viernes, 30 de agosto de 2019
EL ANÁLISIS DE JOAQUÍN MORALES SOLÁ,
Dos hombres ante dos crisis
Joaquín Morales Solá
La crisis no es solo económica, también es política. Más aún: la crisis económica estalló porque existe una crisis política. Hay un gobierno que tiene mandato hasta el 10 de diciembre y no habrá gobierno electo hasta, por lo menos, el 27 de octubre. Hay un presidente que ha perdido abrumadoramente una elección que no eligió a nadie. Y hay un candidato a presidente que ganó esa elección de manera arrasadora, pero no ha sido elegido todavía.
La economía argentina dejó de ser saludable desde que se abandonó la disciplina de los superávits gemelos: el comercial y el fiscal. O desde que la soja dejó de cotizarse a más de 500 dólares la tonelada. Eso sucedió hace mucho tiempo. Desde entonces, bascula entre la emisión de moneda falsa, sin respaldo genuino de reservas, o el endeudamiento.
Néstor Kirchner prefería endeudarse no con el Fondo Monetario, sino con los carísimos préstamos del entonces potentado Hugo Chávez. Su esposa eligió la emisión monetaria, tal vez porque ya entonces el país estaba fuera de los mercados financieros internacionales. Macri regresó al endeudamiento para financiar el enorme déficit fiscal heredado, mientras lo reducía gradualmente. Pero terminó en manos del Fondo Monetario, que le reclamó un duro plan de ajuste. Ese fue el plan rechazado el domingo pasado por una inmensa mayoría de la sociedad. La Argentina, en fin, no pierde nunca la oportunidad de construir crisis gemelas: política y económica.
La pregunta, que nadie responde por ahora, es cómo seguirá el país hasta diciembre (o hasta octubre) en semejantes condiciones, cuando el dólar ronda los 60 pesos, el riesgo país aumentó satelitalmente y las acciones y los bonos argentinos se desplomaron. Cayó todo lo que debía subir y subió todo lo que debía caer. La economía se paralizó abruptamente. Nadie vende, nadie compra. Salvo lo esencial. El Gobierno tiene razón cuando dice que el viernes pasado los mercados eligieron a Macri porque habían leído las últimas encuestas, todas equivocadas, muy favorables al Gobierno, aunque siempre perdiendo. Y que el lunes votaron contra los ganadores del domingo por el derrumbe general. El kirchnerismo culpa a Macri de la crisis de los mercados. Como dice Juan Carlos de Pablo, si la reacción de los mercados fuera contra Macri, la crisis cambiaria y bursátil se hubiera producido el viernes, no el lunes. Sea como sea, el obstáculo de Macri es que no son los mercados lo que eligen a un presidente, sino la sociedad de su país. La crisis política no ofrece soluciones buenas. El Presidente sigue siendo candidato. Alberto Fernández es, a su vez, un candidato ampliamente ganador, pero no es presidente electo. Si se mira la trayectoria de Macri, es un político que nunca se dio por vencido antes de ser definitivamente vencido. La perspectiva de revertir en octubre los resultados del domingo, para usar otra vez una fórmula de De Pablo, es posible, pero poco probable. El Presidente necesita crecer tres o cuatro puntos, pero requiere también que Alberto caiga unos tres puntos por lo menos.
Macri, en efecto, puede crecer si es que la crisis no se profundiza. Cuando se termina la cuenta del día, el jefe del gobierno es él y la responsabilidad caerá sobre su cabeza para amplios sectores sociales. Es probable que un porcentaje importante de votos de Roberto Lavagna y casi todos los de José Luis Espert y Juan José Gómez Centurión (magros en los tres casos) vayan en octubre hacia Macri. Los votos del exterior, que en las primarias no existieron, pero existirán en la primera vuelta, también podrían beneficiarlo. No debe descartarse una mayor afluencia de votantes, la mayoría a favor del Presidente.
