Memoria del horror en una escuela rusa
Son curiosos, los juegos de la memoria. Hay un hecho en el que uno no piensa desde hace años, un instante que pasó como pasan tantos, perdido en la continua marea de los días. Hasta que de repente surge una frase, el capítulo de un libro, y ahí está: el fogonazo, la instantánea del recuerdo. Una mañana de septiembre de 2004, la cocina inmersa en una luz como de acuario, la mirada somnolienta, el diario que descansa sobre la mesa. Y esa foto desgarrando la tapa. Un niño pequeño llevado en brazos por un hombre que, supongo, tendría el rostro desencajado. Porque lo único que conservé, como una marca de fuego, es al niño, su pelo cortísimo, la blanda contextura del cuerpo infantil, el cráneo surcado por oscuros hilos de sangre.
Una mañana de septiembre de 2004 leí las noticias que llegaban de Beslán, Rusia, intentando no mirar una imagen que se me imponía. Tanto como las palabras que apenas resumían el horror: había ocurrido una masacre en una escuela de Osetia del Norte; en su mayoría, las víctimas eran chicos que habían sido presa de la brutalidad del grupo de terroristas chechenos que los había tomado de rehenes y, luego, de la brutalidad de las fuerzas rusas que asaltaron con ferocidad el colegio.
Hay libros que te hacen viajar en el tiempo. Y Rusos de Putin, de Hinde Pomeraniec -que en sus primeros capítulos me había sumergido en una Moscú desmesurada, cruel y fascinante-, me hizo regresar a una de esas mañanas donde uno siente que el calor del hogar es demasiado pequeño frente a la aterradora sinrazón del mundo. De la mano de Pomeraniec, recordé los hechos ocurridos en Beslán; descubrí elementos que en su momento me habían pasado desapercibidos; me estremecí con los testimonios de familiares de las víctimas. Y recuperé un detalle que hizo que regresara aquella sensación, la de una crueldad demasiado avasallante. La catástrofe se había desatado durante una jornada de celebración escolar: la ocupación de la escuela se hizo el Día del Conocimiento, que en Rusia une el comienzo del año lectivo con una celebración colectiva de la enseñanza y el aprendizaje. Justo ese día, la barbarie irrumpió hasta arrasar con toda una comunidad.
Pomeraniec escribe con ritmo; enlaza con soltura hechos, datos, crónica, testimonios y reflexión en un libro que, al buscar entender la Rusia de Vladimir Putin, traza coordenadas para pensar ciertas encrucijadas contemporáneas. No solo porque señala que el mandatario ruso fue el precursor de un estilo de liderazgo que hoy prolifera en figuras como Trump, Bolsonaro, Salvini u Orban; también porque muestra lo magnéticos que pueden llegar a ser, en tiempos de incertidumbre, los cantos de sirena que ofrecen seguridad a cambio de alguna que otra (o unas cuantas) garantías.
Dos años antes de la masacre de la escuela de Beslán había ocurrido el desastre del teatro Dubrovka en Moscú: un comando checheno tomó de rehenes a todos los asistentes a una función y las fuerzas de seguridad resolvieron el conflicto gaseando por igual a víctimas y sitiadores. En ambos casos, Putin -en plena construcción de su legitimidad como hombre fuerte- no se movió ni un milímetro de la premisa "no se negocia con terroristas". Ni siquiera ante el riesgo de provocar, como efectivamente ocurrió, sucesivas matanzas.
Son varias las preguntas que atraviesan Rusos de Putin y su caleidoscópica mirada a la Rusia actual. Entre ellas, hay una referida a Beslán: ¿por qué una historia semejante está casi olvidada al día de hoy?
La autora se la hace a Griselda Gambaro, que escribió la obra teatral La persistencia inspirada en esa tragedia. "En esta civilización nuestra estamos anestesiados -le responde por teléfono Gambaro a Pomeraniec-; suceden hechos vergonzosos y crueles con tanta frecuencia que nos pasan por arriba y perdemos la conciencia del horror, que es lo peor que nos puede pasar".
D. F. I.
D. F. I.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario
Nota: sólo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.