Tito, el vecino de 92 años que saludó a Gardel en su última actuación: "Me tocó la cabeza y me dijo: ´¿Qué tal pibe?´"
Lo llamaban el Petit Colón por su acústica privilegiada. No eran tiempos de sonoridades amplificadas. Proyección de voz en los actores y garganta privilegiada en los cantantes. El resto corría por cuenta de las virtudes edilicias de este teatro que era, es, el orgullo de Villa Urquiza. Es que el 25 de Mayo es de esos espacios que forman parte de la historia del vecindario.Puro arraigo en este edificio de belleza notable ubicado en una avenida Triunvirato que, hasta no hace mucho, hasta conservaba su empedrado original. Ese mismo por el que transitaba el tranvía Lacroze. Ese mismo por donde alguna vez se deslizó el lujoso vehículo que acercó a Carlos Gardel hasta la puerta del imponente coliseo donde ofrecería, por última vez en Argentina, un espectáculo público. Y fue allí, en ese foyer de piso damero imperturbable donde, en el año 1933, Juan Antonio Bravo, entonces un niño de seis, fue bendecido por la mano próspera del ídolo popular: "Cuando lo ví, corrí y lo abracé. Y el me abrazó a mí", rememora este vecino histórico del barrio que vivencia, por razones generacionales, el privilegio de pocos: haber intercambiado un saludo con el prócer de la canción y asistido a ese concierto ya mítico que fue inspiración para la obra Aquí cantó Gardel que se presenta, hasta el próximo sábado 16 de noviembre, en la sala principal del 25 de Mayo.
Por una cabeza
"El 10 de septiembre de 1933, papá, mamá, mi hermana y yo fuimos al Teatro 25 de Mayo de Villa Urquiza para ver a Carlitos Gardel. La entrada valía un peso. Mientras estábamos en el hall, esperando para ingresar, entró Gardel, guitarra en mano, caminando un poquito ligero. Si mal no recuerdo, llevaba puesto un pantalón gris oscuro, camisa de seda, que en esa época era una prenda carísima, y corbata a cuadros. Vestía muy bien. Cuando nos abrazamos, me tocó la cabeza y me dijo: ´¿Qué tal pibe?´", recuerda, una y otra vez, este hombre de hablar claro, vivaz y de una agilidad que hacen dudar de sus impecables 92 años. Y sí, por qué no aseverarlo: hace 86 años el tuvo su propio Por una cabeza, aunque sin noble potrillo.
Los barriletes que homenajean al cantor
Hacía varias semanas que los afiches pegados en la vía pública y en las puertas del teatro, anunciaban el gran acontecimiento. Serían tres funciones: una el sábado por la noche y dos el domingo en las secciones vermouth y noche, como se acostumbraba en la época. "Carlitos Gardel se despedirá del público de Villa Urquiza, antes de su partida para Hollywood y Europa", reseñaban los posters diseminados por la zona. La expectativa era tal que las localidades se agotaron rápidamente. No era para menos, si siempre lo iban a escuchar las multitudes, esta vez se trataba de una despedida antes de la gira internacional que lo terminaría consagrando en buena parte del mundo. El tour por Europa y Estados Unidos se concretó. Pero, desde ya, lo que nadie imaginó es que el ídolo no volvería a pisar, en vida, el suelo de la Argentina.
"Lo oí cantar en el escenario y, cuando terminó la función, salimos como pudimos. Era un mundo de gente. No se podía caminar porque afuera estaban los que se habían quedado sin localidades o que no podía comprarla porque no tenían ese peso que valía cada entrada. Entonces, en la calle, todo el mundo le pidió a Carlitos que cantara. Como agradecimiento, Gardel se subió arriba del estribo de un auto para que lo pudieran ver. Desde ahí, les cantó a todos. Había tanta gente que se cortó el tránsito, era una multitud", recuerda Juan Antonio mientras comienza a tararear aquello de "canción maleva, canción de Buenos Aires, hay algo en tus entrañas que vive y que perdura". Un hábito. Durante buena parte del día, sus 92 años se rejuvenecen con la voz clara que le permite cantar esos himnos de la canción porteña. En esta casa de la calle Llerena se respira tango y se lo homenaje a Gardel con pequeños grandes gestos, como esa foto sepia que está pegada en el espejo de la puerta de un ropero de más de un siglo de antigüedad. "Aquella noche, fue tal el revuelo que no podía pasar el tranvía 7 que iba hasta el Luna Park derecho por Triunvirato porque todavía no se llamaba Corrientes de Chacarita para el Bajo".
