El peor de los trabajos puede mejorar el mundo
En el mundo del cine de animación (eso que solía llamarse dibujitos), el nombre de Philip Bradley Bird no es cualquier cosa. Como director, guionista y productor ganó el Oscar en 2004 con Los increíbles y en 2008 con Ratatouille. Había hecho su debut en 1999 con El gigante de hierro, un fracaso de taquilla, cuando, a pesar de ello, el estudio Pixar, fundado por Steve Jobs y Ed Catmull y fuente de verdaderas joyas en el género, como la saga de Toy Story, lo contrató como director asociado en el año 2000. Bird elaboró y presentó un proyecto que fue rechazado de inmediato porque se lo consideró caro e irrealizable. Costaría, según el estudio, 500 millones de dólares y llevaría diez años de trabajo. Ese proyecto finalmente se realizó a un costo notablemente más bajo y en mucho menos tiempo. Fue, precisamente,Los increíbles, la ganadora del Oscar.
Para lograrlo, Bird fue fiel a una consigna que lo guía desde siempre. "Yo busco gente que esté descontenta, porque conoce una mejor manera de hacer las cosas, pero no cuenta con facilidades para demostrarlo", le contó a Adam Grant, de The New York Times. "Son como autos de carreras que solo hacen girar sus ruedas dentro de un garaje en lugar de hacerlas girar en la pista". Armó su equipo con gente que, dentro de Pixar, estaba desalentada y desilusionada porque sus ideas no eran consideradas y ellos estaban postergados. Les contó que nadie creía en el proyecto y mucho menos en ellos y que, por eso mismo, los había elegido. Los desafió a crear maneras baratas e ingeniosas de realizar el filme. Así, por ejemplo, los platos voladores se hicieron con simples platos de mesa. Lo cierto es que la película costó menos de 100 millones, recaudó más de 600 y fue la más taquillera de Pixar.
No siempre trabajamos en lo que nos gustaría. Posiblemente la mayoría de las personas lo hace en lo que puede antes que en lo que quiere. Y no en las condiciones que desearía o merecería. Sumado a que dedica más horas al trabajo que a otros aspectos de su vida, como sus vínculos y afectos. Es decir, que más allá de su malestar, el reloj de la vida sigue andando y, si el descontento ocupa la mayor parte del espacio mental y emocional, el tiempo existencial se escurre miserablemente por una alcantarilla. Por lo demás, el grueso de los humanos necesitamos trabajar, no solo por una cuestión económica, sino emocional y espiritual. Somos criaturas transformadoras y una voz interior nos pide que nuestros recursos, habilidades e ideas se plasmen en realizaciones. Ya decía el psicólogo humanista Abraham Maslow que la más alta necesidad humana es la de realización personal.
¿Cómo alcanzar esa realización desde la infelicidad laboral o profesional? Ahí hay un desafío, como mostró Bird. ¿Qué es aquello que puedes hacer, desde ese trabajo ingrato, para dejar el mundo un poco mejor de lo que era al comienzo del día, y para que tus horas no se hayan perdido en la nada? No hay una respuesta válida para todas las personas y todas las tareas. Cada respuesta es única y personal. Aunque todas tienen un denominador común. Eso que hagas tendrá sentido siempre que toque a otro, que lo beneficie, que lo alivie en un problema. Y, si se lo piensa seria y detenidamente, no hay trabajo en el que tal cosa no sea posible al menos durante un minuto. Esto vale para un médico, un abogado, un empleado público, un mecánico, un repartidor, un ingeniero, un jefe o un cadete. A veces la oportunidad llega desde afuera, muchas otras hay que generarla desde adentro. Un antiguo adagio dice: "Si no hacés lo que te gusta, tratá de que te guste lo que hacés". En definitiva, estar en el lugar menos deseado puede tener un sentido. Pero ese sentido no está inscrito allí ni por los astros ni por el destino ni por un plan divino. Hay que crearlo. Y esa tarea rige aún para el trabajo deseado.
S. S.
No siempre trabajamos en lo que nos gustaría. Posiblemente la mayoría de las personas lo hace en lo que puede antes que en lo que quiere. Y no en las condiciones que desearía o merecería. Sumado a que dedica más horas al trabajo que a otros aspectos de su vida, como sus vínculos y afectos. Es decir, que más allá de su malestar, el reloj de la vida sigue andando y, si el descontento ocupa la mayor parte del espacio mental y emocional, el tiempo existencial se escurre miserablemente por una alcantarilla. Por lo demás, el grueso de los humanos necesitamos trabajar, no solo por una cuestión económica, sino emocional y espiritual. Somos criaturas transformadoras y una voz interior nos pide que nuestros recursos, habilidades e ideas se plasmen en realizaciones. Ya decía el psicólogo humanista Abraham Maslow que la más alta necesidad humana es la de realización personal.
S. S.
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