El rastro de una vida en cuadernos ordenados al azar
Este texto pertenece al tercer y último tomo de Los diarios de Emilio Renzi, alter ego del autor; fue escrito mientras padecía una enfermedad degenerativa y publicado en 2017, meses después de su muerte
por Ricardo Piglia
Había pasado varios meses, exactamente desde principios de abril de 2014 hasta fines de marzo de 2015, trabajando en sus diarios, aprovechando una dolencia, pasajera según los médicos, que le impedía salir afuera; como decía bromeando Renzi a sus amigos, salir afuera nunca fue una tentación para mí, tampoco me interesa lo que podríamos llamar ir adentro, o estar adentro, porque inevitablemente, les dijo Renzi a sus amigos, uno se pregunta ¿adentro de qué?, en fin, que gracias a –o a causa de– esa dolencia pasajera había podido por fin dedicar todo su tiempo y toda su energía a revisar, releer, revisitar, sus diarios, de los que había hablado demasiado en otra época, porque siempre estaba tentado –en otra época– de hablar de su vida, aunque no se trataba de eso, sino de hablar de sus cuadernos. Pero no lo hacía, apenas si aludía a esa obra personal, privada y «confidencial», aunque muchas veces lo que había escrito en sus cuadernos pasaba, como quien dice, tal cual en sus novelas y ensayos, y en los cuentos y relatos que había escrito a lo largo de los años.
Pero ahora, aprovechando la dolencia que lo había atacado de pronto, pudo encerrarse en su estudio, dedicado a transcribir los cientos y cientos de páginas escritas con su letra manuscrita en sus cuadernos de tapa de hule. De modo que cuando se sintió afectado por una dolencia misteriosa, cuyos signos eran visibles –por ejemplo, le costaba mover la mano izquierda– pero cuyo diagnóstico era incierto, entonces, como decía, dijo Renzi, empezó una tarea interior, hecha adentro, o sea, sin salir a la calle. No había leído sus diarios cronológicamente, no lo hubiera soportado, les había dicho Renzi a sus amigos. Antes, muchas veces había emprendido la tarea de leerlos e intentar pasarlos a máquina, «en limpio», pero a los pocos días había desertado de la espantosa sucesión cronológica y abandonaba el trabajo. Sin embargo, pensaba publicar Renzi sus notas personales siguiendo el orden de los días, porque luego de desechar otros modos de organización, por ejemplo, seguir un tema o una persona o un lugar a lo largo de los años en sus cuadernos y darle a su vida un orden aleatorio y serial, había comprendido que de ese modo se perdía la experiencia confusa, sin forma y contingente de la vida, y por lo tanto era mejor seguir la disposición sucesiva de los días y los meses. Porque había comprendido de pronto que por un lado estaba su trabajo –¿pero era un trabajo?– de leer, de investigar, de rastrear en sus cuadernos, y otra cuestión muy distinta era el orden de publicación de las notas que registraban su vida. Conclusión, no es lo mismo leer que dar a leer. Un asunto es la investigación y otro la exposición, eso lo había aprendido en la Facultad, para un historiador son antagónicos el tiempo que pasa en el archivo buscando a ciegas lo que imagina que está ahí y el tiempo que le demanda exponer los resultados de la investigación. Lo mismo sucede si uno se convierte en historiador de sí mismo.
EL ÚLTIMO TOMO DE LOS DIARIOS NARRADOS POR RENZI, "ALTER EGO" DE PIGLIA...ES PRESECEDIDO POR AÑOS DE FORMACIÓN Y LOS AÑOS FELICES
De modo que había decidido presentar sus diarios en orden cronológico dividiendo lo escrito en tres grandes partes, respetando las etapas de su vida, porque había descubierto, al leer los cuadernos, que era posible una división bastante clara en tres tiempos o períodos. Pero cuando en abril del año anterior había enfrentado la tarea de relectura y copia de las entradas de su diario, se dio cuenta de que era insoportable imaginar su vida como una línea continua y, rápidamente, decidió leer sus cuadernos al azar. Estaban archivados de cualquier manera en cajas de cartón de distintas procedencias y tamaños, lo habían acompañado a todos lados esos cuadernos, y por lo tanto el desorden de las mudanzas había roto toda ilusión de continuidad. Nunca había intentado archivarlos ordenadamente. Los cambiaba de lugar y de posición según su estado de ánimo, los miraba sin abrirlos, por ejemplo, tirados en el piso o apilados en su escritorio, y lo abrumaba la cantidad de espacio físico que ocupaban sus notas personales. Una tarde, siguiendo el ejemplo de su abuelo Emilio, había decidido destinar una habitación exclusivamente a sus diarios. Que estuvieran en un solo lugar y, sobre todo, que se pudiera cerrar la puerta de acceso, incluso con llave, lo tranquilizaba. Pero no lo hizo. Si había desperdiciado parte de su vida escribiendo los hechos y los pensamientos en un cuaderno, no iba encima a desperdiciar un cuarto de su casa para sentarse y pasar noches enteras leyendo y releyendo las estupideces catastróficas de su vivir, porque no era su vida, era el transcurrir de los días. Así que usó unas cajas de cartón que le pidió a su amigo el almacenero de la calle Ayacucho y usó cajas de productos diversos para guardarlos y encajonarlos sin ningún orden y, por fin, para no tentarse, decidió ponerse de espaldas a los cuadernos, guardados en ocho cajas, y luego, sin mirar, al tanteo, sacar un cuaderno. Así, según Renzi les dijo a sus amigos, había logrado desarticular por completo su experiencia y pasar de sus notas de unos meses en los que estaba solo e inactivo a otro cuaderno donde se descubría activo, lúcido y conquistador. De ese modo empezó a percibir que era varias personas al mismo tiempo. Por momentos, un fracasado y un inútil, pero, al leer luego un cuaderno escrito cinco años antes, descubría a un joven talentoso, inspirado y ganador. La vida no debe ser vista como una continuidad orgánica, sino como un collage de emociones contradictorias, que de ningún modo obedecen a la lógica de causa y efecto, de ningún modo, volvió a decir Renzi, no hay progresión y por supuesto no hay progreso, nadie aprende nada de su experiencia, salvo que haya tomado la precaución, un poco demencial e injustificada, de escribir y describir la sucesión de los días porque entonces, en el futuro –y nada más que en el futuro–, brillará como una fogata en el campo, o mejor, arderá, en esas páginas, el sentido.
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