Vivito y coleando: un payaso midoniano e íntimo
Carlos March retoma su personaje de las comedias musicales de Hugo Midón y Carlos Gianni, en una celebración emotiva
J. G.
Carlos March, en Vivito y coleando
Autor: Hugo Midón, con adaptación de Carlos March. Dirección y actuación: Carlos March. Música: Carlos Gianni. Escenografía: Jorge Ferrari. Vestuario: Mónica Toschi. Duración: 65 minutos. Sala: El Alambique, Griveo 2350. Funciones: domingos, a las 17.
Los reencuentros con las narices rojas de los payasos son parte del legado de Hugo Midón. En las nuevas puestas de sus obras, en la reedición de sus grabaciones televisivas, en el tarareo de las canciones compuestas con Carlos Gianni revive siempre el alma lúdica que acomete con una sonrisa lúcida los avatares un tanto absurdos de la vida real.
Uno de los payasos midonianos de la saga Vivitos y Coleando, Carlos March, retoma ahora su personaje, el legionario del humor Camar, en un unipersonal que hilvana escenas rescatadas de la obra original con reflexiones de clown sapiente. “Me miro en el espejo“, “Para ser un buen payaso“ y “Me pongo los zapatos“ son algunas de las canciones que vuelven a escucharse.
Desde la proyección de grabaciones de escenas de las puestas en escena del mismo Midón y de Manuel González Gil reaparecen también el príncipe rockero y los piratas saqueadores de las orillas rioplatenses, reivindicando nuevas identidades y criticando viejos vicios, respectivamente.
Combinando recursos diversos, March adopta una cadencia personal en este singular Vivito y coleando, evita reproducir el ritmo sin pausa de los Vivitos y coleando que coprotagonizó. Entre escenas y proyecciones, rompe la cuarta pared, dialoga con su público en la particular constelación del aforo acotado a burbujas de asientos separados, donde cada espectador toma entidad mucho más específica que en la tradicional unidad de platea multitudinaria.
Es un fenómeno singular esta situación, en la que se vive una interlocución íntima y personal con el escenario. Las respuestas de los chicos al pie que les da March en algunos pasajes se hacen oír con claridad y son integradas hábilmente por el actor a su hilo argumental. Comparten así nuevamente el axioma midoniano de una de sus canciones: un payaso es alquien que respira cada mañana una pizca de verdad.
Carlos March, en Vivito y coleando
Autor: Hugo Midón, con adaptación de Carlos March. Dirección y actuación: Carlos March. Música: Carlos Gianni. Escenografía: Jorge Ferrari. Vestuario: Mónica Toschi. Duración: 65 minutos. Sala: El Alambique, Griveo 2350. Funciones: domingos, a las 17.
Los reencuentros con las narices rojas de los payasos son parte del legado de Hugo Midón. En las nuevas puestas de sus obras, en la reedición de sus grabaciones televisivas, en el tarareo de las canciones compuestas con Carlos Gianni revive siempre el alma lúdica que acomete con una sonrisa lúcida los avatares un tanto absurdos de la vida real.
Uno de los payasos midonianos de la saga Vivitos y Coleando, Carlos March, retoma ahora su personaje, el legionario del humor Camar, en un unipersonal que hilvana escenas rescatadas de la obra original con reflexiones de clown sapiente. “Me miro en el espejo“, “Para ser un buen payaso“ y “Me pongo los zapatos“ son algunas de las canciones que vuelven a escucharse.
Desde la proyección de grabaciones de escenas de las puestas en escena del mismo Midón y de Manuel González Gil reaparecen también el príncipe rockero y los piratas saqueadores de las orillas rioplatenses, reivindicando nuevas identidades y criticando viejos vicios, respectivamente.
Combinando recursos diversos, March adopta una cadencia personal en este singular Vivito y coleando, evita reproducir el ritmo sin pausa de los Vivitos y coleando que coprotagonizó. Entre escenas y proyecciones, rompe la cuarta pared, dialoga con su público en la particular constelación del aforo acotado a burbujas de asientos separados, donde cada espectador toma entidad mucho más específica que en la tradicional unidad de platea multitudinaria.
