miércoles, 8 de mayo de 2019
MANUSCRITOS,
A correr, que la vida está en otra parte
Cuando Henry David Thoreau agonizaba en su lecho de muerte, un amigo le preguntó si ya podía ver "la costa más lejana". La respuesta combinó dosis parejas de sabiduría y pragmatismo: "Una vida por vez", susurró el filósofo de Nueva Inglaterra. Durante toda su existencia, este discípulo de Emerson cuyos escritos inspirarían a Gandhi había vivido bajo la premisa del despojamiento. En verdad llevaba en sí la sed de los místicos y lo quería todo, pero sabía que cuanto menos tuviera, más cerca estaría de alcanzarlo. Por eso en julio de 1845 se internó en los bosques de Walden, donde vivió dos años, dos meses y dos días en una pequeña cabaña con la intención de afrontar "solo los hechos esenciales de la vida". Su testimonio esWalden, un libro quizá más vigente que nunca.
"Una cosa por vez", sería la enseñanza de Thoreau en estos tiempos demultitasking. No ha de existir hoy un consejo más difícil de seguir. Cableados como estamos a la matrix, el mundo entero, con su historia incluida, nos quema en la palma de la mano reclamándonos una atención que entregamos sin remedio ni beneficio de inventario. Por supuesto, no se trata del mundo real, que quedó relegado, sino de un sucedáneo donde lo existente ha sido traducido a un fulgor continuo que adopta la forma del deseo y cambia constantemente a golpes nerviosos de pulgar. Sin embargo, esa abundancia que nunca colma ha empezado a provocar un cansancio que, más que en el cuerpo, se aloja en el alma.
Los síntomas del hartazgo son cada vez más frecuentes. El más reciente se conoció esta semana. Una encuesta de la consultora Deloitte reveló que la mitad de los usuarios de servicios de streaming sienten angustia o ansiedad ante la oferta interminable de contenido que existe en las plataformas. Frente a esa multiplicación virtualmente infinita de alternativas, estos usuarios no acaban de decidirse por alguna y son presa de un sentimiento de frustración. En muchos casos, estas personas surfean por decenas o centenas de opciones sin hacer clic en ninguna de ellas. Así, lo que iba a ser el disfrute de una película o una obra musical acaba convirtiéndose en una deriva sin fin, una búsqueda agónica que no termina de resolverse y que cifra en sí misma la verdadera naturaleza de nuestra relación con la web.
Me ha sucedido más de una vez. Por lo general, durante esos viernes en los que no solo acaba el día sino también una semana brava que, tras llegar a casa del diario bien entrada la noche, me pasa la factura toda junta. Al filo de la medianoche prendo la tele sin entusiasmo, apenas para confirmar que hay vida después del trabajo. Voy a Netflix y me lanzo a un viaje a través de las series y películas que ofrece la home. Cuando me quiero dar cuenta ha pasado más de una hora, ya es tarde para empezar a ver algo y demasiado temprano como para entregarme al sueño tal como lo ha hecho mi mujer, que evidentemente se ha cansado de mi indecisión y ha cerrado los ojos sin queja, de modo que sigo de exploración, solo en el universo, convertido en un zombi que ha perdido hasta la capacidad de detenerse, pero consciente en el fondo de que cuando lo haga me invadirá, sí, la frustración del que ha arruinado lo que iba a ser una sencilla fiesta.
¿Por qué seguí buscando y no me detuve cuando, a poco de entrar en Netflix, di con algunas películas que me parecieron prometedoras? La culpa es mía, no de la plataforma. Me ganó un síndrome hoy muy extendido que lleva el nombre de una vieja y buena novela de Milan Kundera: la vida está en otra parte. Ante la oferta inabarcable, nos carcome la sospecha de que nos estamos perdiendo algo en otro lado. Y como lo que la web ofrece es precisamente la posibilidad de estar en otro lado, allí vamos. Así, una y otra vez. Olvidamos la lección de Thoreau: la vida está en el lugar exacto donde estamos nosotros, si somos capaces de fijar la atención. Pero eso también resulta muy difícil. Somos adictos a la distracción, que concede el salvoconducto para huir de nosotros mismos. Ese es el gran activo de las plataformas y los negocios online. Cuando es débil, la atención humana busca el estímulo afuera para no detenerse en lo que hay adentro. Vivimos en el desasosiego de una pesquisa que no tiene fin.
Son tiempos paradójicos. Hay sobreabundancia por un lado, pero grandes carencias por el otro. Tal vez no sea casual. De todos modos, estamos empezando a darnos cuenta de que en la sociedad de la distracción lo primero que se extingue es el interés. Ante la oferta infinita, las cosas pierden valor y todo da lo mismo. Se produce entonces el desencantamiento del mundo, que hoy necesita ser resignificado.
H. M. G.
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