El recuerdo de una luna criolla olvidada
Ocurrió hace un par de sábados. Después de unos fuccilles alla scarparo en la cantina Rondinella, y de un heladito en Scanapiecco, crucé a revisar los discos de Pablo en el Mercado de las Pulgas. En la generosa y ecléctica batea de ofertas aparecieron varios vinilos de Antar, el sello uruguayo que, a fines de los 50 y principios de los 60 construyó un atractivo catálogo de música rioplatense: de Astor Piazzolla y Ariel Ramírez a Panchito Nolé con su orquesta y Osiris Rodríguez Castillos. Pero Antar fue, sobre todo, una de las plataformas para el Canto Popular, movimiento que encabezaron artistas como Daniel Viglietti, Los Olimareños y el enorme Alfredo Zitarrosa. A pesar de haber leído su nombre muchas veces (lo supe cuando preparaba este texto) jamás había registrado la existencia de Roberto Rodríguez Luna. Tampoco había visto ninguno de sus discos. Pero hubo algo la portada de Rumbeando, su primer LP lanzado en 1960, para que aún erosionada por el paso del tiempo y la humedad, ejerciera un dulce magnetismo. Además, claro, del sello Antar como contraseña y de unas liner notes promisorias: "Una de las más jóvenes figuras del cancionero nativo oriental. Podemos decir que Roberto Rodriguez Luna es un artista de la raza gaucha. Sus canciones nos llegan en la emoción de su voz, que siendo varonil, no deja de ser dulce. (...) Si bien nació en Montevideo, siempre sintió una fuerte vocación hacia las cosas de tierra adentro y en su canto, se ha llegado a consustanciar con ella".
Pocos días después, ya habiendo escuchado el disco, le pregunté por Rodríguez Luna a Fernando Cabrera, luego de uno de sus memorables conciertos en Café Vinilo. "Nadie se acuerda de Rodríguez Luna", me respondió. "Uno de los pocos que siempre lo menciona es Washington Carrasco. A él tendrías que preguntarle." Casualmente, otro de los discos que había conseguido es el clásico Habrá un mañana (1983), de Washington y su compañera, Cristina Fernández. Así que fue una buena excusa para saludarlo y acercarle mi inquietud. "Es uno de los fundamentales cantores del Uruguay. Yo lo vi cuando tendría unos 16 años, en la fonoplatea de Radio Carve. El musicalizó a Elías Regules, a Serafín García y a otros poetas gauchescos. Era un cantor de una voz hermosa y tenía un sentimiento muy lindo para cantar. Me deslumbró porque todos en mi familia eran guitarreros, pero él prendió algo en mí. Tenía una voz aterciopelada, dulce, muy expresiva. Es como si lo estuviera viendo en este momento. Con un smoking negro, solapa ancha, y acompañado por sus tres guitarristas."
Contemporáneo de la cantora Amalia de la Vega, puede entenderse a Rodríguez Luna como un antecedente directo de Alfredo Zitarrosa. Los factores son varios: para empezar, ambos nacieron en Montevideo pero su faro estuvo puesto en las raíces musicales del interior profundo del Uruguay. Ambos compartían la estética elegante y la formación de guitarras. De hecho, Mario Núñez y Gualberto López (dos de sus escoltas en Rumbeando) acompañarían luego a Don Alfredo. Pero también, tanto Rodríguez Luna como el autor de "Adagio de mi país" son herederos del legado criollo de Gardel. Según el especialista Schubert Flores Vasella, un uruguayo radicado desde hace más de cuatro décadas en Buenos Aires que cuenta con el honor de haber realizado la última entrevista a Osiris Rodríguez Castillos, "Rodríguez Luna quedó eclipsado por el boom del Canto Popular. Y, de algún modo, Zitarrosa contribuyó a sepultarlo, porque continuó explorando esa misma veta folclórica, pero desde una perspectiva política. Es una pena, porque fue uno de los grandes exponentes del canto criollo."
El cantautor Héctor Numa Moraes, emblema del Canto Popular, es otro de los que mantiene la admiración por Luna. "Lo escuchaba en la radio, cuando era chico. Y tuve la chance de verlo en Tacuarembó. Se presentó en un bar pequeño y ruidoso, y lo acompañaba un único guitarrista, que pudo haber sido Mario Núñez. Hizo dos entradas y a pesar de que había ruido de cantina, sonaba muy bien. Roberto era un tremendo guitarrista."
Numa, que lo escuchaba por la radio, recuerda que Rodríguez Luna era popular en las páginas que la revista Folklore le dedicaba a los artistas uruguayos, y que cuyos ejemplares conserva con devoción. Y cada vez que pasa alguna de sus canciones en El sonido de todos, su programa que emite todas las mañanas la Emisora del Sur (Montevideo), nunca falta un oyente que lo recuerda con emoción.
Rodríguez Luna se fue de Montevideo en 1968 y se casó con Mara Helguera, una cantante de tangos oriunda de Chivilcoy. Se radicaron en los 70 en Venezuela, y desde allí recorrieron centroamérica como número artístico de una cadena hotelera. A principios de los 80, se instalaron definitivamente en Chivilcoy. Fue en ese paisaje campero que lo encontró la muerte, en 1992. Ayer hubiera cumplido 93 años. Su voz merece ser redescubierta.
H. I.
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