va ubicando en las butacas del escenario de Timbre 4 ellos instalan el clima de una fiesta contagiosa, de una previa a la cual dan ganas de sumarse, de estar ahí, de ser parte. Las referencias iniciales en las que cuentan de sus abuelas, de sus madres, de cómo llegaron a este mundo y el contexto en el cual se conocieron y se flecharon tiene una potencia notable tanto en lo que hace a ese aceitado mecanismo de narración fragmentaria en constante estado de remix como en lo que hace a la forma en la que llevan ese entramado a escena.
En medio de este contrapunto constante, de marchas y contramarchas, de derivas que van desplegado sus capas, los dos cuerpos de los performers constituyen un sólida unidad. Junto a ellos aparece otro personaje que, en verdad, son varios a cargo de la multifacética Camila Marino Alfonsín que canta, baila, se entromete entre el juego de ellos. Pero el tono de la obra, cuando van imaginando el futuro, muta hacia un registro de actuación más realista que atenta con el ritmo inicial, con su chispa, con la naturalidad que ellos manejan en ese andar de tanta solvencia interna. A eso, se suman capas vinculadas a temas de género o una retrospectiva sobre el abordaje del tema gay de un tono un tanto solemne que diluye, más allá de algunos chispazos, la frescura de Los Pipis en la que conviven momentos coreográficos y musicales.
Sea como sea, la propuesta es un éxito de público. Muchos de sus espectadores demuestras ser verdaderos fanáticos acostumbrados a ser parte de la misa lúdica que proponen Los Pipis

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