En 2013, Parisa Ahmadi fue aceptada por una organización privada que ofrecía cursos gratuitos de Internet y redes sociales y que, además, le pagaba una beca para solventar sus gastos personales mientras estudiaba.
El problema era simple. Parisa no contaba con una cuenta bancaria y, para acceder a una, debía obtener el permiso de su padre o sus hermanos varones, los cuales se oponían a que ella estudiara más de lo que había aprendido en el Colegio Hatifi de Herat en Afganistán.
No eran épocas de talibanes, pero las mujeres sufrían una discriminación injusta que el mundo occidental dejó atrás hace tiempo. La solución que encontraron fue Bitcoin, esa moneda digital que empezaba a dar sus primeros pasos y que no podía ser censurada, ni siquiera por motivos religiosos.
Así lo cuentan Paul Vigna y Michael J. Casey, un amigo de la casa, en su gran libro “La era de las criptomonedas”. En él, cuentan, además, las vicisitudes que tuvo que pasar en 2009 uno de los autores cuando dejó Argentina después de vivir 6 años y medio en el país e intentó transferir a Estados Unidos los dólares obtenidos por la venta de un inmueble.
Lamentablemente Bitcoin recién había sido creada por Satoshi Nakamoto y transferir valor sin pedir permiso a través de las fronteras no era tan simple como ahora.
Es una lección que tal vez aprendan los talibanes, a quienes Joe Biden acaba de incautar las reservas de oro que Afganistán mantiene en la Reserva Federal de Nueva York desde 1939. Es la misma sanción que había sido aplicada por Bill Clinton en 1999.
Quien sí parece haber aprendido es BlackRock, el fondo de inversión más grande del mundo (muy conocido por estas pampas, lamentablemente). La semana pasada se supo que en su balance cuenta con casi US$ 400 millones en acciones de Marathon Digital Holdings y Riot Blockchain, dos compañías dedicadas al minado de Bitcoin.
Esa sea posiblemente una de las causas detrás del reciente aumento en el precio de las criptomonedas. Cada vez que una empresa de ese calibre invierte en criptoactivos, sus precios suelen enterarse.
Más difícil será entender el efecto que tendrá la reciente compra de un NFT que hizo Visa por aproximadamente US$ 150.000. El de los Tokens No Fungibles es un mundo difícil de entender, pero claramente su revolución dista bastante de estar terminada.
Malas noticias desde la SEC
Quien no se anda con vueltas es un conocido de esta columna, Gary Gensler, flamante director de la Securities and Exchange Commision (SEC).
En una entrevista para la cadena Fox explicó que los proyectos DeFi (“Finanzas Descentralizadas”, por sus siglas en inglés) en realidad suelen estar bastante centralizados y que probablemente deban caer bajo el espectro regulatorio del organismo que él dirige.
Comentó: “No importa cuan descentralizados digan que son (…) No solo hay muchas personas detrás de esas plataformas escribiendo el software, sino que además existen sistemas de gobernanza (…) Deberían registrarse con la SEC para ser regulados”.
Ese pareciera ser el camino elegido por los reguladores. Por más que los sistemas DeFi se autodenominen como “descentralizados”, siempre hay alguien detrás sosteniendo las plataformas. No registrarse implicaría que estarían incumpliendo la ley.
Son malas noticias para el ecosistema desde las oficinas de Gensler y tal vez no sean las únicas que hayan ocurrido en estos días.
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