Cuando yo te vuelva a ver
Aquellas funciones significaron un adiós definitivo. Al menos físicamente, porque la figura del cantor, luego de su fallecimiento, se agigantó aún más convirtiéndose en una de las referencias ineludibles cuando se habla de la identidad argentina en el mundo. "Habrá cantado cuatro o cinco canciones: Cuesta abajo, El día que me quieras, Sus ojos se cerraron. Carlitos era algo impresionante", rememora, sin esfuerzo, Juan Antonio Bravo.
Aquellas actuaciones, que aún resuenan en la sala oval de la avenida Triunvirato, serían las últimas a nivel masivo. Luego de esas dos fechas, el cantor realizó algunas actuaciones privadas, según reseñó el prestigioso historiador inglés Simon Collier, quien fuera uno de los biógrafos más exactos a la hora de referenciar la vida y la obra del Zorzal.
Contradiciendo a algunos los títulos más simbólicos del cantante, no hubo un Volver. El 24 de junio de 1935, la aeronave que trasladaba a Carlos Gardel desde Medellín a Cali, para continuar con un exitoso tour de presentaciones, no lograría levantar vuelo y colisionaría con otra de igual porte en la pista principal de aquel aeropuerto colombiano que hoy le rinde tributo con estatuas, plaquetas y ofrendas florales.
"Siempre lo tengo en la memoria", reconoce Juan Antonio o Tito, como lo llaman todos en la familia y en el barrio. Tal es la fidelidad de esa memoria que recuerda que "no era muy alto y todavía estaba un poco gordito, aunque no tanto como en esas filmaciones donde se lo veía pesando 120 kilos. Eso sí, el peinado clásico a la gomina lucía impecable".
Juan Antonio Bravo. Tiene 92 años y estuvo en el ultimo recital que dio Carlos Gardel en la Argentina
Barrio de tango
Tito nació en la misma casa que hoy habita en esa Villa Urquiza que se confunde con Parque Chas y Villa Ortúzar. En una pieza, (la palabra "cuarto" fue una imposición de las modas venideras), como se estilaba en la época. En la misma pieza en la que vio la luz su hermana Hilda Ethel Bravo. Hasta aquí nada fuera de lo habitual, a no ser porque ambos tienen la misma edad y no son mellizos ni gemelos. La curiosidad es que son sietemesinos: Hilda nació el 21 de febrero de 1927 y Tito llegó a este mundo el 30 de noviembre del mismo año: "Cuando nacimos, mi mamá tenía 19 años y mi papá casi 30", explica él ante la mirada atenta de su hermana que también asistió a aquella inolvidable e histórica función de Carlos Gardel: "Cierro los ojos y me parece verlo. Era un escenario todo azul y en el medio estaba Gardel. No necesitaba tanto adorno porque él solo, con su canto, embellecía el lugar", recuerda Hilda con una voz y una mirada que hacen pensar en un inevitable amor platónico con el Morocho del Abasto. Hace un tiempo, Hilda se mudó para vivir junto a su hermano y a Patricia, la hija de él que está al pie del cañón protegiéndolos en esa casa que fue la primera del barrio en contar con servicio de gas natural y teléfono. Es que, en aquellos tiempos, se trataba de una verdadera mansión. Aún hay vestigios que deschaban ese pasado ilustre: vitraux en las ventanas, escalera de boiserie, mármoles y hasta cochera cubierta para estacionar aquel Ford 0 kilómetro modelo 1929.
