Haruki Murakami vuelve al cuento en su nuevo libro
Primera persona del singular despliega su particular tono onírico y misterioso
Leland Cheuk
En Primera persona del singular, la nueva colección de cuentos de Haruki Murakami(Kioto ,1949), uno de sus típicos hombres de ficción observa que “el mundo puede darse vuelta, depende de la manera en que uno lo mire. De la manera que un rayo de sol al caer sobre algo puede trocar la sombra en luz o la luz en sombra. Algo positivo se vuelve negativo, lo negativo positivo”. El pasaje logra condensar el engañoso y simple estilo de surrealismo que le ha granjeado a la obra del escritor japonés millones de lectores alrededor del planeta. Esta nueva colección de cuentos (después de ejemplos más extensos, como
Sauce ciego, mujer dormida) logrará satisfacer a sus lectores acérrimos, pero también puede servir muy bien como introducción para los neófitos, desde el momento que preserva ecos de los asombrosos argumentos de su trabajo anterior.
En “Flor y nata”, la segunda historia de la colección, un joven enamorado va a un recital de piano que tiene lugar en las montañas de Kobe solo para encontrarse que no hay ahí nadie. En perturbadores episodios que podrían salir de un relato de Flannery O’Connor, se encuentra con un auto que transmite un mensaje cristiano anunciando que todo el mundo morirá y será severamente juzgado por sus pecados, antes de toparse con un anciano que simplemente termina por hablar, entre otras cosas, de “un círculo con muchos centros”. Ya en novelas como La caza del carnero salvaje (1982, reeditada hace poco en español) o Los años de peregrinación del chico sin color (2013), Murakami había recurrido a ese simple argumento: un ordinario urbanita se traslada a un área rural en búsqueda de respuestas, solo para encontrarse con más preguntas.
Sauce ciego, mujer dormida) logrará satisfacer a sus lectores acérrimos, pero también puede servir muy bien como introducción para los neófitos, desde el momento que preserva ecos de los asombrosos argumentos de su trabajo anterior.
En “Flor y nata”, la segunda historia de la colección, un joven enamorado va a un recital de piano que tiene lugar en las montañas de Kobe solo para encontrarse que no hay ahí nadie. En perturbadores episodios que podrían salir de un relato de Flannery O’Connor, se encuentra con un auto que transmite un mensaje cristiano anunciando que todo el mundo morirá y será severamente juzgado por sus pecados, antes de toparse con un anciano que simplemente termina por hablar, entre otras cosas, de “un círculo con muchos centros”. Ya en novelas como La caza del carnero salvaje (1982, reeditada hace poco en español) o Los años de peregrinación del chico sin color (2013), Murakami había recurrido a ese simple argumento: un ordinario urbanita se traslada a un área rural en búsqueda de respuestas, solo para encontrarse con más preguntas.
280 PÁGINAS
1790 $
El espectro de la mortalidad se cierne de manera todavía mayor en Primera persona del singular que en el resto de los libros de Murakami. En los cuentos que reviven incidentes definitorios de la juventud del narrador, los personajes de Murakami ya ni se preguntan de qué otra manera podría haber sido todo.
En vez de eso, anticipan el camino más corto que se entrevé adelante, como sucede en este pasaje elegíaco de “Áspera piedra, fría almohada”: “Resulta enigmático que envejezcamos en lo que dura un parpadeo, que todo parezca tan breve y que no haya marcha atrás, que cada momento sea un paso más hacia la decadencia, la ruina y la extinción (o tal no haya en ello nada de enigmático precisamente). El lapso que dura un parpadeo basta para que una cantidad ingente de cosas transite del ámbito de la existencia al de la inexistencia, arrastradas como hojas de otoño por el viento frío de medianoche, sin dejar detrás de sí vestigio alguno, solo recuerdos difusos en cuya imagen uno no puede confiar –y esto le sucede tanto a lo que tiene nombre como a lo que carece de él–. Llego a preguntarme incluso si es posible comprender qué ocurrió entre ella y yo aquella noche, qué tipo de lazo nos unió”.
En el ensayo-relato “Antología poética de los Yakult Swallows de Tokio”, Murakami escribe sobre cómo le gusta ir al estadio de Jingu a ver a su equipo favorito de béisbol; incluso él mismo publicó por sí mismo un libro de poesía sobre ese equipo años antes de dar a luz su primeriza La caza
del carnero salvaje. Su intenso amor por la experiencia del hincha de béisbol revela cómo un Murakami más maduro, a sus setenta años, ve el paso del tiempo en relación con sus logros a nivel mundano.
“Naturalmente, puestos a elegir –dice Murakami que en otros de sus libros, De qué hablo cuando hablo de correr, escribió sobre su afición por el aerobismo– me inclino porque ganen los Swallows, pero no es algo que me importe demasiado. El valor del tiempo que paso allí no depende del resultado que muestre el final del marcador. El valor de las horas y los minutos es intrínseco a ellos, y también es responsabilidad de uno dialogar con el paso del tiempo para que este sea benévolo y le otorgue buenos recuerdos que llevarse. Esto es, sin duda, lo más importante”.
