Viejo smoking, cosa de viejos
No sabemos en qué momento preciso ingresamos en la vejez. En el comienzo de su novela crepuscular, Gabriel García Márquez le hace decir al anciano periodista de Memoria de mis putas tristes: "Por esa época oí decir que el primer síntoma de la vejez es que uno empieza a parecerse a su padre". Quizá no se trate de un momento definitivo, sino de un lento pasaje durante el cual vamos notando en el espejo la manera en que los rasgos de nuestros padres se imponen a los nuestros en el rostro: primero una luz en la mirada o un movimiento imperceptible de la boca, después la altura de los pómulos o las líneas de la mandíbula, hasta que en algún instante -un abrir y cerrar de ojos, eso que los ingleses llaman glimpse- somos por primera vez ellos, o el vago recuerdo que nos va quedando de ellos cuando ya se ha ido apagando en nuestra memoria la voz.
Pensé vagamente en estas cosas de viejos cuando un amigo me envió un newsletter al que acababa de suscribirse. Se llama Viejo smoking, lo firma Cecilia Absatz y su tema es la vejez. No conozco a la autora, pero a lo largo de los años he leído con placer algunos de sus trabajos periodísticos y siempre admiré sus intervenciones en la televisión acerca de temas de la cultura popular. No es fácil transitar por los sets televisivos sin perder la compostura, y ella consiguió no solo eso sino observar la vida con agudeza e indeclinable elegancia.
El tono siempre plácido le confiere a Viejo smoking esa clase de intimidad que lo acerca a una confesión entre amigas en el atardecer dominical (el newsletterllega puntualmente la media tarde de ese día a quienes se suscriben a él). Amigas, sí: la naturaleza de estos textos es inocultablemente femenina. Quizá sea un prejuicio, en este caso positivo, pero solamente las mujeres están en general dispuestas a reflexionar sobre sí de manera tan franca. O quizás haya una excepción: los hombres, pero aquellos cuya personalidad está tiznada de una sensibilidad imprecisamente femenina. Quizá les parezca que la mirada es algo sexista, pero yo también tengo mis años y no quiero hacerme el distraído: mi generación ha crecido según parámetros algo rígidos. Aunque si hay algo que nos enseña Viejo smoking es que nunca es tarde para aprender algo nuevo. Tal vez sea ese, al fin de cuentas, un rasgo de juventud.
Cecilia -escribo el nombre con pudor, pero leyéndola siente uno esa grata complicidad que se establece con aquellos escritores con los que comparte cierta mirada del mundo- recuerda al principio que en los últimos años el cine y la televisión vienen ocupándose de los viejos en series como Grace and Frankie y El método Kominsky. Aclaremos las cosas: ella prescinde descaradamente de los eufemismos para nombrar lo viejo (abuelos, personas mayores, tercera edad, sexagenarios y otras atrocidades lingüísticas a las que acuden los creativos publicitarios y los medios de prensa), de modo que respetemos esa decisión. Viejos a secas, entonces. "Como se ve, no tienen idea de lo que es un viejo -sigue en otro pasaje-. Un viejo muchas veces quiere estar solo, leer un libro, escuchar música con el volumen bajo, cocinar. O estar con su pareja sin hacer nada en especial, cada uno en lo suyo. O estar cansado, nomás. Esa sobredosis de felicidad que muestran los avisos para viejos seguramente están hechos por jóvenes, convencidos de que su propia vida (real o soñada) es deseable".
Ser viejos: allí están, delante de nuestras narices, esos años por venir . Pensándolo bien, la vejez atenúa la acuciante incertidumbre que suele provocar el futuro, siempre rebosante de amenazas. Dan ganas de volverse viejo, sí, ligeros de equipaje, andando alegremente por la vida sin demasiado peso. La buena noticia, si la salud no nos juega una mala pasada y las cosas no se ponen de verdad difíciles, es que la vida nos dará a todos ese gusto.
V. H. G.
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