Tito y su hermana Hilda
Juan Antonio se dedicó, siguiendo la tradición paterna, a la construcción de bóvedas y panteones en el Cementerio de la Chacarita. Y fue allí donde se encargó, día tras día, de encender un cigarrillo y depositarlo en las manos de la estatua del Zorzal. Así comenzó todo. Una tradición que se continúa hasta hoy, aunque ya no es responsabilidad suya. Vueltas del destino, trabajó toda su vida en el camposanto donde descansaba su ídolo: "Siempre acompañaba al cuidador a limpiar la sepultura de Gardel. Cuando se sacaba la tela que cubría el cajón de Carlitos y el de su mamá, les pasaba a ambos la franela y les cambiaba las flores. También limpiaba el monumento. Todo quedaba impecable".
-Tito, ¿Gardel era argentino, francés o uruguayo?
-Nació en Toulouse en 1890 y su familia era muy humilde.
Durante el día, Tito no solo entona todos los tangos de su ídolo a viva voz, sino que también lo homenajea dedicándole varios de sus barriletes. Es que esa es otra de sus pasiones: "Cuando era chico, comencé a hacer barriletes, pero luego dejé. Cuando cumplí los 90 años retomé el hobby. Incluso, armé dos en homenaje a Gardel. Como tienen forma de estrella, cuando los remonte será Gardel que sube al cielo".
-Me parece que usted no solo admira a Gardel sino que es medio poeta.
-Y bueno. un poco sí.
Y si el secreto de la jovialidad es estar ocupado, Tito también dedica buena parte de su día perfeccionando esa mesa que ocupa una habitación completa y que sostiene su formidable colección de ferromodelismo: "Hace sesenta años que tengo trenes". Esas locomotoras y vagones que son todo su orgullo y a los que le dedica pasión y dedicación. No faltan las barreras, las estaciones luminosas, las casas de los pueblos y más de un cambio de vías para que esos trenes vistosos circulen logrando cierta hipnosis de los espectadores.
Aquí cantó Gardel
Cuando la radio anunció el fallecimiento del Zorzal, el país, y buena parte del mundo, se paralizaron. Incluso, al locutor que debió anunciar la fatídica noticia, se le escapó un lagrimón en medio de la transmisión. Debido a cuestiones judiciales, y a la decisión inicial de enterrarlo en Colombia, transcurrió algún tiempo para que el cuerpo llegase a Buenos Aires. Cuando eso sucedió, el acontecimiento se volvió multitudinario: "Mis abuelos vivían en la calle Padilla, cerca de Triunvirato, así que pude ver pasar el féretro. Era un mundo de gente. La carroza iba tirada por seis caballos percherones, negros, custodiada por la policía montada. Había salido del Luna Park directo para el cementerio de Chacarita. Cuando llegó, le dieron la bendición y el responso en el peristilo de la entrada y, desde ahí, pasó al Panteón de Artistas. Da la casualidad que, a pocos metros, están los monumentos de José Betinotti, autor de Pobre mi madre querida que cantó Gardel, y el de la primera bandoneonista: Paquita Bernardo. Hubo muchos entierros, pero como el de Gardel, ninguno. La gente lo quiso con mucho amor. Tenía poder sobre el público", reconoce Tito. Hilda, por su parte, no puede evitar emocionarse al recordar aquel paso lento del féretro: "Me senté con una amiguita en el cordón de Triunvirato y Gurruchaga. Era tal la cantidad de gente que quedamos encerradas por la multitud. Cuando pasó la carroza de Gardel, le puedo asegurar que era un manto de claveles blancos cubriendo el cielo. Nunca vi nada igual. Era una persona demasiado buena para este mundo".
En el Teatro 25 de Mayo, allí donde Juan Antonio Barvo y su familia presenciaron el concierto despedida del prócer tanguero, se representó Aquí cantó Gardel, un musical de Mariano Saba, dirigido por Nelson Valente, con el protagónico de Roberto Carnaghi y la presencia de la Orquesta del Tango de Buenos Aires. En una de las últimas funciones, Tito fue homenajeado. No podía ser de otra manera. Todo el teatro aplaudió a este hombre que tiene el privilegio único de haber sido tocado por Carlitos Gardel.
-Tito, ¿qué sintió cuando Gardel le acarició la cabeza?
-Figúrese usted la emoción. Fue una satisfacción y un honor. La mano de Gardel era la mano de Dios.
P. M.
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