Economía de plataformas. La fragmentación del trabajo en la era de los algoritmos
El 11 de septiembre, la legislatura del estado de California aprobó el proyecto de ley AB5, por el que Uber, Lyft y otras empresas de la economía colaborativa deberán reconocer a sus trabajadores como empleados y ya no podrán considerarlos contratistas independientes. Es una medida que beneficia a más de un millón de californianos y abre las puertas a derechos laborales como el salario mínimo, el seguro de desempleo y la sindicalización.
La norma es un duro revés para las empresas de la economía de plataformas, también llamada "de la changa" ( gig economy) o "bajo demanda" ( on-demand economy), no solo por los costos asociados -unos 500 millones de dólares al año para Uber y 290 millones para Lyft, según datos de Barclays- sino también porque sienta un precedente que puede replicarse en otros lares. Y también marca un camino hacia el futuro: cuando se discute qué será del empleo tras el tsunami digital, California, cuna de las startups y los algoritmos, es el primer estado norteamericano en plantar bandera: empleo digital, sí, pero no a toda costa.
Trabajar como chofer en el tiempo libre, alquilar una habitación a un turista o cumplir -desde la comodidad del hogar- dos horas de tareas administrativas para una empresa radicada en otro rincón del planeta son ocupaciones que hasta hace unos años muy pocas personas podían realizar. No por impericia, sino por falta de la infraestructura necesaria y de una demanda sostenida: ¿cómo lograr que siempre hubiera nuevos pasajeros que transportar, turistas que alojar o tareas que llevar a cabo?
Las plataformas digitales de empleo e intercambio de servicios (empresas como Uber, Airbnb o Workana) resolvieron ese problema al evaporar las fronteras y reunir en un solo espacio virtual a cientos de miles de productores y consumidores. Basta con abrir una app y allí está todo: el mercado local, regional o global a solo un clic de distancia. Un universo infinito de usuarios -organizaciones, empresas, individuos- donde siempre alguien ofrece lo que otro busca: un viaje en auto, un espacio para dormir, un servicio de traducción, de plomería, de consultoría informática.
La plataformización avanza con la velocidad inasible de la tecnología y resulta difícil de dimensionar por su capilaridad, su escasa regulación y porque involucra a una gran cantidad de empresas distintas. Es parte de un proceso global más amplio, por el que el empleo vira hacia formas atípicas: según la consultora Gallup, en Estados Unidos unos 57 millones de trabajadores -el 36% de la Población Económicamente Activa (PEA)- tienen contratos temporales o son independientes. Otras investigaciones muestran que entre 1% y 4% de los trabajadores estadounidenses ya trabajan mediante plataformas virtuales de empleo.
En nuestro país hay medio millón de personas registradas en plataformas -el 3% de la PEA-, de las cuales al menos 160.000 generaron ingresos por esa vía en el último año: el 73,7% de ellos son varones, con una edad promedio de casi 38 años y un nivel de estudios superior al promedio nacional; en el 61,3% de los casos, las plataformas son su fuente primaria de ingresos. Son datos que surgen del estudio pionero "Plataformas digitales y empleo. ¿Cómo es trabajar para una app en Argentina?", dirigido por el economista e investigador Javier Madariaga y realizado en conjunto por el Centro de Implementación de Políticas Públicas para la Equidad y el Crecimiento (Cippec), el Banco Interamericano de Desarrollo (BID) y la Organización Internacional del Trabajo (OIT). El estudio concluye que el empleo virtual aquí es aún incipiente pero tiene un "alto potencial de expansión".
La cooperación hecha negocio
"La economía colaborativa nace en Europa con la crisis de 2008, cuando las personas que ya estaban hiperconectadas empiezan a encontrar mecanismos de intercambios de bienes y servicios para compartir costos -explica Madariaga-. En un principio estaba orientada a la cooperación; después, las grandes compañías descubrieron que allí había un modelo de negocios y entonces surgió esta economía bajo demanda". Bastó una década para que no quedara afuera casi ningún rubro: transporte (Uber, Lyft, Cabify), mensajería (Rappi, Glovo), hotelería (Airbnb, HomeAway), restauración (EatWith), trabajo doméstico (Zolvers), servicios de reparación (IguanaFix) y más.
Son varios los beneficios. Las plataformas representan una oportunidad de generación de ingresos para miles de personas, crean redes de intercambio de servicios de baja intensidad y habilitan un uso más eficiente de los recursos, porque priorizan el acceso a los bienes antes que su posesión, una importante contribución en medio de la crisis climática.
