La necesidad de seducir al votante independiente
Sergio Berensztein
Pisos electorales significativos pero insuficientes para ganar la elección. Un núcleo duro que exige posturas definidas, a menudo ideológicamente sesgadas, que podrían alejar (¿espantar?) a los electores más moderados. Un liderazgo fragmentado con predominio de figuras desgastadas y con horizontes complejos si la pretensión es mejorar sus posibilidades de volver a convertirse en candidatos competitivos. Y la provincia de Buenos Aires como distrito clave en el que todas las hipótesis son válidas, pero las dudas se multiplican a la hora de evaluar (más aún de definir) la oferta electoral de cara a los próximos comicios. Las dos principales coaliciones que dominan el proceso político, el Frente de Todos y Juntos por el Cambio, enfrentan un conjunto de retos tan amplio como convergente: a pesar de la grieta, que sigue dividiendo a la sociedad argentina, existe un denominador común en términos de desafíos inmediatos de cara al proceso electoral de este año. Por eso, no debe sorprender que ambas también enfrenten fuertes disidencias internas respecto de qué hacer con las PASO.
Aún antes de las desconcertantes declaraciones del ministro de Salud de la Nación, Ginés González García, en el sentido de que no estarían dadas las condiciones sanitarias para mantener el calendario electoral como fija la ley a pesar de que, según la supuesta programación de su propia cartera, para esas fechas ya debería estar para entonces vacunada toda la población, los argumentos para justificar aquella reforma eran tan contradictorios como poco convincentes. ¿Acaso surgió en la clase política argentina un súbito y repentino interés por reducir el gasto político? ¿Es de esperar un riesgo sanitario tan elevado dentro de dos trimestres considerando además que países como Bolivia, Chile y Ecuador (no solo Estados Unidos) fueron capaces de organizar elecciones sin que se modificara en absoluto la dinámica de contagios de Covid-19?
Se trata de meras especulaciones electorales: el trauma que generaron las primarias en agosto de 2019 desalienta a quienes detentan cargos ejecutivos, perciben un fuerte desgaste y temen las consecuencias potenciales de que esa pérdida de poder se materialice en votos. Justamente por eso, quienes buscan desplazarlos (dentro y fuera de sus respectivas coaliciones) o incrementar su peso relativo en términos territoriales prefieren mantener las PASO como están. Cuando en la política no se priorizan el funcionamiento y la lógica del sistema, sino el corto plazo y los egoísmos más extremos aparecen esta clase de paradojas: algunos líderes que se ven a sí mismos como moderados o incluso conservadores se inclinan por cambiar las reglas para mejorar su posición personal, mientras que otros que se consideran reformistas y hasta revolucionarios se aferran a mantener el statu quo.
El principal riesgo es que esto termine en una negociación que resulte en otro desatino en términos institucionales: si la conclusión de este embrollo resulta ser que las PASO y la elección general se realizan el mismo día (una suerte de ley de lemas informal) el deterioro para el sistema democrático sería inconmensurable. Los ejemplos son tangibles: tanto en Formosa como en Santa Cruz rigen modelos con estas características.
De todas formas, es bastante conmovedor corroborar que el Gobierno supone que sus medidas económicas desarticuladas e hiperintervencionistas podrían mejorar las perspectivas electorales del oficialismo con apenas un par de meses de diferencia. La evidencia empírica acumulada tanto en la Argentina como en el mundo sugiere que están destinadas irremediablemente al fracaso, en especial los controles de precios y las amenazas de aplicar la ley de abastecimiento. Pero, además, este “morenismo sin Moreno” podría a lo sumo tener algún efecto menor y transitorio al comienzo de su implementación.
Los funcionarios del Frente de Todos deberían pensar en adelantar las elecciones más que en atrasarlas. Excepto que confíen en que el nuevo superciclo de commodities haya llegado para quedarse, como argumentan JP Morgan y otros bancos de inversión, y que pretendan capitalizar las potenciales externalidades positivas en términos electorales que la nueva debilidad del dólar podría generar. Si ese es el caso, deberían acotar su irrefrenable tendencia a acosar política y regulatoriamente a los productores agropecuarios, una maniobra que llega al extremo de hacerlos responsables de la inflación de los alimentos de la canasta básica. Recordemos la historia reciente: con excelentes precios pero un entorno de negocios agresivo e incierto se estancó la producción de granos y cayó el stock de animales. Con peores precios pero un gobierno procampo, hubo cosecha récord y revivió la producción ganadera.
Los potenciales cambios en el impuesto a las ganancias apuntan a seducir a un segmento de trabajadores asalariados que sufren, como toda la economía formal, una presión fiscal asfixiante y que, como ocurrió recientemente en una planta automotriz, carecen de incentivos para trabajar horas extras. ¿Alcanzará para mejorar las pretensiones electorales del oficialismo? Los parches podrán servir por un tiempo: la Argentina necesita una revisión integral de un sistema tributario kafkiano, enrevesado y carísimo de fiscalizar. Para peor, muchas provincias se disponen a avanzar en una contrarreforma de la sancionada en 2017, aumentando las alícuotas de Ingresos Brutos, tal vez el más distorsivo de todos los impuestos. Al intervencionismo extremo y las arbitrariedades se suman los cambios permanentes en las reglas de juego económico para desalentar la inversión.
