Soy de las afortunadas que han tenido la suerte de conocer bastante bien Alemania, la he recorrido de punta a punta, unos 21.673 kilómetros durante casi 60 días y recuerdo que en uno de esos recorridos en Munich, tuvimos las oportunidad de conocer el gran recinto de reuniones de los nazis para conmemorar sus fechas importantes, en ese enorme lugar había una importante exposición del arquitecto de Hitler, Albert Speer, una figura que tuvo un comportamiento muy discutible de colaboración con Hitler, incluso algunos estamos convencidos que su eficiente trabajo al frente del Ministerio de Producción permitió que los Nazis continuarán la guerra por más tiempo.
Recreación del interior del Capitol de Germania, destinado a ser el edificio cubierto más grande del mundo.
Los franceses tienen un dicho: “Comprender es perdonar”; pero en el caso de las cuestiones vinculadas a Hitler “comprender es condenar”, es inútil negar que las ambiciones satánicas de Hitler, sus asesinatos, sus crueles esclavizaciones y su culto a la muerte, fueron facilitados en gran medida por el arte. Una manifestación de ello fueron los uniformes alucinantes, diseñados por Hugo Boss, junto con edificios asombrosos y las impresionantes máquinas de guerra, el proyecto demencial nazi era malvado, pero para Speer, la gente mala puede hacer cosas buenas. Un cínico relativista en toda regla
Speer, era un arquitecto cuyo estilo y filosofía tendían un puente entre el clasicismo tradicional y el funcionalismo moderno y se transformó en un sirviente de Hitler cuando lo escucha en un discurso en 1931, donde tuvo la certeza que estaba ante el creador del nuevo constructor del edificio en él se construiría una nueva Alemania, más fuerte y vital.
Speer no calificaba como el típico matón nazi ignorante, era un oficial de clase, un caballero, más allá de los dudosos principios morales que lo guiaban
Maqueta de Germania, la Capital Imperial soñada por Hitler y cuyo proyecto, que encargó a Speer, se detuvo para atender los costes de la guerra.
Como arquitecto de Hitler, Speer recibió el encargo de crear Germania, una reinvención de Berlín concebida por un megalómano que tenía como ideal a Babilonia y Roma,ello llevo a Speer a diseñar maquetas de como sería el centro simbólico y práctico del nuevo imperio alemán global, en donde se remodelaría Berlín desde sus cimientos.
La modestia no tenía cabida alguna en su concepción, su trabajo fue la materialización del esplendor que debía recorrer la nueva urbe por donde transitara el visitante, para ello se contemplaron avenidas ceremoniales y pragmáticas autopistas que serian esenciales en la visión que Hitler porque desde ellas se extendería el concepto de dominación global a partir de 1950, cuando la monumental obra estaría cerca de concluirse.
Maqueta a escala del Capitolio de Germania. Se puede comprobar el colosal tamaño de la construcción basta comprarla con el edificio situado a su derecha, la Puerta de Branderburgo de Berlín, de 26 metros de altura.
La capital imperial debía debía tener un Arco del Triunfo inspirado en el de París, pero mucho mayor, pues en opinión de Hitler, Napoleón no era más que un enano y la Cancillería de Speer había sido proyectada para doblar en tamaño a la Galería de los Espejos de Versalles, de ese modo se reflejaba el gran ego frustrado de Hitler, pero la ironía de la superioridad alemana de Germania debía ser construida con granito sueco importado.
Al final, poco de Germania se pudo llevar a término, Speer llegó a presentar una calzada que iba de Este a Oeste, algo que fue posible gracias a un cruel y ambicioso programa de demolición, una acción que se realizó para el 50 cumpleaños del Führer de 1939, pero para 1943, la guerra acaparaba todos los esfuerzos y se detuvo el desarrollo. Y cuando el Ejército Rojo invadió Berlín, uno de sus objetivos fue la total destrucción de la Cancillería de Speer.
Hitler, fue un artista muy mediocre, pero también un arquitecto frustrado por su escaso talento, pero encontró la forma para encontrar seguidores que forma convincente articularan su demente visión de futuro.
Sus primeras inspiraciones fueron las producciones de Wagner que vio de adolescente y desde ese momento, quedó hipnotizado por los espectáculos de luz y fuego. Con estos artefactos teatrales, como Fafner en Parsifal, Hitler se transformó, de un pequeño gusano desagradable, en un monstruo aterrador.
Hay importantes testimonios de su entusiasta participación en presentaciones de diseño, haciendo intervenciones decisivas con sus propios bocetos. Se decía que podía retener en su cabeza los detalles de hasta 15 proyectos arquitectónicos diferentes a la vez. Un compañero en un viaje en tren de Múnich a Berlín coincidió con el Führer que iba charlando sobre la Puerta del León en Micenas, la Puerta de Ishtar en Babilonia, el Propileo de la Acrópolis de Atenas y la Puerta Roma, el arco triunfal de Federico II, en Capua.
El trabajo de Speer fue satisfacer a su empleador y más allá de la gran fantasía de la Germania, Speer levantó una teatral Catedral de Luz, primero en Tempelhof, luego en Nuremberg, para ello requirió prácticamente todas las existencias de reflectores de la Luftwaffe, ubico a 130 de ellos espaciados a intervalos de 12 metros, disparando vigas verticales a más de 7.600 metros de altitud. El efecto estético, anotó Speer, “superaba todo lo que yo había imaginado”.
Como arquitecto, Speer se basó en una fórmula de columnatas clásicas (despojadas de detalles arqueológicos), cornisas enfáticas y pórticos, inspiradas en Schinkel, pero con un tope de 11. Su mayor edificio fue el pabellón alemán para la Exposición Internacional de París de 1937. Como el pabellón soviético de B. M. Iofan, era de un neoclasicismo lumpen.
Los regímenes autoritarios tienden a hacer réplicas de mano dura de la arquitectura de la Atenas democrática de Pericles, pero Speer muy probablemente exageró su papel como diseñador interno de Hitler. El Führer era a menudo el padre de los conceptos arquitectónicos, así como quien elegía los materiales y aportaba la financiación. De modon que Speer era el equivalente al Dr. Porsche, otro contratista voluntarioso que cumplió los deseos del Führer. Uno ideó una ciudad lunática, el otro creó el Volkswagen, el coche de la fuerza a través del disfrute.
El aeropuerto Tempelhof de Berlín fue diseñado por Ernst Sagebiel, no por Speer, y el Estadio Olímpico (que podía acomodar a 74.228 personas) fue obra de Werner Julius March, mientras el edificio nazi definitivo, el Museo de la Higiene de Dresden, fue diseñado por Wilhelm Kreis.
En los Juicios de Nüremberg, Speer persuadió al tribunal con éxito de que, aunque él era uno de los colaboradores más habituales de Hitler, no sabía nada del Holocausto. Como resultado, consiguió que no lo ahorcaran y fue enviado en su lugar a la prisión de Spandau hasta 1966.
En 1955, la escritora británica-húngara Gitta Sereny publicó una monumental semblanza de Speer que lo descubría como un embaucador y un mentiroso que siempre supo del asesinato de los judíos. Esa Germania nunca fue construida, pero la ciudad que más sufrió la Blitzkrieg (la guerra relámpago) del Führer fue la última ciudad que vio Speer. Cuando murió en 1981, Speer se alojaba en el Claridge’s de Londres
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