miércoles, 24 de febrero de 2021

LITERATURA X TRES


Enfurecida obra póstuma de Kurt Cobain, un ícono de la generación X
D. G.

No es exactamente un diario, sino un conjunto de cartas no enviadas, manifiestos, dibujos, reseñas escritas sin intención de ser publicadas (en parte por su aversión al periodismo de rock), diatribas contra colegas y productores, y anotaciones del creador de Nirvana, el grupo que fulguró entre 1987 y 1994, año del suicidio de Kurt Cobain. El cantante, guitarrista y compositor, ícono de la generación X, escribía en cuadernos de espiral. A la manera de un álbum póstumo, el libro transmite la furia, el desasosiego y la intensidad vital de Cobain, que, como otros músicos de rock, murió a los 27 años. “INCERTIDUMBRE, como abrir bien los ojos en la oscuridad para luego cerrarlos bien fuerte y volverlos a abrir, cegados por los puntos plateados y centelleantes que origina la presión en las córneas, bizquear, poner los ojos en blanco y enfocar la vista para volver a quedarte ciego aunque así al menos de algún modo has visto la luz”, anotó, según se lee en Kurt Cobain. Diarios (Reservoir Books).
Los textos, inéditos hasta 2003, vieron la luz gracias (o por culpa de, según quién lo juzgue) Courtney Love, su viuda, que obtuvo a cambio cuatro millones de dólares. Antes de ceder los cuadernos, se presume que eliminó pasajes comprometedores. Además de pelear contra su adicción a las drogas, el deseo de fama y la melancolía, Cobain se enfrentó a un villano habitual entre los músicos: “NIRVANA ve la ESCENA de la música underground cada vez más estancada y abierta a los intereses de las grandes discográficas comerciales”. La edición incluye reproducciones de los originales, que permiten apreciar los usos enfáticos del compositor de “Smells Like Teen Spirit” y “Come us You Are”. “No recuerdo la última vez que mantuve una conversación realmente interesante. Las PALABRAS no son tan importantes como la energía que proporciona la música, sobre todo en directo”.



Enojos y frustraciones de Sylvia Plath, la poeta confesional
F. SCH.



Con 18 años, en julio de 1951, Sylvia Plath escribió: “Haber nacido mujer es mi tragedia. Desde el momento en que fui concebida quedé condenada a tener pechos y ovarios en lugar de pene y testículos, a que la esfera entera de mis actos, mis pensamientos y mis sentimientos quedara estrictamente limitada por mi feminidad”. En las más de 900 páginas que integran los Diarios Completos (Universidad Diego Portales) encontramos los conflictos más íntimos de una mujer que “debe/desea” adaptarse a una vida amorosa, doméstica y los contrapone con su sentido de libertad, su sexualidad y la incansable búsqueda por encontrar sentido a su carrera como escritora: “Estaba empezando a preocuparme la posibilidad de convertirme alegremente en una mujer práctica y aburrida: en vez de leer a Locke, por ejemplo, o de escribir… me pongo a hacer una tarta de manzana, o a estudiar The Joy of Cooking [El placer de cocinar], y a leerlo como si fuera una novela interesantísima.” Sus escritos develan reflexiones sobre el arte, dan muestra de sus enojos y frustraciones: “Lo peor de todo es que me compadezco tanto a mí misma que me preocupa sentir envidia de Ted (Hughes, su marido): de su éxito, algo con lo que tendré que lidiar.”
La edición en manos de Karen V. Kukil, a cargo de los archivos de Plath en el Smith College, abarca sus escritos desde la época de estudiante universitaria hasta 1962, un año antes de su suicidio. Este volumen, que incluye dibujos y poesías, recupera textos inéditos. Habían sido sellados por Ted Hughes, viudo de la autora de La campana de cristal, que pidió que se abrieran en 2013. Lamentablemente, los últimos pensamientos de Plath, la poeta confesional, fueron destruidos por Hughes. “Me encanta Woolf [...] Solo que yo sería incapaz de meterme en un río y ahogarme. Supongo que siempre seré excesivamente vulnerable y algo paranoica. Pero también soy condenadamente sana y resistente. Y tengo la sangre dulce como una tarta de manzana”.

El fuego y el pop, en el viaje iniciático de Marta Minujín a París
C. CH. 

“Sé que algún día daré algo como pocos seres lo dan, siento una voz interior que me dice que tengo que seguir de cualquier forma, siempre buscando, tratando de crear algo que trascienda el tiempo”. Con esa confianza en su talento escribía Marta Minujín en París, a comienzos de la década de 1960, cuando era una joven con hambre en todo sentido. Aquella adolescente estaba muy lejos aún de convertirse en la reina argentina del pop, la que llegaría a realizar una performance con Andy Warhol en Nueva York y a levantar su Partenón de libros prohibidos en la prestigiosa Documenta de Kassel.
A los 16 años, tras falsificar su documento, se casó en secreto para emanciparse y poder viajar a la capital francesa. Su compañero de toda la vida, el economista Juan Carlos Gómez Sabaini, le enviaba entonces desde Buenos Aires encomiendas con pinturas, alimento y abrigo para que ella pudiera iniciar la carrera que tanto soñaba. “En ese viaje descubrí el color –recuerda en Tres inviernos en París. Diarios íntimos 1961-1964 (Reservoir Books), el primer volumen de una serie de memorias–. Fue cuando volvía de la Bienal de Venecia, en 1962. De casualidad, pasé por una vidriera y quedé encandilada por una pollera rosa y turquesa. Ahí, viendo eso, algo se rompió en mí. ¡Era el pop! Empecé a inventar colchones y a pintarlos de colores vivos. Mi vida cambió por completo. Había descubierto la alegría, el humor, la diversión. Cambié mi forma de vestirme de un día para el otro”.
Al año siguiente realizó su primer happening, La destrucción, en el que quemó todas las obras realizadas hasta el momento. La “Brigitte Bardot argentina”, como la llamaban, tenía apenas veinte años y ya había decidido sacrificarlo todo por “esta maldita vocación tan fuerte que es imposible torcer, esconder, matar; pide, exige, demanda siempre, y me lleva para donde quiere. Por eso estoy en París”.

http://indecquetrabajaiii.blogspot.com.ar/. INDECQUETRABAJA

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