Los repartidores de Rappi o Glovo están sometidos a una evaluación de desempeño por parte de los mismos usuarios
No siempre se trata de tareas no calificadas como la mensajería en bicicleta: en plataformas como Upwork o Workana, cientos de diseñadores, gurús informáticos y traductores encuentran proyectos -y pagos- acordes a su formación. Además, la posibilidad de disponer del tiempo de trabajo de forma flexible sintoniza con los deseos de las nuevas generaciones que ingresan al mercado laboral, para quienes el trabajo a horario fijo ya no es un valor esencial.
"La plataforma construye ese escenario donde los individuos tienen acceso al mercado de una manera eficiente -señala desde Barcelona Albert Cañigueral, autor del libro Vivir mejor con menos y conector para América Latina de OuiShare, una comunidad internacional que impulsa la economía colaborativa-. Yo, como ciudadano productor, puedo ofrecer un producto o servicio a escala de uno: una habitación, un piso, un trayecto en coche. Antes, para hacer esa transacción económica necesitaba una estructura empresarial; gracias a la tecnología, ahora ya no. Es un consumo más eficiente y permite hacer un uso más intensivo de muchas de las cosas que ya se fabricaron, que ya tenemos".
No todo lo que conecta es oro
Pero la plataformización también implica riesgos que recién comienzan a calibrarse. "Hemos sido un poco buenistas -reconoce Cañigueral-, y empieza a haber una cierta acción por parte de los gobiernos para gestionar estas grandes empresas". Los principales interrogantes son si el modelo puede sostenerse a largo plazo, cómo debería regularse la actividad a nivel nacional e internacional y, sobre todo, qué medidas hay que tomar para que no atente contra el empleo de calidad.
Algunas plataformas utilizan un agresivo modelo de negocios: aprovechando los efectos de red de la tecnología, se insertan rápidamente en los mercados locales y apuestan a monopolizarlos con precios bajos, aun a costa de grandes pérdidas. Uber es un buen ejemplo: en el segundo trimestre del año tuvo un rojo de 5200 millones de dólares -el más grande de su historia-, pero sus inversores aguantan mientras sueñan un futuro donde los taxis sean reemplazados por los vehículos autónomos de la empresa.
El secreto de sus precios competitivos no son los algoritmos, sino el hecho de que no pagan las licencias y regulaciones que corresponden a un servicio de transporte, y el ahorro de costos salariales que implica contratar trabajadores supuestamente independientes. Una situación que, además, impacta negativamente en la recaudación fiscal.
También Airbnb, una plataforma para alojarse en casas particulares, provoca distorsiones en los mercados donde aterrizó. Permite ahorrar costos y es una fuente de ingresos extra para quien tiene un espacio disponible; pero, como para los propietarios es más rentable alquilar sus inmuebles a turistas por esa vía, la oferta de alquileres tradicionales cae y aumentan los precios, expulsando a cientos de vecinos hacia barrios más lejanos. Ciudades como Nueva York, Barcelona y París ya crearon leyes para limitar este proceso descontrolado de "turistificación"; cabe preguntarse si estos modelos agresivos podrán seguir en carrera en caso de que desaparezcan los vacíos legales de los que se nutrieron para crecer.
Protesta de taxis porteños contra Uber
La cuestión más discutida actualmente es qué tipo de empleo generan las plataformas: ¿es de calidad? Aunque cada una es diferente, funcionan todas bajo un esquema triangular. "Hay un usuario proveedor, un usuario consumidor y en el centro está la plataforma, que no presta el servicio subyacente sino que presenta las condiciones en un entorno digital y establece las reglas bajo las que se encuentran la oferta y la demanda", explica Madariaga.
Dependencia
Esa intermediación, invisibilizada por el ciberespacio, encierra una pregunta clave: ¿cuál es el vínculo laboral que existe entre la plataforma y el usuario proveedor? Según el investigador, cuando hay un gran componente de mano de obra involucrada -los casos de Uber o Rappi, por ejemplo-, "existe un alto grado de dependencia técnica, de supervisión y de control" de los trabajadores a través de mecanismos como la fijación del precio de los servicios y las evaluaciones de desempeño que condicionan la permanencia de los trabajadores en el sistema.
Esa relación de dependencia velada implica una precarización -cuyos críticos suelen denominar "uberización" y, a la masa de individuos sometida a ella, "cibertariado"-, que deja a los trabajadores en una situación de alta inseguridad laboral, porque carecen de coberturas básicas como la paga por vacaciones, los días por enfermedad y los aportes previsionales.
Los datos recabados en nuestro país señalan que, de hecho, entre los trabajadores de plataformas, el 57,8% no tiene obra social y el 45,5% no realiza aportes jubilatorios. "Al considerarlos independientes, las plataformas tampoco los capacitan para las tareas del futuro y algunos modelos de negocios pretenden en última instancia reemplazarlos -señala Madariaga-. Es una bomba de tiempo para el mercado laboral".
