El aniversario de la patria
Cuando se cumple hoy el 209° aniversario de la Revolución de Mayo, distintas actividades previstas en todo el país por instituciones públicas y privadas intentan, una vez más y con no poco esfuerzo, poner esta fecha en el lugar más alto de la consideración ciudadana.
Se trata, nada más ni nada menos que de conmemorar la gesta revolucionaria de Mayo de 1810. Por distintas razones, en nuestro país se ha ido perdiendo el fervor ciudadano por este tipo de celebraciones. Estamos atravesando una etapa difícil en lo económico y social. Agobiados por una diversidad de problemas, muchos ciudadanos sienten que no tienen nada para celebrar. Los frentes de las casas carecen de banderas y se organizan menos reuniones alusivas.
Las divisiones en materia política se ven proyectadas en las calles. La falta de acuerdos no solo predomina entre la dirigencia. También entre la gente común que, cansada de las peleas de quienes debieran dar el ejemplo, prefiere llamarse a silencio, alejarse de la vorágine y dejar pasar ocasiones que deberían servir para encontrarnos juntos.
En ese contexto debieran ubicarse los festejos por el 25 de Mayo: tomarlos como una enorme oportunidad para el reencuentro de los argentinos. En varias localidades del interior del país, donde las tradiciones se afincan con más fuerza que en las grandes ciudades, se preparan para hoy desfiles de alumnos de escuelas, gauchescos y militares. Los bomberos voluntarios, instituciones policiales y organizaciones de la sociedad civil se suman a esas celebraciones cuyo motor principal no es el despliegue de recursos, la competencia ni la vanidad, sino la conciencia de la magnitud de la fecha que transitamos.
Temerarios han sido los años del kirchnerismo en el poder, con su nefasta apropiación de las fiestas cívicas en beneficio partidario. Lamentables han sido las arengas viciadas de propaganda política de todos aquellos años.
El recuerdo de la gesta de Mayo no es propiedad de ningún partido político. Tampoco deberá serlo este año. Se espera el mayor de los respectos y de los cuidados de parte de los gobiernos que para esta fecha han previsto actos políticos, de campaña o inauguraciones de obras que nada tienen que ver con el objetivo de la celebración que nos convoca.
Hemos perdido mucho tiempo reverenciando personalismos y no aquella memoria colectiva de nuestra independencia, de nuestra emancipación.
Los actos de conmemoración de nuestra soberanía tampoco deben quedar atados a la coyuntura, a interpretaciones retorcidas o depender de las manipulaciones históricas de una dirigencia trasnochada.
En un momento como el que estamos viviendo se impone, todavía con más criterio y fuerza, deponer las más mínimas diferencias en pro del bien común. Recordar a los héroes de Mayo solo cada 365 días cuando nos lo recuerda el almanaque no es sinónimo de asumir el compromiso constante de mantenerlos vivos en nosotros como faro permanente, a la hora de definir el rumbo de nuestro país o de enderezarlo cuando hiciera falta.
Somos lo que somos por nuestro pasado, por nuestras gestas. Hacerles honor debería ser un sentimiento tan natural como espontáneo. Mirar hacia atrás sirve para ver el camino recorrido sin anclarnos en viejas rencillas y enfrentamientos. El desafío es construir la concordia y la paz para nuestros hijos. Solo así podremos proyectar un futuro compartido. Frente a las graves dificultades que transitamos potenciaremos nuestras capacidades con la unión de todos los argentinos.
Se trata, nada más ni nada menos que de conmemorar la gesta revolucionaria de Mayo de 1810. Por distintas razones, en nuestro país se ha ido perdiendo el fervor ciudadano por este tipo de celebraciones. Estamos atravesando una etapa difícil en lo económico y social. Agobiados por una diversidad de problemas, muchos ciudadanos sienten que no tienen nada para celebrar. Los frentes de las casas carecen de banderas y se organizan menos reuniones alusivas.
Las divisiones en materia política se ven proyectadas en las calles. La falta de acuerdos no solo predomina entre la dirigencia. También entre la gente común que, cansada de las peleas de quienes debieran dar el ejemplo, prefiere llamarse a silencio, alejarse de la vorágine y dejar pasar ocasiones que deberían servir para encontrarnos juntos.
En ese contexto debieran ubicarse los festejos por el 25 de Mayo: tomarlos como una enorme oportunidad para el reencuentro de los argentinos. En varias localidades del interior del país, donde las tradiciones se afincan con más fuerza que en las grandes ciudades, se preparan para hoy desfiles de alumnos de escuelas, gauchescos y militares. Los bomberos voluntarios, instituciones policiales y organizaciones de la sociedad civil se suman a esas celebraciones cuyo motor principal no es el despliegue de recursos, la competencia ni la vanidad, sino la conciencia de la magnitud de la fecha que transitamos.
Temerarios han sido los años del kirchnerismo en el poder, con su nefasta apropiación de las fiestas cívicas en beneficio partidario. Lamentables han sido las arengas viciadas de propaganda política de todos aquellos años.
El recuerdo de la gesta de Mayo no es propiedad de ningún partido político. Tampoco deberá serlo este año. Se espera el mayor de los respectos y de los cuidados de parte de los gobiernos que para esta fecha han previsto actos políticos, de campaña o inauguraciones de obras que nada tienen que ver con el objetivo de la celebración que nos convoca.
Hemos perdido mucho tiempo reverenciando personalismos y no aquella memoria colectiva de nuestra independencia, de nuestra emancipación.
Los actos de conmemoración de nuestra soberanía tampoco deben quedar atados a la coyuntura, a interpretaciones retorcidas o depender de las manipulaciones históricas de una dirigencia trasnochada.
En un momento como el que estamos viviendo se impone, todavía con más criterio y fuerza, deponer las más mínimas diferencias en pro del bien común. Recordar a los héroes de Mayo solo cada 365 días cuando nos lo recuerda el almanaque no es sinónimo de asumir el compromiso constante de mantenerlos vivos en nosotros como faro permanente, a la hora de definir el rumbo de nuestro país o de enderezarlo cuando hiciera falta.
Somos lo que somos por nuestro pasado, por nuestras gestas. Hacerles honor debería ser un sentimiento tan natural como espontáneo. Mirar hacia atrás sirve para ver el camino recorrido sin anclarnos en viejas rencillas y enfrentamientos. El desafío es construir la concordia y la paz para nuestros hijos. Solo así podremos proyectar un futuro compartido. Frente a las graves dificultades que transitamos potenciaremos nuestras capacidades con la unión de todos los argentinos.
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