El espectro de la mortalidad se cierne de manera todavía mayor en Primera persona del singular que en el resto de los libros de Murakami. En los cuentos que reviven incidentes definitorios de la juventud del narrador, los personajes de Murakami ya ni se preguntan de qué otra manera podría haber sido todo.
En vez de eso, anticipan el camino más corto que se entrevé adelante, como sucede en este pasaje elegíaco de “Áspera piedra, fría almohada”: “Resulta enigmático que envejezcamos en lo que dura un parpadeo, que todo parezca tan breve y que no haya marcha atrás, que cada momento sea un paso más hacia la decadencia, la ruina y la extinción (o tal no haya en ello nada de enigmático precisamente). El lapso que dura un parpadeo basta para que una cantidad ingente de cosas transite del ámbito de la existencia al de la inexistencia, arrastradas como hojas de otoño por el viento frío de medianoche, sin dejar detrás de sí vestigio alguno, solo recuerdos difusos en cuya imagen uno no puede confiar –y esto le sucede tanto a lo que tiene nombre como a lo que carece de él–. Llego a preguntarme incluso si es posible comprender qué ocurrió entre ella y yo aquella noche, qué tipo de lazo nos unió”.
En el ensayo-relato “Antología poética de los Yakult Swallows de Tokio”, Murakami escribe sobre cómo le gusta ir al estadio de Jingu a ver a su equipo favorito de béisbol; incluso él mismo publicó por sí mismo un libro de poesía sobre ese equipo años antes de dar a luz su primeriza La caza
del carnero salvaje. Su intenso amor por la experiencia del hincha de béisbol revela cómo un Murakami más maduro, a sus setenta años, ve el paso del tiempo en relación con sus logros a nivel mundano.
“Naturalmente, puestos a elegir –dice Murakami que en otros de sus libros, De qué hablo cuando hablo de correr, escribió sobre su afición por el aerobismo– me inclino porque ganen los Swallows, pero no es algo que me importe demasiado. El valor del tiempo que paso allí no depende del resultado que muestre el final del marcador. El valor de las horas y los minutos es intrínseco a ellos, y también es responsabilidad de uno dialogar con el paso del tiempo para que este sea benévolo y le otorgue buenos recuerdos que llevarse. Esto es, sin duda, lo más importante”.
352 PÁGINAS
1410 $
El cuento que le da título a la colección, con sus tintes kafkianos, es el más poderoso por su notable sentido de la oportunidad. Un hombre que casi siempre se viste de manera casual decide ponerse esta vez un traje. Cuando se mira en el espejo, siente un inexplicable sensación de culpa, como una persona que “adorna y decora su currículum cual pastel de boda”, que sabe que está mal, pero no puede evitarlo. Va a un bar donde es abordado por una mujer que le cuenta que es la amiga de una amiga y que ella sabe de la cosa “horrible, tremenda” que él le hizo y que debería estar avergonzado de sí mismo. El narrador no reconoce a la mujer y no tiene ningún recuerdo de lo que podría haber hecho. Resulta difícil para el lector no pensar en el movimiento #MeToo y la cantidad de hombres poderosos que parecen tener tantos problemas para recordar sus malos comportamientos.
La historia puede también ser leída a la luz de cómo Murakami puede haber experimentado la crítica feminista de su trabajo en años recientes, muy particularmente la de la autora Mieko Kawakami (autora de la conocida novela Pechos y huevos) que en una entrevista le señaló que la mayoría de sus personajes femeninos parecen existir como objetos sexuales y/o catalizadores de la autorrealización de sus protagonistas masculinos. De hecho, esa debilidad puede rastrearse en estos relatos. “Carnaval” empieza en ese sentido de manera poco auspiciosa: “Era la mujer más fea que he visto en mi vida. Tal vez se trate de un juicio parcial, puesto que deben de pulular por el mundo muchas otras más feas aún que ella, aunque cueste creerlo, pero si me atengo a aquellas con las que he entablado algún tipo de relación, por endeble que fuera, ella se lleva, desde luego, el premio”. Unas pocas páginas después, el narrador señala de una mujer que tiene unos grandes lóbulos “preciosos”: las orejas femeninas son una de las persistentes y peculiares fijaciones de Murakami. Los ocho relatos de Primera persona del singular –todos narrados, como indica el título, en esa persona gramatical– son Murakami en estado puro. Ya sea que hable de simios (“Confesiones de un mono de Shinagawa”) o dedique reverenciales pasajes al saxofonista de jazz Charlie Parker (“Charlie Parker Plays Bossa Nova”) o a los álbumes de los Beatles (“With The Beatles”), la colección no explora ningún camino nuevo, pero sí ayudará a los lectores a recordar porqué se tiene a los libros de Murakami por tan singulares.
http://indecquetrabajaiii.blogspot.com.ar/. INDECQUETRABAJA
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