miércoles, 28 de agosto de 2019
LECTURA RECOMENDADA,
El vértigo horizontal, de Juan Villoro
Se asocia el vértigo a las alturas. Sin embargo, también produce vértigo la desmesura de lo que se expande por la superficie idéntico a sí mismo como un rizoma o una araña de mil patas: llanura, océano, desierto. Así se refirieron algunos viajeros a la pampa, esa vastedad que el ojo europeo percibía como carente de referencias. Juan Villoro, periodista, narrador, autor, entre muchas otras, de la novela El testigo con la que ganó el Premio Herralde, recurre a esta expresión para darle título al libro que reúne cuarenta y cinco crónicas sobre Ciudad de México escritas a lo largo de veinte años.
Villoro sabe que el ex Distrito Federal es inabarcable; una ciudad edificada sobre una "herida mítica" -el lago Tenotchtitlan, sobre el que se erigía "el flotante imperio de los aztecas"-, marcada por el sincretismo, que creció en los últimos 70 años 700 veces y cuya población oscila entre los quince y los veinte millones. ¿Cómo narrar esa marea de discursos, culturas, paisajes que se superponen sin demasiada lógica, cómo narrar "la vida en densidad" de un país dentro del propio país?
Gran conocedor de la crónica, lector erudito, Villoro oscila entre el dato antropológico (como en "Los niños de la calle" donde incluye la voz de adolescentes que crecieron en las calles), la caracterización de personajes típicos (el merenguero, el vulcanizador), la anécdota personal y el recuerdo. La ciudad parece ser una gran boca que se alimenta de sus habitantes y Villoro entra en las fauces de su lógica irracional desde chico. Hablar de CDMX es recorrer la propia vida, revisitar la cartografía de la infancia, encontrar el momento exacto en el que el escritor, un niño de seis años educado en el Colegio Alemán, encuentra en la diversidad de la ciudad su posibilidad de ser: "La vastedad del territorio me hizo saber que ahí podía tener acomodo. Decidí ser de la ciudad, como si no lo fuera antes. Decidí amarla y despreciarla como sólo se ama y se desprecia lo que te pertenece."
En el libro desfilan los próceres, los escritores admirados -Roberto Bolaño, Juan José Saer, Günter Grass, el contemporáneo Fabio Morábito-, los amigos, los datos alarmantes -hacia 2015 el 45% de la población de México era pobre-, ceremonias nuevas como el Zombie Walk, otras que datan de hace varios siglos como La Pasión de Iztapalapa y un diálogo desopilante en el Ministerio Público.
"Las megalópolis -dice Villoro- llegaron para alterar la noción de espacio y descentrar a sus habitantes. Hoy en día moverse en Tokio, Calcuta, Sao Paulo o la Ciudad de México es un ejercicio que se asocia más con el tiempo que con el espacio". La utopía bejaminiana del flaneur que deambula sin rumbo fijo es un imposible aquí: quien sale sólo quiere llegar porque sabe que hacerlo puede llevarle el día entero; "vivimos", dice Villoro, "tratando de llegar a algún lugar". Tampoco existe la posibilidad salvadora de Waze o Google Maps: para dar con la casa del autor, el sistema debería descartar 400 calles con el mismo nombre.
Villoro no habla con nostalgia, sino que intenta "recuperar un territorio urbano en expansión", entendiendo lo urbano como una dimensión que se le escapa irremediablemente. Da cuenta de una ciudad que es un universo y de la perplejidad de quien no termina de entender por qué pudiendo elegir otro lugar de residencia insiste en quedarse; la acepta como una fatalidad elegida.
El libro propone diferentes recorridos que ilustra en las primeras páginas a modo de las líneas del metro. El lector puede seguir la ruta de las Ceremonias, de los Personajes de la Ciudad, de los Lugares, de lo que implica Vivir en la Ciudad. Puede también buscar las intersecciones, los puntos de contacto. O puede dejarse llevar por el caos y abrir el libro al azar. Sentirá que lo han arrojado en el medio de una de esas calles sin nombre, atestadas de gente, olores, ruidos. No se alarme, la prosa amable, poética y llena de humor de Villoro, sin duda, sabrá guiarlo.
El vértigo horizontal
Juan Villoro
Anagrama/Almadía
416 páginas
$ 1400
C. E.
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