miércoles, 3 de julio de 2019

EL ANÁLISIS DE JOAQUÍN MORALES SOLÁ,

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JOAQUÍN MORALES SOLÁ
Cristina Kirchner proyecta una oposición dura, radicalizada e implacable frente a Macri si le tocara ser opositora, según escribió con reglones rectos en sus listas de candidatos. Esa certeza llevó al actual oficialismo a imaginar un segundo mandato de Macri distinto del primero. La primera experiencia, que se está agotando, exploró la posibilidad de una coalición gobernando en soledad, llena de personas en las que solo Macri confiaba. Hasta que el macrismo tomó nota de que la soledad no es buena compañía para hacer los trámites de la política. Terminó la experiencia cuando Cambiemos (o Juntos por el Cambio , según la nueva versión) debió recurrir a la incorporación de Miguel Ángel Pichetto, aunque la apertura no se agotaría, si ellos ganaran, en la figura de quien será el vicepresidente. En los esbozos actuales figura un gabinete totalmente remozado, con figuras representativas de la política y con apertura también hacia sectores sociales importantes.
La obligación de un gobierno distinto la impondrá no solo la eventual presencia de una Cristina dispuesta a cerrarle el paso a Macri desde el primer día. También lo obligará el promisorio acuerdo de libre comercio con la Unión Europea , firmado en la agónica noche europea del viernes, cuando estaba concluyendo el plazo de este año para concretar el pacto. Ese acuerdo obligará a la Argentina a una reconversión industrial significativa. No será necesariamente inmediata ni urgente. Los plazos estipulados son mucho más generosos desde Europa hacia el Mercosur que desde el Mercosur hacia Europa. Es hora, de todos modos, de que la industria argentina se adapte a las condiciones de la competencia internacional. Cerca de 80 años de proteccionismo no han hecho más que frenar el progreso del país y obligar a los argentinos a elegir entre productos muchas veces malos y caros. Debe destacarse el mensaje político de europeos y sudamericanos. El acuerdo, negociado sin suerte durante 20 años, sucedió justo cuando en el mundo predomina un discurso innecesariamente aislacionista, tardíamente proteccionista y extremadamente nacionalista. El nacionalismo en dosis desmesuradas ha sido siempre la antesala de guerras comerciales o armadas, que destruyeron riquezas o vidas humanas. Ese pacto con los europeos, que significará un antes y un después para la economía argentina, fue trabajado personalmente por Macri en sus muchas conversaciones con los líderes de Europa y ejecutado con eficiencia por el canciller Jorge Faurie, un diplomático de carrera que se metió con decisión en los complejos detalles del acuerdo. Es también una respuesta de Europa al Brexit y una diferencia clara del sur de América con las políticas de Donald Trump.
La política local es mucho más mezquina. La primera reacción del candidato presidencial del cristinismo, Alberto Fernández, fue decir que no había nada que festejar. Que había que preocuparse. La negociación de ese acuerdo duró dos décadas y comprometió a gobiernos peronistas (la mayoría), radicales y al de Macri. ¿No era el momento de celebrar un triunfo del país y de sus diversas expresiones políticas? No lo fue. Es cierto que el contraste con el gobierno de Cristina Kirchner es muy grande; el único acuerdo internacional importante que firmó en ocho años de gobierno fue el memorándum con Irán, declarado inconstitucional por la Justicia argentina. Hasta Evo Morales celebró públicamente el acuerdo del Mercosur con la Unión Europea y adelantó que Bolivia negocia también un acuerdo parecido. ¿No es Evo un modelo para Cristina? Lo es, pero no cuando beneficia a su adversario.
El futuro gobierno de Macri fue dibujado tenuemente por Pichetto en una declaración periodística. "Será un gobierno abierto hacia la política y hacia la sociedad", predijo. Pichetto no es (nunca lo fue) un "librepensador", como él mismo lo acepta, sino un hombre de la política y del Estado. Ese boceto de una eventual administración macrista después del 10 de diciembre es el producto consensuado de conversaciones con Macri. "Estoy de acuerdo", respondió María Eugenia Vidal cuando se enteró de aquel anticipo del candidato vicepresidencial. "Comparto. La apertura será necesaria", señaló Elisa Carrió sobre el pronóstico de Pichetto. Carrió y Pichetto se reunieron en los últimos días y terminaron por enhebrar una buena relación personal. Vienen de mundos distintos. Carrió se inclina más por subrayar los principios de la política. A Pichetto le gusta la política práctica.
El acuerdo con la Unión Europea hará necesaria una nueva dinámica con el mundo del trabajo, de las empresas y del propio Estado. ¿Reforma laboral? ¿Reforma previsional? El oficialismo prefiere deshacerse de las viejas etiquetas. Solo han servido para darle discurso a la oposición. ¿Por qué no hablar de una economía de producción y trabajo, que pueda elegir qué les venderá a quiénes en el mundo y qué sectores locales protegerá? Afuera, entonces, las menciones a la reforma laboral o a la reforma previsional. Nicolás Dujovne cometió un error político en Nueva York cuando auguró que ahora, con una parte del peronismo dentro de la coalición gobernante, le será más fácil al Gobierno emprender la reforma laboral. Lo dejó mal parado a ese peronismo y le dio mercadería fresca a la oposición para que haga su trabajo. Esos errores ocurren cuando los economistas creen que pueden hablar de política. El ejemplo de la nueva estrategia sobre las relaciones entre empresas y trabajadores es el convenio petrolero de Vaca Muerta. Elimina absurdos privilegios, crea más puestos de trabajo y coloca también más responsabilidad en las empresas. Macri fue el primer político deslumbrado con ese convenio, que él mismo ayudó a confeccionar. Ahora Pichetto elogia también públicamente el acuerdo de Vaca Muerta. Los pactos en un futuro gobierno, señala un exégeta del porvenir, deberán llegar al Congreso ya confeccionados fuera de la sede parlamentaria.
¿Cómo se entiende esa política de apertura del macrismo con la decisión de marginar de la reciente puja por las listas de candidatos a figuras políticas del macrismo como Emilio Monzó y Rogelio Frigerio? "No existe un ala política", contesta, rotundo, un exponente del macrismo más puro, y agrega: "Todos hacemos política. ¿O acaso Macri no hizo política cuando convocó a Pichetto?". Esa versión, cercana a Marcos Peña, a Vidal y a Rodríguez Larreta (no se conoce, hasta aquí, el pensamiento de Macri) describe dos clases de políticos. Algunos son personalidades políticas, ya sea porque tienen votos, porque su nombre influye en importantes sectores políticos y económicos (el caso de Pichetto) o porque tienen fuerza moral. Los otros son "operadores políticos" (categoría en que incluyen a Monzó y a Frigerio, más a Monzó que a Frigerio), cuyo poder radica exclusivamente en el poder que les delega el Presidente. La apertura es hacia los primeros, no hacia los segundos, propina sin clemencia. Nadie sabe, de todos modos, cómo será el futuro gabinete de Macri, si este ganara las elecciones, pero todos los integrantes de su inmodificable intimidad suponen que será muy distinto del actual.
Es probable que figuras de otros partidos integren el futuro gabinete de Macri. Conformarían un mosaico republicano para terminar de una buena vez con la opción cristinista. "Hay que mandar ese peligro definitivamente a la historia", dice un peronista alejado del kirchnerismo. Sería la construcción de lo que Pichetto llama "el centro democrático". Un polo magnético suficientemente atractivo como para trazarle una línea roja al avance del autoritarismo populista encarnado por Cristina Kirchner.

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