No hace mucho, alguien escribió en Twitter, que "en épocas de escasez de la Edad Media, para reducir la ansiedad, las utopías de comida compensaban la lucha diaria por la supervivencia". La idea me llevó a pensar en qué bien nos vendría por estos días tener una utopía que nos proteja de la angustia que generan amenazantes crisis económicas, incendios dantescos en el Amazonas y dislates de líderes de los cuatro puntos cardinales.
Qué apropiada parece, en ciertas circunstancias, la frase de Françoise Sagan (célebre desde que, a los 18 años y a mediados del siglo XX, se dio a conocer su primera novela, Bonjour tristesse): "A veces tengo la impresión de que la vida es una broma siniestra" ( Mis respuestas, Emecé Editores, 1976).
¡Y pensar que, en el fondo, solo queremos nuestra pequeña cuota de felicidad! El detalle crucial es que más allá de los tratados de autoayuda y de seudofilosofía, y los consejos de gurús existenciales, todavía no hay nadie que haya dado con una fórmula. "Todos los hombres, hermano Galión, quieren vivir felices; pero al ir a descubrir lo que hace feliz en la vida, van a tientas; y no es fácil conseguir la felicidad, ya que se aleja uno tanto más de ella cuanto más afanosamente la busque, si ha errado el camino", escribió Séneca hace dos milenios en Sobre la felicidad. Y cantaban los Beatles: "Todo lo que necesitas es amor".
Tan omnipresente es esta búsqueda que dio lugar a una disciplina dedicada a estudiarla. Uno de sus promotores fue el pionero de la psicología positiva, de la Universidad de Pensilvania, Martin Seligman, que ganó notoriedad postulando que así como generalmente cada persona tiene un rango de peso dentro del cual varía, también tiene un rango fijo de felicidad bastante estable, y que esta no tiene que ver simplemente con los lujos o el dinero, sino con una vida que permita experimentar emociones positivas, con actividades que nos comprometan y que podamos utilizar para el bien.
Parece sencillo, pero no nos alegremos demasiado rápido. Según el neurocientífico británico Dean Burnett, del Instituto de Medicina Psicológica y Neurociencias Clínicas de la Universidad de Cardiff, autor de El cerebro feliz(Paidós, 2018), ni el dinero, ni el sexo, ni dormir bien, ni una mascota, ni tener 37 combinaciones de ropa, ni regalarse un crucero o una excursión turística de tanto en tanto nos aseguran la felicidad.
Es lo que sugiere la leyenda de Abd-al-Rahman III, califa de Córdoba en el siglo X, que reinó durante 50 años, obtuvo victorias militares y disfrutó de los placeres terrenales que le ofrecieron no uno, sino dos harenes, y estuvo entre los hombres más poderosos de su tiempo.
Hacia el final de su vida, después de contar el número de días durante los cuales creía haberse sentido verdaderamente feliz, llegó a la conclusión de que habían sido 14 .
"¿Qué es lo que he descubierto en definitiva -escribe Burnett en el epílogo de su ensayo-? Que no parece que haya ningún secreto [de la felicidad]. No se almacena en el cerebro cual lingotes de oro en el baúl de un tesoro que aguarda a alguien con la llave correcta para que lo abra y se lo gaste". Necesitamos un hogar, un lugar que proporcione refugio, dinero para vivir, un trabajo, relaciones duraderas y la aprobación de otras personas, dice Burnett, pero después de 357 páginas, no puede dar un consejo resumido a propósito de lo que hay que hacer para ser felices y está bastante seguro de que tal cosa no existe o de que, si existe, es distinta para cada individuo.
Hacia el final de su vida, después de contar el número de días durante los cuales creía haberse sentido verdaderamente feliz, llegó a la conclusión de que habían sido 14 .
"¿Qué es lo que he descubierto en definitiva -escribe Burnett en el epílogo de su ensayo-? Que no parece que haya ningún secreto [de la felicidad]. No se almacena en el cerebro cual lingotes de oro en el baúl de un tesoro que aguarda a alguien con la llave correcta para que lo abra y se lo gaste". Necesitamos un hogar, un lugar que proporcione refugio, dinero para vivir, un trabajo, relaciones duraderas y la aprobación de otras personas, dice Burnett, pero después de 357 páginas, no puede dar un consejo resumido a propósito de lo que hay que hacer para ser felices y está bastante seguro de que tal cosa no existe o de que, si existe, es distinta para cada individuo.
Incluso hay quienes, como Rafael Euba, psicólogo del King's College de Londres, sostienen que la felicidad es apenas una ilusión. Y, peor, que luchar por alcanzarla nos hace infelices. Tal vez el consejo más apropiado sea el que ofrece el Dalai Lama en El arte de la felicidad (Grijalbo Mondadori, 1999):
"Si quieres que otros sean felices, practica la compasión; si quieres ser feliz, practica la compasión".
N. B.
N. B.
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