Mauricio Macri y Alberto Fernández
La única ecuación difícil de concretarse es que Alberto tenga un porcentaje menor que el que sacó el domingo. Él necesita solo conseguir el 45 por ciento de los votos para ser presidente. Cosechó casi tres puntos más que los necesarios. ¿Por qué los perdería? Daniel Scioli consiguió en la segunda vuelta de 2015 apenas un punto más que Alberto el domingo pasado. Fernández está conservando casi todos los votos de Scioli. Macri perdió 18 puntos con respecto a esa misma elección. Esos números son los que convierten la reversión de los resultados del domingo en posibles, pero poco probables para Macri.
El círculo rojo de empresarios, banqueros y financistas desespera. ¿Cuán grande será la inestabilidad? ¿Hasta cuándo se extenderá? Ninguna idea surgida de esa cantera es viable. Macri debería cambiar el gabinete, dicen. Setenta días hasta el último domingo de octubre es una eternidad para la política. Pero es, al mismo tiempo, demasiado escaso para modificar la política fundamental y, sobre todo, para que se vean sus resultados. Los ofrecimientos tendrían muy poca aceptación para un gobierno que está más cerca de terminar que de continuar. Macri debería concentrarse ahora en hacer cosas concretas y dejar la campaña para las vísperas electorales. Los sectores sociales sensibles ya tomaron nota de que los mercados, de aquí y del exterior, desconfían de Cristina Kirchner más que de Alberto Fernández. Es el recuerdo de Cristina lo que ahuyenta a los mercados. Si bien Alberto comenzó a deslizar algunas frases para tranquilizar (no habrá default, se honrarán las deudas de la Nación, no seremos Venezuela), debería hacerlo de manera más formal, tal vez en una conferencia de prensa. Pero es igualmente absurdo pedirle, como reclaman por lo bajo algunos miembros de ese círculo rojo, que designe ahora un gabinete. No es presidente electo, no tiene cargo ni tiene cargos para distribuir. Sería una irresponsabilidad. Cuando Fernández rechaza esa idea, la razón lo asiste.
A Macri le reprocharon no haber hecho una autocrítica en público. Es momento de recordar una frase de Felipe González: "Las autocríticas las hago en soledad. Las críticas públicas a mí es el trabajo de mis opositores. No voy a hacer el trabajo de ellos". Macri piensa lo mismo, aunque no lo dice con la gracia de Felipe, sobre todo cuando comenzó la temporada de hacer antimacrismo aun entre los que eran macristas hasta la tarde del domingo. La cuestión no versa sobre lo que dice (o no dice) en público, sino lo que haga de aquí en más. Es evidente que prevaleció el voto económico y que mucha gente está en una situación muy mala. ¿Faltó sensibilidad para saber hasta dónde se podía tensar la cuerda del ajuste? ¿La carga impositiva, sumada a los aumentos de tarifas y a la escalada inflacionaria, molestó hasta a la clase media otrora macrista? Es probable que todo eso haya ocurrido. La penuria de los sectores más pobres es una verdad incontrastable. Su enojo tiene razón. La clase media (una parte importante de ella abandonó a Macri) es más sofisticada y exigente. Es menos fiel también. Macri deberá responderles, posiblemente hoy, a los dos estamentos sociales.
En el círculo rojo hay de todo. Hay preocupación genuina en algunos empresarios porque sus empresas perdieron valor, porque no venden y porque deben seguir pagando salarios. Hay otros empresarios que confiesan abiertamente haber vivido mejor con Cristina Kirchner. No faltan los que preferirían un gobierno que ponga en duda el acuerdo de libre comercio con la Unión Europea. No les gusta la competencia. Nunca la practicaron. Y también influyen los que figuraron en los cuadernos del chofer Oscar Centeno. Imaginan un tiempo sin arrepentimientos judiciales. Hay banqueros enojados con Macri y hay otros muy cercanos a él.
Macri debe cuidar que una escalada de la crisis no termine por avivar un incendio cerca suyo. Alberto debe cuidar que no aparezca ese viejo instinto del peronismo de voltear a un presidente no peronista en cuanto lo ve débil. Ya dijo que Macri debe terminar su mandato. Pero debería hacer algo más entre peronistas, reservado tal vez, para frenar cualquier intento de desestabilización. La crisis política debe reducir su intensidad para serenar la economía. Los caminos no son muchos, pero dos crisis simultáneas son insoportables para cualquier sociedad.
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