Es un fenómeno singular esta situación, en la que se vive una interlocución íntima y personal con el escenario. Las respuestas de los chicos al pie que les da March en algunos pasajes se hacen oír con claridad y son integradas hábilmente por el actor a su hilo argumental. Comparten así nuevamente el axioma midoniano de una de sus canciones: un payaso es alquien que respira cada mañana una pizca de verdad.
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Aunque con un humor algo perimido, esta típica comedia de enredos cumple con su propósito: entretener y, además, emocionar
F. I.
María Rosa Fugazot pone oficio a una comedia que cumple con su propósito
Autor: Federico Jiménez. Dirección: Roberto Antier. Intérpretes: María Rosa Fugazot, Zulma Faiad, Adriana Salgueiro, Alberto Martín, Matías Santoiani y Kitty Locane. Teatro: La Casona, Corrientes 1975. Funciones: de jueves a domingos, a las 20. Duración: 80 minutos.
El texto y la puesta en escena se ofrece como la típica comedia que busca un espectador que esté dispuesto a ceder presión sobre el verosímil y disfrute, fundamentalmente, con el talento de los actores para emocionarlo y divertirlo. El texto carece de ciertas fortalezas en sus estrategias dramatúrgicas. Tanto en sus giros y construcciones dramáticas como en la lógica interna que estructura a los personajes le falta cierta solidez, pero poco importa. Y es que Antier como director parece conocer esa debilidad y por ello haberse rodeado de un elenco que esté en condiciones de jugar y divertirse, un poco entre ellos, otro tanto con la mismísima platea. Con la típica escenografía de living, un vestuario que busca imponerse por su belleza de desfile de moda y una iluminación imperceptible, todo queda depositado en el desempeño de los intérpretes que deben sostener los 80 minutos de una obra que divierte pero que no escapa a algún que otro momento de emoción.
Para ese registro amplio encontró, sin lugar a dudas, a una intérprete dúctil y con amplio registro dramático: María Rosa Fugazot. Es ella quien se pone el espectáculo al hombro y lo conduce hacia su final. Encuentra con sutileza a su personaje –uno que es pura fachada, que esconde más de un dolor y que se refugia tras un escudo muy rígido– y sabe llegar a la emoción sin ningún sobresalto. Alberto Martín pone toda su experiencia para jugar un personaje al que el verosímil lo abandona y requería, por ende, de un actor que sepa jugar en escena, sin importar absolutamente nada. Ni en lo dramático ni en lo ideológico. Un modelo de masculinidad –infiel, divertido, un tanto frívolo– que por suerte la cultura ha abandonado gracias a profundas batallas. Matías Santoiani acompaña en el perfecto equilibrio. Juega con las pausas y orquesta los secretos dramáticos con un humor sencillo pero eficaz, aunque por momentos se extraña no tener una cámara para que con primeros planos veamos la sutileza de su gestualidad. Zulma Faiad es probablemente quien más juega. Aparece y desaparece en escena con poca justificación dramática, pero con gran impacto en lo que hace a la comedia. Adriana Salgueiro y Kitty Locane acompañan con solvencia la propuesta en estilos diferentes.
María Rosa Fugazot pone oficio a una comedia que cumple con su propósito
Autor: Federico Jiménez. Dirección: Roberto Antier. Intérpretes: María Rosa Fugazot, Zulma Faiad, Adriana Salgueiro, Alberto Martín, Matías Santoiani y Kitty Locane. Teatro: La Casona, Corrientes 1975. Funciones: de jueves a domingos, a las 20. Duración: 80 minutos.
El texto y la puesta en escena se ofrece como la típica comedia que busca un espectador que esté dispuesto a ceder presión sobre el verosímil y disfrute, fundamentalmente, con el talento de los actores para emocionarlo y divertirlo. El texto carece de ciertas fortalezas en sus estrategias dramatúrgicas. Tanto en sus giros y construcciones dramáticas como en la lógica interna que estructura a los personajes le falta cierta solidez, pero poco importa. Y es que Antier como director parece conocer esa debilidad y por ello haberse rodeado de un elenco que esté en condiciones de jugar y divertirse, un poco entre ellos, otro tanto con la mismísima platea. Con la típica escenografía de living, un vestuario que busca imponerse por su belleza de desfile de moda y una iluminación imperceptible, todo queda depositado en el desempeño de los intérpretes que deben sostener los 80 minutos de una obra que divierte pero que no escapa a algún que otro momento de emoción.
