Los días en que volvemos a empezar son especiales. Ese hacer que nos lleva a juntar todo lo usado y recomenzar. De una u otra forma lo hacemos desde que nacemos, y a lo largo de la vida los nuevos primeros pasos debieran ser una bendición, aunque nos cueste reconocerlo.
Siempre me gustó salir a caminar con un frugal menú dentro de mis bolsillos. A veces me siento cautivo con una mochila o un canasto, como si la comida que debo producir fuera más importante que lo que verdaderamente quiero comer. Además, al terminar, lo único que debo limpiar es mi cuchillo, que vuelve al bolsillo o al cinturón.
En los bolsillos de mi viejo saco forrado en lana llevaba un pequeño cuchillo de tornear, un limón, una cebolla, un ramo de perejil y un ovillito de hilo de algodón grueso. El estuche de cuero del cuchillo sostenía dos pequeñas cápsulas de madera con sal de mar y pimienta molida.
Todo empezó el día después, cuando el amor había terminado. O al menos había anunciado su fin en las fronteras de un bello abrazo la tarde antes. Ella comenzó a alejarse y regresó a darme un beso suave en los labios que duró un poco más de lo necesario. Lejos del deseo, aquel beso contenía todas las cosas buenas que habíamos sido juntos.
Nunca supe si aquella pasión había llegado a su fin o si fue entonces cuando comenzó. Una comezón apacible que abarcaba cada hora del día. Ella me había dejado un aura de esplendor intangible que me conducía a una suave luz que me recordaba a lo largo del día que algo había cambiado.
Jalil Gibran escribió: El verdadero amor se conoce en la despedida. Esa tarde caminé hasta el río, que en el llano del valle se movía apacible, lejos de los remolinos y las pequeñas cascadas que conocía en detalle, desde sus nacientes hasta el lago. El agua mansa y bondadosa parecía coincidir con mi nueva soledad. Como si fuéramos amigos de siempre. No la extrañaba, pero día a día fue entrando en valor todo lo que habíamos hecho juntos, todos aquellos años ahora se arraigaban dentro de mí como un pacto de hermoso silencio.
Sentía una inmensa paz, la soledad me apetecía, la necesitaba. Lejos de sentir un vacío, me sentía colmado por ella. Ni siquiera eran recuerdos o nostalgia. Más bien, un desborde adorado que abrazaba lo pasado. Quizá fuera solo mío.
Al llegar a mi lugar preferido comencé a pescar, el fin de la tarde de verano parecía ayudarme con las luces tenues, y la mosca seca que logré tirar una y otra vez casi sobre la otra orilla desfilaba como un elegante vestido, flotando hacia mí mientras la recogía una y otra vez.

Un pequeño borbollón me hizo saber que una trucha la había tomado. Un instante después comencé a recoger hasta que la saqué del agua. Una linda fontinalis sería una deliciosa comida. Comencé a juntar palos caídos para encender un fuego y caminé hasta el enorme sauce para sacar una ramita verde que utilicé para ensartar mi trucha y cocinarla sobre el fuego.
Una vez limpia utilicé rodajas de limón y cebolla para rellenar su cavidad y cubrir sus lados atándola con hilo. La cociné sobre del fuego y la comí con las manos sobre una piedra enorme que hizo de mesa.
Quizá crecer nos haga menos inseguros y nos dé un poco de sabiduría como para aprender que la unión entre las personas que a veces son muy profundas, se termina.
Algo había terminado, pero dentro mío los vestigios eran un sólido muro en aquella despedida. Los dos habíamos dejado un enorme espacio común, muy luminoso, y lejos de la oscuridad, cerramos la puerta muy juntos con suavidad, con mutua y celebrada admiración.
F. M.
Una vez limpia utilicé rodajas de limón y cebolla para rellenar su cavidad y cubrir sus lados atándola con hilo. La cociné sobre del fuego y la comí con las manos sobre una piedra enorme que hizo de mesa.
Quizá crecer nos haga menos inseguros y nos dé un poco de sabiduría como para aprender que la unión entre las personas que a veces son muy profundas, se termina.
Algo había terminado, pero dentro mío los vestigios eran un sólido muro en aquella despedida. Los dos habíamos dejado un enorme espacio común, muy luminoso, y lejos de la oscuridad, cerramos la puerta muy juntos con suavidad, con mutua y celebrada admiración.
F. M.
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