La biblioteca en llamas, de Susan Orlean
Crónica de una tragedia, a la sombra de Bradbury
En "La biblioteca de Babel", Borges jugaba, entre tantas cosas, con la distinción entre lo infinito y lo indefinido. A la periodista Susan Orlean (Cleveland, 1955), que en su libro logra no nombrar siquiera una vez el cuento del argentino, no parecen conmoverla esa clase de juegos intelectuales. Lo que le interesa de las bibliotecas, esos grandes reservorios librescos, es el factor humano actuando en una maquinaria imbricada, "un aparato con un montón de engranajes en movimiento".
De ahí que La biblioteca en llamas parta de un hecho material extremo. El 29 de abril de 1986, mientras el mundo estaba comprensiblemente atendiendo el accidente nuclear de Chernobyl, ardió parcialmente la Biblioteca Central de Los Ángeles. Hubo siete horas y media de un fuego que, en su momento de mayor virulencia, rondó los mil grados centígrados. Fue la mayor catástrofe de una biblioteca pública estadounidense en la historia. Se esfumaron literalmente 400.000 libros y otros 700.000 resultaron dañados. Entre las pérdidas había un ejemplar de la edición Folio de Shakespeare y todos los volúmenes del departamento de ficción, de la letra A a la L.
En La biblioteca en llamas se habla mucho de libros (y otras colecciones), pero poco de sus contenidos. Funciona en primera instancia como una crónica sobre aquella tragedia cultural, aunque el título en inglés ( The Library Book, "El libro de la biblioteca") es menos estentóreo. Orlean explora aquel hecho conmocionante para, de manera subliminal y no tanto, buscar entender cuál es el valor de las bibliotecas públicas y cómo pueden ser reimaginadas en tiempos de redes, pero sobre todo de los recortes iletrados de Trump.
Un poco como sucedía en El ladr ón de orquídeas -el libro más relevante de Orlean, donde una noticia criminal derivaba hacia la obsesión por esas flores difíciles y preciadas-, La biblioteca en llamas tiene muchos puntos de entrada. Al toque autobiográfico, el recuerdo de sus continuas visitas infantiles a la biblioteca con su madre, se le opone el relato minucioso, cronómetro en mano, sobre la evolución arrasadora de aquel incendio. Distribuida a lo largo del libro como un reguero se suma la historia de Harry Peak, un aspirante a actor de Hollywood, incansable fabulador al que se señaló como el pirómano que provocó el desastre. Peak es el cable que le da tensión al libro, aunque también es su punto ciego: que esté muerto hace tiempo (Orlean solo pudo contactar a su familia) y que nunca se haya podido probar su culpabilidad, ni siquiera sospechar sus motivaciones, deja en evidencia su condición de MacGuffin (así llamaba Hitchock a los elementos distractivos que mantenían el suspenso).
Aunque no se priva de un rápido mapeo de la fragilidad de las bibliotecas (desde la siniestrada de Alejandría, entre el mito y la realidad, hasta la pérdida de libros en la Segunda Guerra Mundial), el fetiche de Orlean es la Biblioteca de Los Ángeles. La autora es menos sentimental que práctica. La fundación de la institución, a mediados del siglo XIX, la sucesión de sus directores pintorescos (en el siglo XIX hubo varias mujeres al mando), las cuestiones edilicias permiten reflejar la evolución de una ciudad casi desértica a la megalópolis de hoy. Entrevista a los que de una manera u otra fueron testigos del incendio, pero también se dedica a explorar el funcionamiento de cada rincón de la biblioteca actual, que está lejos de ser, sugiere, un simple almacén de libros. Su tesis: las bibliotecas están lejos de ser viejos dinosaurios en extinción.
Hay una escena clave. La periodista siente que para entender la mente de un pirómano debe quemar ella misma un ejemplar. El único que se le ocurre es Fahrenheit 451. La sombra de Ray Bradbury tutela, a su manera, todo el libro. Y se entiende por qué: el escritor siempre decía que su formación universitaria fueron las bibliotecas y hacia el final de su vida defendió la función social que cumplen de manera militante. ¿La justicia poética de que lo convoque Orlean en su crónica? Fue en otra biblioteca californiana (la Powell de la UCLA), que alquilaba máquinas de escribir a pocos céntimos, donde Bradbury creó la historia en que un "bombero" encargado de quemar libros terminaba enamorándose de ellos. La biblioteca en llamas -a pesar de su exceso de localismo para un lector argentino- es también un homenaje a la idea de fondo de esa novela legendaria.
La biblioteca en llamas
Por Susan Orlean
Temas de Hoy. Trad.: Juan Trejo. 398 páginas. $ 649
Por Susan Orlean
Temas de Hoy. Trad.: Juan Trejo. 398 páginas. $ 649
P. B. R.
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