domingo, 12 de mayo de 2019

HISTORIAS PARA RECORDAR,....ZUM EDELWEISS


El restaurante que abrió antes que el Teatro Colón y es un clásico que cautiva
Zum Edelweiss se inauguró en 1907; logró notoriedad y mantenerse de la mano de artistas, políticos y juristas
El elegante salón, que recibe clientes hasta la madrugada
Fue, y es, el restó tradicional elegido por celebridades locales e internacionales, políticos y juristas. Y tanto por los espectadores de las salas de la calle Corrientes como por los amantes de la ópera y el ballet que asisten a las galas del cercano Teatro Colón. Todos saben que, aun entrada la madrugada, las puertas estarán abiertas y la cocina humeante esperándolos. Zum Edelweiss es de esos reductos que forman parte de la postal. Su historia lo convirtió en un ineludible de los amantes de la cocina exquisita. Y también, de aquellos que bucean en la historia de la ciudad.
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“Esta casa se inauguró en 1907 y popularmente se la denomina ‘el clásico del Colón’, aunque abrió sus puertas antes que el teatro”, explica Bruno Masciarelli, quien, a sus 32 años, es integrante de la cuarta generación al frente del emprendimiento familiar iniciado por su bisabuelo, quien adquirió el tradicional restaurante a sus propietarios primigenios. “El fundador fue un suizo-alemán que impuso los sabores de su tierra al menú original”, rememora el más joven de los responsables del lugar. Pensar en esta emblemática cervecería es pensar, indisolublemente, en la cocina alemana, aunque su carta también abreva en los sabores criollos y contemporáneos, conformando una mixtura clásica e irreverente al mismo tiempo.
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Emplazado en el corazón del barrio de San Nicolás, nació sobre la calle Cerrito, frente al Teatro Colón. Pero, a partir del ensanche de la avenida 9 de Julio, en la década de 1930, se produjo el traslado al solar definitivo, que se convirtió en un mojón de la vida gastronómica, social y cultural de Buenos Aires. La persiana de Libertad 431 se levantó por primera vez en 1933. Aún faltaban tres años para que, a escasos cien metros, se inaugurara el Obelisco. “Está igual desde entonces. El edificio requiere mucho mantenimiento, pero los clientes nos piden que no cambiemos nada”, confiesa Masciarelli. Ese “no cambiar nada” tiene que ver con el magnífico mobiliario, compuesto por una barra increíblemente extensa que hace juego con la boiserie que construye una unidad visual en los dos amplios salones. También, con una heladera de puertas de madera típica de un tiempo que ya no es detrás del mostrador. Y con una serpentina de 250 metros de largo que expende la sabrosa cerveza que caracteriza al local. Las sillas Thonet originales son una fiesta para los nostálgicos.
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Los visitantes pueden recorrer las paredes y descubrir un programa original del Teatro Colón de comienzos de siglo pasado con la publicidad del lugar impresa como auspicio; las magníficas pinturas que conforman las muestras rotativas que se renuevan cada cinco meses, y el original de Carlos Páez Vilaró, toda una joya que seduce: “En 1980, Carlos le pidió matrimonio a su mujer en uno de nuestros reservados. Y ella aceptó. Al año siguiente, nos regaló esa obra que pintó en una de las habitaciones del Alvear Palace Hotel”, dice el orgulloso propietario. Arañas típicas y vitrales, cortinas que parecen telones y anaqueles originales con bebidas espirituosas dan el marco perfecto para adentrarse en la aventura. “Esto es un viaje en el tiempo”, sostiene Masciarelli.
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El frente de la calle Libertad se conserva con sus letras de neón tradicionales, que pueden ser percibidas desde Corrientes. El alero de tejas y las vidrieras rigurosamente tapadas por cortinas no permiten curiosear hacia dentro del solar, de atmósfera salzburguesa. Es que allí dentro, juristas reconocidos, celebridades y políticos desean degustar sus platos preferidos en intimidad. “Edelweiss está atendido por una familia; hay mozos que llevan 40 años trabajando acá y los clientes son de toda la vida. Por eso el trato es tan cálido y coloquial”, dice el encargado. Sorprende observar cómo los mozos se abrazan con los clientes y hasta saludan con un beso a las damas.
Celebridades de aquí y de allá han poblado Edelweiss. “Plácido Domingo cantó arriba de las mesas luego de haber actuado en el Colón. Alberto Olmedo venía todas las noches. No bien entraba, la gente lo comenzaba a saludar. Se detenía en cada mesa. Tardaba media hora hasta llegar a la suya, que estaba al fondo, donde lo solían esperar con paciencia Hugo Sofovich, Tato Bores y Cacho Fontana”, rememora Santiago Masciarelli, padre de Bruno y tercera generación al frente del local.
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Los famosos suelen elegir las mismas mesas. Cerca de la entrada se encuentra el “corralito”, un espacio cercado con sogas con una mesa vip. Susana Giménez es una de las comensales que suelen sentarse allí. Enrique Pinti es el único actor que tuvo, durante años, su mesa siempre reservada. Jacqueline Bisset o Dyango son algunos de los nombres internacionales que recuerdan los propietarios del lugar. No se privan de reconocer, con orgullo indisimulable, que los ilustres artistas de la música Martha Argerich y Daniel Barenboim son clientes asiduos cada vez que les toca presentarse sobre el escenario del primer coliseo de la lírica. Los políticos también dieron, y dan, el presente. Todos los presidentes constitucionales desde la instauración democrática de 1983 han disfrutado de los sabores del calórico menú, pero, curiosamente, ninguno lo hizo estando al frente del Poder Ejecutivo.
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Su cercanía con la teatral avenida Corrientes hace que muchos artistas lo elijan como su lugar para la cena posfunción. Lo mismo sucede con los espectadores. Cuando el Teatro Colón ofrece galas de ballet u ópera, es todo un espectáculo ver llegar caminando a los melómanos de etiqueta o vestido largo. Al mediodía la cosa cambia: con la luz diurna en la vereda abundan el traje sastre para ellas, y el saco y la corbata para ellos. La cercanía con el Palacio de Justicia acerca a juristas que se mezclan con empresarios y turistas.
P. M. 

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