martes, 14 de mayo de 2019

LECTURA RECOMENDADA,


Agua verde, cielo verde, de Mavis Gallant
Dos mujeres, en la senda de Henry James

En una entrevista, pocos años atrás, Margaret Atwood contaba que los autores de su generación tuvieron la ventaja, frente a los que los precedieron, de poder publicar, aunque más no fuera en tiradas modestas, en su Canadá natal. Antes, agregaba la creadora de El cuento de la criada, el mercado de su país se interesaba tan poco en los escritores que estos daban a conocer sus libros directamente en el exterior, en Estados Unidos, pero también en Europa, y apenas llegaban a circular en su ámbito natural.
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Mavis Gallant (Montreal, 1922-París, 2004), una de las narradoras previas a Atwood y a Alice Munro, tal vez sea el ejemplo más notorio de ese desfase. Nació en Quebec y firmaba con apellido galo (lo adoptó después de un temprano y breve matrimonio con un músico),aunque escribía en inglés, su idioma materno. Tuvo un exitoso paso por el periodismo, pero antes de cumplir los treinta decidió expatriarse para dedicarse solo a la literatura. A comienzos de los años cincuenta se instaló en París, donde llevó hasta el final una vida sin muchos aspavientos.
No sería absurdo proponer un ligero paralelo sentimental con Julio Cortázar: como el argentino, Gallant se autoexilió en la capital francesa durante la posguerra, con la moda existencialista de fondo (algo que figura en varias de sus ficciones) y fue, por sobre todo, una cuentista notable. Su prestigio vino de la mano de The New Yorker, la revista que moldeó más de un estilo. El suyo, de todos los escritores que pasaron por esas páginas, fue el deudor más directo de las ambigüedades formidables de Henry James. Buena parte de sus relatos son extensos, elaborados y de un cosmopolitismo a contramano. En "Baum, Gabriel (1935-?)", incluido en la antológica Paris Stories, aparecen nombradas con conocimiento de causa Buenos Aires, pero también Rosario y Santa Fe.
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La canadiense escribió más de un centenar de cuentos, y apenas dos novelas, una versión extendida, aunque de estructura más clásica, de la forma en que fue maestra secreta. El aura de los cuentos, a pesar de las influencias, era inimitable. En Agua verde, cielo verde (1959), la primera de las novelas, en cambio, la impronta de James, estadounidense transplantado en Inglaterra, está bien a la vista, como si Gallant lo hubiera tomado como escudero ante el desafío del formato desconocido.
El libro tiene como protagonistas a una madre y una hija instaladas en Europa. Bonnie decidió dejar Estados Unidos después de su divorcio. Ahogada por la presión de su progenitora, Flor McCarthy, la hija, recuerda en algo a Daisy Miller, aunque en versión depresiva. Prefiere pasar el verano en París con los postigos cerrados mientras Bonnie parte a la playa, su marido (el mejor que pudieron conseguir) la deja por el resto de la temporada y otra americana, tan desorientada como ella pero extrovertida, insiste en visitarla. Esa zona de la historia se parece como un calco a uno de los mejores cuentos de Gallant, pero el tranco espacial de la novela permite acercarse al personaje de Flor (y de Bonnie) de manera facetada. Hay más de una óptica, que excede la prolija narración en tercera persona. Al comienzo, en Venecia (he ahí la sombra distante de Los papeles de Aspern), el relato se contagia de la mirada de Georgie, el primo menor. Más adelante -mientras progresa la cronología y el escenario cambia a París y Cannes- el punto de vista ancla en otros personajes subrepticios, como el inefable Wishart, que se hacía "pasar por un caballero británico en Estados Unidos, donde vivía, y por un estadounidense harto decente cuando viajaba a Inglaterra".
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Lo que distingue novela de relato, para Galland, es esa mirada móvil que enhebra la historia. Agua verde, cielo verde -bella, triste e irónica- termina por ser así la obra de una artista precisa que descubre que ese género ajeno, en el que apenas reincidiría, no difiere tanto del cuento largo, bien elaborado, su gran marca de agua.

Agua verde, cielo verde
Por Mavis Gallant
Impedimenta. Trad.: Miguel Ros González188 págs./ $ 1100

P. B. R.

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