Para ese registro amplio encontró, sin lugar a dudas, a una intérprete dúctil y con amplio registro dramático: María Rosa Fugazot. Es ella quien se pone el espectáculo al hombro y lo conduce hacia su final. Encuentra con sutileza a su personaje –uno que es pura fachada, que esconde más de un dolor y que se refugia tras un escudo muy rígido– y sabe llegar a la emoción sin ningún sobresalto. Alberto Martín pone toda su experiencia para jugar un personaje al que el verosímil lo abandona y requería, por ende, de un actor que sepa jugar en escena, sin importar absolutamente nada. Ni en lo dramático ni en lo ideológico. Un modelo de masculinidad –infiel, divertido, un tanto frívolo– que por suerte la cultura ha abandonado gracias a profundas batallas. Matías Santoiani acompaña en el perfecto equilibrio. Juega con las pausas y orquesta los secretos dramáticos con un humor sencillo pero eficaz, aunque por momentos se extraña no tener una cámara para que con primeros planos veamos la sutileza de su gestualidad. Zulma Faiad es probablemente quien más juega. Aparece y desaparece en escena con poca justificación dramática, pero con gran impacto en lo que hace a la comedia. Adriana Salgueiro y Kitty Locane acompañan con solvencia la propuesta en estilos diferentes.
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TEATRIX
Carlos March emociona en un unipersonal íntimo al que denominó Vivito y coleando, en el que homenajea a su personaje payaso
Se trata de Mi don imaginario y las obras mexicanas Lluvia de alegrías y El pozo de los mil demonios
Mi don imaginario, gran novedad en Teatrix
La plataforma de teatro filmado Teatrix lanzó tres nuevos títulos en estas vacaciones de invierno, ya que los destinatarios principales son los niños y sus familias: Mi don imaginario, Lluvia de alegrías y El pozo de los mil demonios.
La primera fue estrenada en marzo pasado como plato fuerte del FIBA y le rinde tributo a la obra de Hugo Midón y Carlos Gianni. Ana María Cores encarna a un personaje entrañable: La Música, que convoca a dos amigos, Carlogi y Humi, para emprender una aventura cuyo objetivo sensible es inspirar a chicos y adultos para recuperar los abrazos. Por supuesto, con inolvidables canciones de esa dupla creativa. El libro es de Mariano Taccagni, la coreografía de Verónica Pecollo, la dirección musical del mismísimo Gianni y la dirección general de Pablo Gorlero. A Cores la acompañan en escena Alejandro Vázquez, Jorge Maselli, Flavia Pereda, Julián Pucheta, Sacha Bercovich, Fernando Avalle, Belén Ucar, Tatiana Luna, Laura Montini y Nahuel Quimey.
Por su parte, desde México llega en exclusiva Lluvia de alegrías, que combina títeres con elementos de Intensamente, la exitosa película de Pixar. Maya tiene 5 años y su mamá acaba de conseguir trabajo. ¿Quién va a jugar ahora con ella durante el día? Junto a su amigo imaginario Xolo deberá enfrentar a los sentimientos que genera esa ausencia: el miedo, la angustia y el enojo; encarnados en el Monstruo de la Basura, la vecina y el anticuario. De Camila Villegas, dirigida por Alberto Lomnitz. En tanto El pozo de los mil demonios es una poética e impactante obra de títeres mexicana protagonizada por una nena que, como viaja a través del pozo para atrapar al cruel Demonio de la Sequía que robó el agua de su cántaro. En su aventura tendrá que enfrentarse, a los Sedientos.
http://indecquetrabajaiii.blogspot.com.ar/. INDECQUETRABAJA
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