miércoles, 21 de agosto de 2019
IMAGINACIÓN....VARIAS VIDAS DE REGALO
Recuperar la imaginación perdida
Ver no es mirar y oír no es escuchar. De no mediar problemas orgánicos o fisiológicos, podemos abrir los ojos y ver o, ya que las orejas no tienen párpados, oír los sonidos que nos rodean. Mirar es otra cosa. Es registrar lo que se ve, tomar conciencia de ello, procesarlo emocional y cognitivamente, conectarlo con el pensamiento, las ideas, la memoria, la imaginación. Escuchar es, también, otra cosa. Es recibir hospitalariamente las palabras que nos circundan, entenderlas, procesarlas, comprenderlas. Es captar el significado de los sonidos y capturar el contenido de los silencios. Con los oídos obturados por audífonos y auriculares y los ojos encandilados por pantallas de celulares, computadoras y televisores, vemos y oímos mucho e incesantemente y miramos y escuchamos cada vez menos.
Para imaginar hay que cerrar los ojos, dice el filósofo alemán de origen coreano Byung-Chul Han. Y cerrar los ojos, agrega, es percibido como algo negativo en una sociedad acelerada, maníacamente positivista y vorazmente productivista como la actual. Del mismo modo se rechazan el silencio, la pausa, la lenta cadencia en el hablar o en los acontecimientos. Cuando no cerramos los ojos, para no perdernos nada, terminamos por perder el contacto con nuestra interioridad, ese espacio sagrado en el que las experiencias, los procesos y las emociones se entienden, concluyen. Con los ojos abiertos sin pausa y sin parpadeo vemos. Con los ojos cerrados contemplamos. "La demora contemplativa es una especie de conclusión", escribe Byung-Chul Han en su ensayo La agonía del Eros. "Cerrar los ojos es mostrarse la conclusión", agrega. Concluir es percibir, comprender. Y, subraya el pensador, la percepción solo es posible en la quietud contemplativa. Podría pensarse que eso es meditación. Pero no. En la quietud contemplativa el pensamiento no se suspende, sino que se ensancha y profundiza. Las neuronas, agotadas por la hipervisibilidad y por la coacción de la hipervigilia que les exigen un rendimiento extremo encuentran la posibilidad de una función trascendente.
Cerrar los ojos es percibido como algo negativo en una sociedad acelerada, maníacamente positivista y vorazmente productivista como la actual
Si no se cierran los ojos, si no se accede al silencio, no hay misterio. Todo está a la vista. Nada es imaginable. La pornografía, como paradigma existencial, reemplaza al erotismo. Pornografía es contacto directo entre el ojo y lo visible, sin mediación, sin imaginación, sin pensamiento, bajo una luz enceguecedora. Erotismo es misterio, sugerencia, matiz y, sobre todo, presencia y reconocimiento del otro. No como objeto del propio placer, sino como un ser al que reconocemos entidad y dignidad. La hipervisibilidad, la exposición permanente de uno mismo y de los otros, degrada el eros, los vínculos, la existencia misma. Un universo expuesto es un universo sin imaginación. Pornográfico. No solo la privacidad se extingue en él. Es peor. Muere la intimidad.
No cerrar los ojos es una exigencia de la sociedad de consumo. Te necesitamos despierto y voraz. Todo será convertido en mercancía, y al verlo lo desearás. En el actual capitalismo tardío el sueño es tiempo perdido, según muestra el crítico cultural John Crary en su libro 24/7 (título que alude a la presión de estar despierto y productivo todas las horas de todos los días de la semana). Las luces del planeta están encendidas las 24 horas, no hay pausa ni en la producción ni en el consumo. Y si no hay sueño, no hay sueños. Otra vez, afuera la imaginación. No miramos las pantallas, dice Crary, simplemente estamos expuestos a ellas. Tanto empacho visual desemboca en frigidez emocional, alerta el pensador. Todo deseo que no esté dirigido a adquirir y acumular queda tácitamente prohibido. Quizás sea tiempo, mientras resulte posible, de mirar en lugar de ver, de escuchar en lugar de oír, de cerrar los ojos y contemplar, de imaginar, de rescatar a Eros antes de que sea tarde.
S. S.
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