Diario de un invierno en Tokio, de Matías Serra Bradford
Un montaje poético, mínimo y expansivo
M. V.
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Para el gran cineasta japonés Yasujirō Ozu (1903-1963) el recurso de la elipsis constituía un horizonte de posibilidades narrativas, una sustancia que se alejaba de cualquier afán de exhaustividad para detenerse en ciertos detalles. Una economía formal que, en sus palabras, podía aplicarse al cine, a la pintura y al ejercicio literario: “Se trata –escribía Ozu– de no mostrar la interacción entre los sentimientos desnudos, sino de hacer que el espectador perciba las cosas mediante acentos estratégicamente colocados”.
Con esa técnica, Matías Serra Bradford (Buenos Aires, 1969) construye en Diario de un invierno en Tokio, a partir de un viaje a la capital japonesa en 1999, un objeto refinado que mixtura apuntes e imágenes propias de su visita.
Todo diario transmite o impone alguna situación circunstancial: en este caso, Serra Bradford gana una residencia tras escribir un ensayo sobre el pintor alemán Jan Voss. En tierra japonesa, intenta visitar al fotógrafo Hiroshi Hamaya, pero se anoticia de que este ya no recibe gente. Opta por seguir a Shōji Ueda, otro gran hacedor de imágenes, (“Una especie de Magritte más teatral, y en blanco y negro”), pero sus discípulos complican el objetivo de quien anota.
Los registros del diario, a lo largo de dieciséis días, discurren en la transformación de un sinfín de observaciones cotidianas en escenas vividas, que toman cuerpo como potencia para reflexionar cómo se activan determinadas imágenes más allá de la percepción primaria. En unas de las entradas, por caso, escribe: “Una niña pasa en monopatín por una vereda llovida. Viaja en tres dimensiones: sobre el vehículo, invertida en su reflejo, y en la dimensión inaccesible de la foto que no llegó a tiempo”.
Caminar, un aspecto fundamental para pensar en el haiku, poema japonés por antonomasia, es para el autor una forma de detenerse en la proximidad y, por qué no, en la lejanía de los detalles. En su caso, la nieve es el fenómeno estacional que lo moviliza, que, a fin de cuentas, transmite el influjo metonímico del color blanco, que afecta tanto por la sensación de belleza como de caducidad.
En varias de sus entradas, el autor posa su mirada en los aprendizajes. Que algunas de las notas al pie que acompañan a las entradas de Diario de un invierno en Tokio estén fechadas en 2009, quizá sugieran que saber esperar es un arte. O quizás hable de algo inasible en relación al tiempo: “Tiendo a buscar las fugas –escribe Serra Bradford–, las diagonales, las simetrías, los movimientos sincronizados, la imagen compuesta, el ballet familiar. Sucesivas encarnaciones con Ozu: andén, triciclo, tetera”. En este diario, el efecto de la anotación se transforma en un montaje poético minúsculo, mínimo y a su vez, expansivo.
Diario de un invierno en Tokio
Por Matías Serra Bradford
Minúscula
80 páginas
$ 1150
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Para el gran cineasta japonés Yasujirō Ozu (1903-1963) el recurso de la elipsis constituía un horizonte de posibilidades narrativas, una sustancia que se alejaba de cualquier afán de exhaustividad para detenerse en ciertos detalles. Una economía formal que, en sus palabras, podía aplicarse al cine, a la pintura y al ejercicio literario: “Se trata –escribía Ozu– de no mostrar la interacción entre los sentimientos desnudos, sino de hacer que el espectador perciba las cosas mediante acentos estratégicamente colocados”.
Con esa técnica, Matías Serra Bradford (Buenos Aires, 1969) construye en Diario de un invierno en Tokio, a partir de un viaje a la capital japonesa en 1999, un objeto refinado que mixtura apuntes e imágenes propias de su visita.
Todo diario transmite o impone alguna situación circunstancial: en este caso, Serra Bradford gana una residencia tras escribir un ensayo sobre el pintor alemán Jan Voss. En tierra japonesa, intenta visitar al fotógrafo Hiroshi Hamaya, pero se anoticia de que este ya no recibe gente. Opta por seguir a Shōji Ueda, otro gran hacedor de imágenes, (“Una especie de Magritte más teatral, y en blanco y negro”), pero sus discípulos complican el objetivo de quien anota.
Los registros del diario, a lo largo de dieciséis días, discurren en la transformación de un sinfín de observaciones cotidianas en escenas vividas, que toman cuerpo como potencia para reflexionar cómo se activan determinadas imágenes más allá de la percepción primaria. En unas de las entradas, por caso, escribe: “Una niña pasa en monopatín por una vereda llovida. Viaja en tres dimensiones: sobre el vehículo, invertida en su reflejo, y en la dimensión inaccesible de la foto que no llegó a tiempo”.
Caminar, un aspecto fundamental para pensar en el haiku, poema japonés por antonomasia, es para el autor una forma de detenerse en la proximidad y, por qué no, en la lejanía de los detalles. En su caso, la nieve es el fenómeno estacional que lo moviliza, que, a fin de cuentas, transmite el influjo metonímico del color blanco, que afecta tanto por la sensación de belleza como de caducidad.
En varias de sus entradas, el autor posa su mirada en los aprendizajes. Que algunas de las notas al pie que acompañan a las entradas de Diario de un invierno en Tokio estén fechadas en 2009, quizá sugieran que saber esperar es un arte. O quizás hable de algo inasible en relación al tiempo: “Tiendo a buscar las fugas –escribe Serra Bradford–, las diagonales, las simetrías, los movimientos sincronizados, la imagen compuesta, el ballet familiar. Sucesivas encarnaciones con Ozu: andén, triciclo, tetera”. En este diario, el efecto de la anotación se transforma en un montaje poético minúsculo, mínimo y a su vez, expansivo.
Diario de un invierno en Tokio
Por Matías Serra Bradford
Minúscula
80 páginas
$ 1150
http://indecquetrabajaiii.blogspot.com.ar/. INDECQUETRABAJA
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