Escala humana
Pero no necesariamente tiene que ser así. "La tecnología es una herramienta, algo que podemos diseñar todos los días", opina Sofía Scasserra, investigadora del Instituto del Mundo del Trabajo de la Universidad Nacional de Tres de Febrero (Untref) y autora del reciente libro Cuando el jefe se tomó el buque. El algoritmo toma el control.
"La pregunta es si queremos sociedades donde la tecnología esté para mejorar la calidad de vida o sociedades donde el hombre esté al servicio de la tecnología, como una Matrix -dice Scasserra-. Se pueden buscar esquemas de trabajo más flexibles sin ir en detrimento de los derechos: es una cuestión de voluntad, no técnica".
Así, detalla tres aspectos que los Estados deberían regular de las plataformas: quienes trabajan en ellas deben gozar de los mismos derechos laborales que el resto; hay que hacer un seguimiento de los algoritmos de gestión del empleo; y deben protegerse los datos que producen los trabajadores para evitar que "las empresas generen ganancias vendiendo datos privados de las personas".
Los datos no son algo menor. En su libro Capitalismo de plataformas, el canadiense Nick Srnicek, profesor de Economía Digital del Departamento de Humanidades del King's College de Londres, plantea que tras la crisis de 2008 y ante "una prolongada caída de la rentabilidad de la manufactura, el capitalismo se volcó hacia los datos como un modo de mantener el crecimiento económico". Según Srnicek, los datos provenientes de las actividades de los usuarios son la materia prima del siglo XXI, un recurso que las plataformas digitales -todas ellas, no solo las de empleo: de Uber a Facebook, de Airbnb a Google- extraen a destajo aprovechando su lugar privilegiado como intermediarias en el sistema. Una materia prima que, además, cada vez cotiza más alto. "Estamos generando información constantemente y solo hay alguien que se está haciendo de ese valor: las plataformas", confirma Madariaga.
Los amos del ciberespacio son los algoritmos: códigos informáticos que, en el caso de las plataformas de empleo, manejan los vínculos laborales de miles de personas. "Un algoritmo es una caja negra que clasifica en base a datos y puede ser contrario a la legislación laboral o incumplir derechos: te puede dar de baja el usuario y dejarte sin trabajo sin siquiera explicarte por qué -advierte Scasserra-. Debería haber una instancia judicial donde poder auditar ese código en caso de sesgo".
Otro derecho que también comienza a discutirse es la portabilidad de la reputación digital: cómo hacer para que un trabajador pueda usar su reputación en línea -que cuesta mucho conseguir- más allá de una plataforma concreta.
Las plataformas y el futuro
Los especialistas coinciden en que las plataformas llegaron para quedarse, porque lograron interpretar los cambios de un mundo hiperconectado. "El trabajo se está pixelando y la estructura laboral a tiempo completo dejará de ser la norma. Como modelo organizativo del siglo XXI, la plataforma es espectacular. Lo que hay que hacer es trabajar en su diseño y objetivos", señala Cañigueral.
Según Janine Berg, economista principal del Departamento de Condiciones de Trabajo e Igualdad de la OIT, las "plataformas transfronterizas, donde el trabajo se publica en línea y un trabajador puede realizarlo y enviarlo al cliente" seguirán creciendo con fuerza: "Primero porque hay muchas tareas que pueden ser realizadas por un trabajador virtual. Y segundo, porque existe una gama de servicios considerados como automatizados donde son esenciales muchos trabajadores ?invisibles'". Berg responde así a quienes creen ver en el progreso tecnológico el fin del empleo: "Cada avance tecnológico requiere un conjunto diferente de habilidades humanas. El humano siempre está, solo que se está volviendo más oculto".
En cambio, la especialista de la OIT es más escéptica respecto del futuro de las plataformas locales de transporte, mensajería o limpieza: "Han financiado sus pérdidas con capitales de riesgo y subsidiado sus costos para atraer trabajadores y clientes. A medida que estos subsidios bajan, sus precios aumentan y las ganancias de los trabajadores disminuyen, por lo que habrá menos interés en usarlas".
Berg considera, además, que es "absolutamente posible" crear empleo virtual de calidad y que la clave es -otra vez- la regulación, incluso a nivel internacional. "La Comisión Global de la OIT sobre el Futuro del Trabajo reconoció que la regulación nacional de las plataformas es insuficiente: es un sector globalizado y requiere un enfoque globalizado".
¿Cuáles serían las primeras cuestiones a reglamentar? "La posibilidad de negociar colectivamente, la trasparencia de los datos y la introducción de sistemas independientes en la solución de controversias al interior de las plataformas".
F. A. R.
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