Lousteau reconoció recientemente que también JxC necesita volver a cautivar votantes que se decepcionaron con la gestión de Macri, y cree que la UCR puede ayudar. Otros dirigentes de la misma coalición hicieron referencias similares. ¿Cómo lograrlo? Apoyar los cambios en el régimen del impuesto a las ganancias puede evitar nuevos desencantos. Pero ¿servirá para recuperar espacio político ayudar a que se sancione un proyecto del FDT? No parece fácil que la principal fuerza de oposición pueda recobrar protagonismo sin una agenda propia que incluya elementos de autocrítica y que permita sostener debates relevantes tanto en los temas estratégicos como en los instrumentales.
El PJ parece encaminado a resolver sus disputas por el liderazgo: Fernández será también presidente del partido, como en su momento lo fueron Menem y Kirchner. Será secundado por un conjunto de líderes provinciales que sintetizan los núcleos de poder más importantes del peronismo en la actualidad: el GBA, el norte y la Patagonia. Quienes analicen en el futuro la singular historia de este movimiento seguramente señalarán que su vieja “columna vertebral” quedó desplazada por un conglomerado heterogéneo y degradado de empleados estatales (federales, provinciales y municipales), movimientos sociales y punteros locales que dependen del gasto público y que no parecen comprender que su supervivencia está perfectamente ligada a que en la Argentina se desarrolle una economía moderna, viable, competitiva e inserta inteligentemente en el mercado mundial.
El principal riesgo es que esto termine en una negociación que resulte en otro desatino en términos institucionales: si la conclusión de este embrollo resulta ser que las PASO y la elección general se realizan el mismo día (una suerte de ley de lemas informal) el deterioro para el sistema democrático sería inconmensurable. Los ejemplos son tangibles: tanto en Formosa como en Santa Cruz rigen modelos con estas características.
De todas formas, es bastante conmovedor corroborar que el Gobierno supone que sus medidas económicas desarticuladas e hiperintervencionistas podrían mejorar las perspectivas electorales del oficialismo con apenas un par de meses de diferencia. La evidencia empírica acumulada tanto en la Argentina como en el mundo sugiere que están destinadas irremediablemente al fracaso, en especial los controles de precios y las amenazas de aplicar la ley de abastecimiento. Pero, además, este “morenismo sin Moreno” podría a lo sumo tener algún efecto menor y transitorio al comienzo de su implementación.
Los funcionarios del Frente de Todos deberían pensar en adelantar las elecciones más que en atrasarlas. Excepto que confíen en que el nuevo superciclo de commodities haya llegado para quedarse, como argumentan JP Morgan y otros bancos de inversión, y que pretendan capitalizar las potenciales externalidades positivas en términos electorales que la nueva debilidad del dólar podría generar. Si ese es el caso, deberían acotar su irrefrenable tendencia a acosar política y regulatoriamente a los productores agropecuarios, una maniobra que llega al extremo de hacerlos responsables de la inflación de los alimentos de la canasta básica. Recordemos la historia reciente: con excelentes precios pero un entorno de negocios agresivo e incierto se estancó la producción de granos y cayó el stock de animales. Con peores precios pero un gobierno procampo, hubo cosecha récord y revivió la producción ganadera.
Los potenciales cambios en el impuesto a las ganancias apuntan a seducir a un segmento de trabajadores asalariados que sufren, como toda la economía formal, una presión fiscal asfixiante y que, como ocurrió recientemente en una planta automotriz, carecen de incentivos para trabajar horas extras. ¿Alcanzará para mejorar las pretensiones electorales del oficialismo? Los parches podrán servir por un tiempo: la Argentina necesita una revisión integral de un sistema tributario kafkiano, enrevesado y carísimo de fiscalizar. Para peor, muchas provincias se disponen a avanzar en una contrarreforma de la sancionada en 2017, aumentando las alícuotas de Ingresos Brutos, tal vez el más distorsivo de todos los impuestos. Al intervencionismo extremo y las arbitrariedades se suman los cambios permanentes en las reglas de juego económico para desalentar la inversión.
Lousteau reconoció recientemente que también JxC necesita volver a cautivar votantes que se decepcionaron con la gestión de Macri, y cree que la UCR puede ayudar. Otros dirigentes de la misma coalición hicieron referencias similares. ¿Cómo lograrlo? Apoyar los cambios en el régimen del impuesto a las ganancias puede evitar nuevos desencantos. Pero ¿servirá para recuperar espacio político ayudar a que se sancione un proyecto del FDT? No parece fácil que la principal fuerza de oposición pueda recobrar protagonismo sin una agenda propia que incluya elementos de autocrítica y que permita sostener debates relevantes tanto en los temas estratégicos como en los instrumentales.
El PJ parece encaminado a resolver sus disputas por el liderazgo: Fernández será también presidente del partido, como en su momento lo fueron Menem y Kirchner. Será secundado por un conjunto de líderes provinciales que sintetizan los núcleos de poder más importantes del peronismo en la actualidad: el GBA, el norte y la Patagonia. Quienes analicen en el futuro la singular historia de este movimiento seguramente señalarán que su vieja “columna vertebral” quedó desplazada por un conglomerado heterogéneo y degradado de empleados estatales (federales, provinciales y municipales), movimientos sociales y punteros locales que dependen del gasto público y que no parecen comprender que su supervivencia está perfectamente ligada a que en la Argentina se desarrolle una economía moderna, viable, competitiva e inserta inteligentemente en el mercado mundial.
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